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miércoles, 24 de enero de 2018

El tesoro de Maichlons (36)



La mañana estaba resultando más fría de lo que esperaba. El grupo formado por Maichlons, Lhatto, sus dos hijos y un criado como cochero, habían subido a la caja de la berlina cerrada que Mhilon había rescatado de las cocheras. De las cuadras habían aparecido por arte de magia un par de caballos, uno alazán, el otro bayo, para tirar del carruaje. El cielo permanecía más negro que azulado, pero pronto el sol aparecería por el horizonte, llenando todo con su luz. Aún se podía distinguir a Pollus, en la parte norte de la bóveda celeste, mientras se iba marchando poco a poco.

Las calles estaban más vacías que nunca y los guardias de la puerta de la muralla del barrio Alto no les importunaron demasiado, ya que en toda la guardia se había extendido la noticia del duelo como si de la marea se tratase. Muchos conocían la reputación del bastardo, por lo que las apuestas estaban servidas. Solo los alabarderos habían apostado por su nuevo comandante. Al final, ellos eran veteranos y los otros soldados de juguete, por lo que los primeros sabían distinguir a uno de los suyos.

Maichlons se fijó en sus compañeros de viaje y como tal como había prometido su padre, los tres armeros parecían verdaderamente unos caballeros, sobre todo Lhatto. El cual le había asegurado que no debía tener miedo, pues la cosa iba a ser coser y cantar.

Cuando llegaron a la explanada, junto a los muros del gran monasterio de Bhall de la ciudad, donde estudiaban aquellos que querían convertirse en sacerdotes de Bhall. Era una explanada de tierra, un solar donde tal vez hubo algún edificio, pero ahora estaba vacío. Ya les esperaba otro carruaje. El suyo se detuvo justo enfrente del que esperaba. Maichlons fue a apearse, pero Lhatto se lo impidió y salió él. Maichlons pudo ver lo que pasaba desde uno de los ventanucos. Lhatto se dirigió a paso lento hacia el centro del solar, donde se encontró con otro individuo que había salido del otro carruaje y había hecho lo mismo que él. Durante un rato estuvieron hablando y luego se separaron de vuelta a los carruajes. Lhatto abrió la portezuela.

-          Como es de rigor le he exigido su disculpa, ya que vos sois el ofendido, la ha rechazado su padrino en su nombre -dijo Lhatto-. Por lo que os batiréis hasta que uno muera o pida disculpas. Yo y los chicos estaremos como jueces, pero excepto golpes en la cabeza o en las ingles, podéis luchar como queráis. Recordad que vuestro contrincante no se contentará con la primera sangre, le gusta dejar muertos tras él.

-          Gracias por el aviso, Lhatto -agradeció Maichons, descendiendo del carruaje.

Lhatto y Maichlons se dirigieron hacia el centro, seguidos por sus hijos. Los cuatro contrincantes se acercaban a ellos. Lhatto y el padrino principal de Shon revisaron las armas, dos sables largos y pesados, elegidos por Maichlons, el ofendido. Después, los padrinos revisaron que bajo las camisolas anchas y los calzones no llevaran ningún tipo de protección metálica. Tras revisar que los contendientes no incumplían las normas del duelo, dieron las últimas instrucciones, pusieron las armas en las manos de sus dueños y se separaron de ellos. Maichlons y Shon se quedaron mirando, con las puntas de los sables mirando al cielo.

-          Es tu última oportunidad para retractarte de tus mentiras -advirtió Maichlons a Shon.

-          Yo no tengo que retractarme de nada -espetó Shon-. Yo, Shon de Fritzanark cumplirá con las honorables leyes del duelo.

-          Así sea -dijo Maichlons-. Yo, Maichlons de Inçeret, comandante en jefe de la guardia real cumplirá con la ley del duelo.

Por un momento, Maichlons creyó ver un brillo de miedo en los ojos de Shon, justo en el momento de presentarse. Pero el tiempo de las disculpas ya había pasado. Ambos dieron un par de pasos hacia atrás, sin dejarse de mirar a los ojos. Se saludaron con los sables y empezó el duelo. Los primeros instantes fueron simples, se quedaron estudiándose el uno al otro. El primero en atacar fue Shon que lanzó una estocada, muy simple, desde un lado, que fue muy fácil de detener por Maichlons.

Desde esa estocada, los dos empezaron a lanzarse embates que terminaban en nada o chocando contra el acero del rival. Se movían rápidos, dando vueltas, buscando aperturas. Pronto Shon se dio cuenta de que no se enfrentaba a nada como lo que había tenido que ver desde que llegó a la ciudad. Se enfrentaba a alguien tan diestro como su padre. Pero que quería, frente a él estaba un veterano. No era un viejo o un joven acomodado, sino alguien que había tenido que hacer ejercicio cada día de su vida, en la instrucción y en la batalla.

Maichlons a su vez vio a un joven que podría haber llegado a ser un buen soldado, en parte se vio a sí mismo en Shon. Tenía una buena técnica de lucha, lo que indicaba que su padre le había enseñado o por lo menos se había gastado dinero en una base militar. Daba pena ver como una buena iniciación se había perdido de forma tan descuidada.

Pero aunque la técnica de Shon era buena, tenía un defecto serio, la falta de experiencia ante un veterano. Y esto quedó patente cuando Shon al lanzar un embate con demasiada fuerza, dejó el hueco para que Maichlons le endosara un puñetazo en su costado, cortándole la respiración. Gimiendo de dolor y abriendo la boca como un pez, no fue capaz de defenderse, ya que intentaba alejarse y Maichlons le abrió un tajo en el brazo derecho desde el antebrazo hasta el hombro. Shon soltó el sable por el dolor y la manga de la camisola se tiñó por la sangre.

-          Ya no puedes seguir luchando -indicó Maichlons, pero Shon negó con la cabeza, agachándose y recogiendo el arma con la mano izquierda-. Como quieras.

Shon se movía como podía defendiéndose de los ataques de Maichlons, mientras su brazo derecho caía como muerto por su costado, mientras la mancha de sangre se hacía más grande. Al final, el agotamiento y la herida en el brazo, vencieron al ímpetu de Shon, que se derrumbó en el suelo.

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