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domingo, 14 de enero de 2018

El juego cortesano (30)



Dhiver no sabía qué hacer, pues no sabía cuándo la persona del otro lado empezaría a hablarle. Estaba seguro que estaba siendo estudiado con dedicación por el otro.

-       Señor esquivo, bueno le voy a llamar así porque es mejor para todos, ¿no cree? -dijo Sheran por fin-. Me gustaría que pensará que todos estamos en el mismo bando, así que me gustaría que se acercase a la ventana que tiene a su espalda. No se preocupe porque alguien le vea, no van a decir nada.

Dhiver se dio cuenta de la presencia de la ventana, o más bien ventanuco. Se acercó y miró por ella. Desde allí veía el patio que había cruzado. Justo en ese momento por la puerta del edificio del salón de juegos aparecieron los dos agentes de Pherrin que siempre le seguían.

-       Esos dos caballeros han aprovechado el descuido de los dos hombretones que le seguían -indicó Sheran con voz burlona-. Los pobres han tenido que ir a poner fin a una curiosa e inoportuna pelea entre jugadores. Parece que últimamente están muy de moda cuando se juegan altas cantidades de dinero.

Dhiver no añadió nada, pero por el tono de la persona del otro lado de la celosía, ellos habían permitido que esos dos le siguieran hasta allí. Entonces percibió movimiento entre las sombras de los edificios que formaban el patio, apareciendo matones que antes no había llegado ni a percibir.

-       No se torture, señor esquivo, no es usted el único que sabe esconderse -señaló irónico Sheran-. En este mundillo también existen. Si en algún momento quiere cambiar de aires, yo estaría dispuesto a contratarle.

-       Por ahora estoy bien donde estoy -contestó Dhiver.

-       La lealtad, eso siempre es una prima en este mundo -añadió Sheran-. Siga mirando, por favor.

Los dos hombres se habían dado cuenta que estaban completamente rodeados, incluso habían reaparecido los dos matones de antes, ahora en su espalda. Habían caído en una trampa de libro. Ohma estaba al otro lado del círculo, junto a la puerta del edificio donde estaba Dhiver. Los hombres de Sheran esperaban, a qué, Dhiver estaba empezando a adivinarlo. Estaba seguro que no estaban estudiando a los dos espías, sino que como los perros durante una cacería no se moverían hasta que su amo les diera la orden. Dhiver no lo notó, pero en cierto momento Ohma chasqueó la lengua. Como si fueran rayos, los hombres de Sheran se fueron lanzando contra los espías, que se defendían como podían, paraban un par de acometidas, pero siempre había una que pasaba sus defensas y un acero se clavaba o cortaba. De esa forma, con pequeños triunfos, los matones fueron acabando con las opciones de los agentes de Pherrin, que cayeron al fin, cosidos a navajazos y sin fuerza alguna. Dhiver observó todo, intentando que no se le notara ninguna reacción ni emoción, reconociendo que esa podría haber sido su muerte también, si la persona que se ocultaba tras la celosía no hubiera estado más interesado por contactar con su señor. Cuando ya no había más que ver, se dio la vuelta.

-       ¿Complacido? -preguntó Sheran, desde su asiento.

-       La verdad es que esos hombres trabajaban para alguien poderoso, alguien que no le gustara este desenlace y… -empezó a decir Dhiver, sentándose en la silla de nuevo.

-       Pherrin de Thahl se cree lo que no es, señor esquivo, yo no le temo, y usted tampoco tendría que hacerlo -intervino Sheran-. Pero sí que se está metiendo en juegos peligrosos. Como habrá visto mis hombres les han matado acuchillándoles poco a poco, forma habitual de la banda de Rheman el tuerto y las nueve cuchillas, que dará a entender que murieron muy lejos de aquí. Pherrin buscará venganza, si quiere o le interesa, lejos de aquí.

-       ¿Y Rheman no dirá algo? -añadió Dhiver.

-       Rheman es un estúpido y no sabe lo que hacen sus nueve cuchillas, las cuales trabajan para mí, pero eso es otro asunto, entre Rheman y yo -contestó Sheran-. Quiero que le lleve una misiva a su señor, para una posible alianza.

-       ¿Una alianza? -repitió Dhiver sorprendido-. Si a mi señor le parece bien lo que propone, no dudaría en aceptar.

-       Bien, pues mi ayudante le entregará la carta -afirmó Sheran-. Ohma, por favor.

Dhiver notó el movimiento a su espalda, se giró para ver al aludido, el hombre que le había traído hasta allí, en cuya mano llevaba una carta doblada y lacrada, sin sello. Dhiver se había asustado, pues no había notado al hombretón. Estaba seguro de que no estaba allí cuando veía morir a los agentes de Pherrin y cuando regresó para sentarse. Lo que indicaba que había entrado sin ser oído, algo que hizo que temblara de miedo. Había sido más sigiloso de lo que era él. Ese tal Ohma, aun con su altura y anchura, se movía como un gato. Dhiver tomó la carta y la guardó en el interior de su ropa, en un bolsillo oculto en su prenda más interior.

-       Que tenga un buen regreso a casa, señor esquivo -se despidió Sheran-. Ohma, por favor, acompáñale hasta la salida lateral.

Ohma, se limitó a hacer una reverencia y un gesto a Dhiver, que se levantó, siguiéndole por una serie de cámaras y pasillos hasta salir a un callejón lateral. Ohma observó como Dhiver se alejaba, como andaba con cuidado y prudencia. Después retornó al interior del edificio.

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