Maichlons se acercó a Shon, que aún se movía en el suelo y le pisó
la mano izquierda para que soltase la empuñadura, tras lo que se agachó y le
quitó el sable. Hizo una seña, pero los padrinos ya se acercaban.
-
Ya no puedes luchar y si sigues así, morirás desangrado -le dijo
Maichlons a Shon.
-
Qué más da que muera, a nadie le importará -espetó Shon lleno de
amargura.
-
De qué te quejas, tienes dinero, pero solo lo gastas para enfadar
a tu padre -le regañó Maichlons-. Pero todo lo que haces en el fondo solo lo
haces para que te vea. Cuando tenía tu edad, me pasó lo mismo que a ti con tu
padre. Pero yo lejos de volverme un idiota sanguinario use mi don para defender
a este reino. Yo veo en ti cosas buenas, tienes el alma de un soldado, pero lo
estás malgastando inútilmente.
El padrino de Shon le dio la vuelta y Maichlons descubrió un
rostro llenó de lágrimas. La herida del brazo era basta, pero limpia.
Necesitaba los cuidados de un médico inmediatamente, y así se lo hizo ver su
padrino. Pero el honor no le permitiría marcharse sin más.
-
Te pido disculpas por mis palabras, yo mentí -dijo Shon, solemne.
-
Por mí, este duelo ha terminado, estoy satisfecho, podéis
llevároslo -indicó Maichlons-. Una última cosa, Shon de Fritzanark, tú vales
más que una vida como esta. Aún estás a tiempo de cambiar.
Maichlons se dio la vuelta, le entregó el sable de Shon a Lhatto y
se marchó hacia su carruaje. En el camino entregó el suyo, a uno de los hijos
de Lhatto. Si hubiera girado la cabeza, hubiera visto como el padrino de Shon y
sus ayudantes se hacían cargo de Shon, al que se llevaron en volandas, pues ya
no podía ni andar. Su rostro parecía el de un cadáver. Lhatto les siguió y
entregó el sable cuando cerró la portezuela del carruaje de Shon.
Desde allí regresaron a la casa familiar, donde Maichlons se bañó,
se cambió y se fue a poner a la guardia real en funcionamiento. Ese día, un regimiento
ganó mucho dinero, además de mostrarse cada vez más leales a su nuevo
comandante. Los hombres de los otros regimientos se dieron cuenta que el tiempo
de la vida relajada que habían tenido hasta ese momento se había terminado. Ese
día los muchachos del cuarto regimiento e incluso el príncipe se pusieron más
serios con su instrucción. Incluso los coroneles, los cuatro asistieron para
ejercitarse.
Maichlons comió con los coroneles y los capitanes subalternos,
descubriendo que aunque las apariencias les hacían parecer un grupo de esnobs,
detrás tenían el alma de un guerrero, igual no la de un campeón, pero sí las de
alguien apto.
Maichlons iba caminando desde la cantina del cuartel hacia el
despacho de su padre, cuando se encontró de lleno con el rey Shonleck.
-
Comandante de la guardia, es un placer tenerle aquí -dijo el
monarca-. Mi querido hermano está muy emocionado con la instrucción que recibe
de vuestra persona.
-
El príncipe es muy amable -contestó Maichlons lo más neutral
posible-. Vuestro hermano tiene un alma de un guerrero, como vos o vuestro
padre.
-
Eso espero, porque la misión que le he asignado es importante para
el reino, pacificar la frontera sur y acabar con las malditas incursiones de
esos bandoleros sureños -afirmó Shonleck, que pareció recordar algo
importante-. General de Inçeret, sabéis que en esta ciudad los duelos, ya sean
por honor o por cualquiera otra cosa están prohibidos y si se caza a alguna
persona realizando uno se le aplicará una buena pena, posiblemente de cárcel.
-
Lo desconocía, majestad, ya que como sabéis llevo mucho tiempo
alejado de ella -se disculpó Maichlons.
Shonleck se quedó en silencio, mirando a los ojos de Maichlons,
los cuales se mantuvieron relajados, como si no hubiera nada de qué
preocuparse.
-
Puede ser, general -añadió Shonleck, más sonriente-. Si vais al
despacho de vuestro padre, decirle que cuando quiera puede ir a por su dinero.
-
¿Su dinero? -repitió Maichlons sin comprender.
-
¡Oh, sí! Me aposté con vuestro padre que ganaríais el duelo y
mataríais a ese irrespetuoso de Shon de Fritzanark -explicó Shonleck-. Vuestro
padre estaba seguro de que ganaríais, pero que Shon no moriría, que os
apiadaríais de él. He perdido unos buenos soberanos de oro. Los llevaré encima,
así que se pase a visitarme.
-
Se lo diré -consiguió decir Maichlons.
-
Por favor no os sorprendáis, aquí todo el mundo sabía lo del
duelo, nadie hablara de ello, pero le habéis subido la moral a toda vuestra
guardia. Ahora saben de qué pasta sois y os seguirán hasta el infierno si fuera
posible, sobre todo mis alabarderos que han ganado mucho con las apuestas.
Shonleck se marchó, dejando allí parado a Maichlons, con cara de
idiota. No se podía creer que todos en el castillo real estuvieran al tanto de
sus acciones. Cuando por fin salió de su ensoñación, Maichlons prosiguió hacia
el despacho de su padre. Tenía trabajo que realizar.
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