La mañana estaba resultando más fría de lo que esperaba. El grupo
formado por Maichlons, Lhatto, sus dos hijos y un criado como cochero, habían
subido a la caja de la berlina cerrada que Mhilon había rescatado de las
cocheras. De las cuadras habían aparecido por arte de magia un par de caballos,
uno alazán, el otro bayo, para tirar del carruaje. El cielo permanecía más
negro que azulado, pero pronto el sol aparecería por el horizonte, llenando
todo con su luz. Aún se podía distinguir a Pollus, en la parte norte de la
bóveda celeste, mientras se iba marchando poco a poco.
Las calles estaban más vacías que nunca y los guardias de la
puerta de la muralla del barrio Alto no les importunaron demasiado, ya que en
toda la guardia se había extendido la noticia del duelo como si de la marea se
tratase. Muchos conocían la reputación del bastardo, por lo que las apuestas
estaban servidas. Solo los alabarderos habían apostado por su nuevo comandante.
Al final, ellos eran veteranos y los otros soldados de juguete, por lo que los
primeros sabían distinguir a uno de los suyos.
Maichlons se fijó en sus compañeros de viaje y como tal como había
prometido su padre, los tres armeros parecían verdaderamente unos caballeros,
sobre todo Lhatto. El cual le había asegurado que no debía tener miedo, pues la
cosa iba a ser coser y cantar.
Cuando llegaron a la explanada, junto a los muros del gran
monasterio de Bhall de la ciudad, donde estudiaban aquellos que querían
convertirse en sacerdotes de Bhall. Era una explanada de tierra, un solar donde
tal vez hubo algún edificio, pero ahora estaba vacío. Ya les esperaba otro
carruaje. El suyo se detuvo justo enfrente del que esperaba. Maichlons fue a
apearse, pero Lhatto se lo impidió y salió él. Maichlons pudo ver lo que pasaba
desde uno de los ventanucos. Lhatto se dirigió a paso lento hacia el centro del
solar, donde se encontró con otro individuo que había salido del otro carruaje
y había hecho lo mismo que él. Durante un rato estuvieron hablando y luego se
separaron de vuelta a los carruajes. Lhatto abrió la portezuela.
-
Como es de rigor le he exigido su disculpa, ya que vos sois el
ofendido, la ha rechazado su padrino en su nombre -dijo Lhatto-. Por lo que os
batiréis hasta que uno muera o pida disculpas. Yo y los chicos estaremos como
jueces, pero excepto golpes en la cabeza o en las ingles, podéis luchar como
queráis. Recordad que vuestro contrincante no se contentará con la primera
sangre, le gusta dejar muertos tras él.
-
Gracias por el aviso, Lhatto -agradeció Maichons, descendiendo del
carruaje.
Lhatto y Maichlons se dirigieron hacia el centro, seguidos por sus
hijos. Los cuatro contrincantes se acercaban a ellos. Lhatto y el padrino
principal de Shon revisaron las armas, dos sables largos y pesados, elegidos
por Maichlons, el ofendido. Después, los padrinos revisaron que bajo las
camisolas anchas y los calzones no llevaran ningún tipo de protección metálica.
Tras revisar que los contendientes no incumplían las normas del duelo, dieron
las últimas instrucciones, pusieron las armas en las manos de sus dueños y se
separaron de ellos. Maichlons y Shon se quedaron mirando, con las puntas de los
sables mirando al cielo.
-
Es tu última oportunidad para retractarte de tus mentiras
-advirtió Maichlons a Shon.
-
Yo no tengo que retractarme de nada -espetó Shon-. Yo, Shon de
Fritzanark cumplirá con las honorables leyes del duelo.
-
Así sea -dijo Maichlons-. Yo, Maichlons de Inçeret, comandante en
jefe de la guardia real cumplirá con la ley del duelo.
Por un momento, Maichlons creyó ver un brillo de miedo en los ojos
de Shon, justo en el momento de presentarse. Pero el tiempo de las disculpas ya
había pasado. Ambos dieron un par de pasos hacia atrás, sin dejarse de mirar a
los ojos. Se saludaron con los sables y empezó el duelo. Los primeros instantes
fueron simples, se quedaron estudiándose el uno al otro. El primero en atacar
fue Shon que lanzó una estocada, muy simple, desde un lado, que fue muy fácil
de detener por Maichlons.
Desde esa estocada, los dos empezaron a lanzarse embates que
terminaban en nada o chocando contra el acero del rival. Se movían rápidos,
dando vueltas, buscando aperturas. Pronto Shon se dio cuenta de que no se
enfrentaba a nada como lo que había tenido que ver desde que llegó a la ciudad.
Se enfrentaba a alguien tan diestro como su padre. Pero que quería, frente a él
estaba un veterano. No era un viejo o un joven acomodado, sino alguien que
había tenido que hacer ejercicio cada día de su vida, en la instrucción y en la
batalla.
Maichlons a su vez vio a un joven que podría haber llegado a ser
un buen soldado, en parte se vio a sí mismo en Shon. Tenía una buena técnica de
lucha, lo que indicaba que su padre le había enseñado o por lo menos se había
gastado dinero en una base militar. Daba pena ver como una buena iniciación se
había perdido de forma tan descuidada.
Pero aunque la técnica de Shon era buena, tenía un defecto serio,
la falta de experiencia ante un veterano. Y esto quedó patente cuando Shon al
lanzar un embate con demasiada fuerza, dejó el hueco para que Maichlons le
endosara un puñetazo en su costado, cortándole la respiración. Gimiendo de
dolor y abriendo la boca como un pez, no fue capaz de defenderse, ya que
intentaba alejarse y Maichlons le abrió un tajo en el brazo derecho desde el
antebrazo hasta el hombro. Shon soltó el sable por el dolor y la manga de la
camisola se tiñó por la sangre.
-
Ya no puedes seguir luchando -indicó Maichlons, pero Shon negó con
la cabeza, agachándose y recogiendo el arma con la mano izquierda-. Como
quieras.
Shon se movía como podía defendiéndose de los ataques de
Maichlons, mientras su brazo derecho caía como muerto por su costado, mientras
la mancha de sangre se hacía más grande. Al final, el agotamiento y la herida
en el brazo, vencieron al ímpetu de Shon, que se derrumbó en el suelo.
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