Dhiver no sabía qué hacer, pues no sabía cuándo la persona del
otro lado empezaría a hablarle. Estaba seguro que estaba siendo estudiado con
dedicación por el otro.
-
Señor esquivo, bueno le voy a llamar así porque es mejor para
todos, ¿no cree? -dijo Sheran por fin-. Me gustaría que pensará que todos
estamos en el mismo bando, así que me gustaría que se acercase a la ventana que
tiene a su espalda. No se preocupe porque alguien le vea, no van a decir nada.
Dhiver se dio cuenta de la presencia de la ventana, o más bien
ventanuco. Se acercó y miró por ella. Desde allí veía el patio que había
cruzado. Justo en ese momento por la puerta del edificio del salón de juegos
aparecieron los dos agentes de Pherrin que siempre le seguían.
-
Esos dos caballeros han aprovechado el descuido de los dos
hombretones que le seguían -indicó Sheran con voz burlona-. Los pobres han
tenido que ir a poner fin a una curiosa e inoportuna pelea entre jugadores.
Parece que últimamente están muy de moda cuando se juegan altas cantidades de
dinero.
Dhiver no añadió nada, pero por el tono de la persona del otro
lado de la celosía, ellos habían permitido que esos dos le siguieran hasta
allí. Entonces percibió movimiento entre las sombras de los edificios que
formaban el patio, apareciendo matones que antes no había llegado ni a
percibir.
-
No se torture, señor esquivo, no es usted el único que sabe
esconderse -señaló irónico Sheran-. En este mundillo también existen. Si en
algún momento quiere cambiar de aires, yo estaría dispuesto a contratarle.
-
Por ahora estoy bien donde estoy -contestó Dhiver.
-
La lealtad, eso siempre es una prima en este mundo -añadió
Sheran-. Siga mirando, por favor.
Los dos hombres se habían dado cuenta que estaban completamente
rodeados, incluso habían reaparecido los dos matones de antes, ahora en su
espalda. Habían caído en una trampa de libro. Ohma estaba al otro lado del
círculo, junto a la puerta del edificio donde estaba Dhiver. Los hombres de
Sheran esperaban, a qué, Dhiver estaba empezando a adivinarlo. Estaba seguro
que no estaban estudiando a los dos espías, sino que como los perros durante
una cacería no se moverían hasta que su amo les diera la orden. Dhiver no lo
notó, pero en cierto momento Ohma chasqueó la lengua. Como si fueran rayos, los
hombres de Sheran se fueron lanzando contra los espías, que se defendían como
podían, paraban un par de acometidas, pero siempre había una que pasaba sus
defensas y un acero se clavaba o cortaba. De esa forma, con pequeños triunfos,
los matones fueron acabando con las opciones de los agentes de Pherrin, que
cayeron al fin, cosidos a navajazos y sin fuerza alguna. Dhiver observó todo,
intentando que no se le notara ninguna reacción ni emoción, reconociendo que
esa podría haber sido su muerte también, si la persona que se ocultaba tras la
celosía no hubiera estado más interesado por contactar con su señor. Cuando ya
no había más que ver, se dio la vuelta.
-
¿Complacido? -preguntó Sheran, desde su asiento.
-
La verdad es que esos hombres trabajaban para alguien poderoso,
alguien que no le gustara este desenlace y… -empezó a decir Dhiver, sentándose
en la silla de nuevo.
-
Pherrin de Thahl se cree lo que no es, señor esquivo, yo no le
temo, y usted tampoco tendría que hacerlo -intervino Sheran-. Pero sí que se
está metiendo en juegos peligrosos. Como habrá visto mis hombres les han matado
acuchillándoles poco a poco, forma habitual de la banda de Rheman el tuerto y
las nueve cuchillas, que dará a entender que murieron muy lejos de aquí.
Pherrin buscará venganza, si quiere o le interesa, lejos de aquí.
-
¿Y Rheman no dirá algo? -añadió Dhiver.
-
Rheman es un estúpido y no sabe lo que hacen sus nueve cuchillas,
las cuales trabajan para mí, pero eso es otro asunto, entre Rheman y yo
-contestó Sheran-. Quiero que le lleve una misiva a su señor, para una posible
alianza.
-
¿Una alianza? -repitió Dhiver sorprendido-. Si a mi señor le
parece bien lo que propone, no dudaría en aceptar.
-
Bien, pues mi ayudante le entregará la carta -afirmó Sheran-.
Ohma, por favor.
Dhiver notó el movimiento a su espalda, se giró para ver al
aludido, el hombre que le había traído hasta allí, en cuya mano llevaba una
carta doblada y lacrada, sin sello. Dhiver se había asustado, pues no había
notado al hombretón. Estaba seguro de que no estaba allí cuando veía morir a
los agentes de Pherrin y cuando regresó para sentarse. Lo que indicaba que
había entrado sin ser oído, algo que hizo que temblara de miedo. Había sido más
sigiloso de lo que era él. Ese tal Ohma, aun con su altura y anchura, se movía
como un gato. Dhiver tomó la carta y la guardó en el interior de su ropa, en un
bolsillo oculto en su prenda más interior.
-
Que tenga un buen regreso a casa, señor esquivo -se despidió
Sheran-. Ohma, por favor, acompáñale hasta la salida lateral.
Ohma, se limitó a hacer una reverencia y un gesto a Dhiver, que se
levantó, siguiéndole por una serie de cámaras y pasillos hasta salir a un
callejón lateral. Ohma observó como Dhiver se alejaba, como andaba con cuidado
y prudencia. Después retornó al interior del edificio.
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