Rhennast acompañó a Ofthar hasta la salida de la residencia de
Nardiok.
-
¿Quieres que te preste alguno de los hombres de la guardia de
Nardiok, para el viaje? -preguntó Rhennast.
-
¿Cuál sería el número necesario de escoltas? -indagó a su vez
Ofthar, al desconocer realmente cuantos guardias debían acompañar a un heraldo
o a un embajador, pues no sabía bien qué grado tenía ahora.
-
Un embajador tiene el mismo rango que un therk, por lo que te
debería acompañar unos diez guardias -contestó pensativo Rhennast-. Llevar más
podría ser una provocación para el señor Naynho. Pero enviarte a ti, que
prácticamente por causa de tu posición en el clan tendrías el rango de un
tharn, con una escolta tan ridícula, también podría ser una ofensa. No estoy
seguro del todo. ¿Quieres que se lo pregunte a Nardiok?
-
No, no debemos molestar más a Nardiok, le he visto cansado, mejor
que descanse -negó Ofthar.
-
En verdad lo está, y quien no, ayer terminó el cónclave de su
clan, se habló de cosas muy importantes, pero no me recae a mí el honor de
contarte las conclusiones a las que llegaron Nardiok y sus familiares -advirtió
Rhennast-. Así, que volviendo al primer tema, ¿necesitas alguno de mis hombres?
-
No, tengo suficientes, llevare a mis leales -indicó Ofthar, a lo
que Rhennast asintió con la cabeza y se detuvo cuando llegaron a la empalizada
de salida.
Rhennast le deseó suerte en su viaje hacia el sur y que pronto
consiguiera la alianza que tanto deseaba Nardiok. Ofthar aseguró que llevaría a
buen puerto la misión de su señor. Salió de la empalizada interior y se dirigió
hacia la zona de las tabernas, donde estarían sus leales, bebiendo y retozando
con las mujeres más voluptuosas de la ciudad, siempre que el dinero les llegará
para ambos. Guardó con cuidado los dos sobres en una de sus bolsas.
Al llegar a la zona de las tabernas, inspeccionó un poco y se fue
directa hacia la que parecía tener más jolgorio en su interior. Abrió con
cuidado la puerta, y entró, sumergiéndose en un ambiente oscuro, cálido y lleno
de ruido. Todo el piso estaba unido en una única habitación. En el centro había
una serie de mesas rodeada de bancos. En un costado una barra, tras la que
había un tabernero tuerto y un buen número de barricas de cerveza. Al lado
contrario de la barra, tres fuegos en sus chimeneas calentaban el local. El
suelo era de losas de piedra, con paja pegajosa. La mayoría de las mesas
estaban vacías, excepto una central, donde doce jóvenes bebían y reían,
mientras un buen número de mujeres revoloteaban sobre ellos.
Justo cuando Ofthar entraba en la taberna, uno de ellos se puso de
pie, un joven alto, fornido, de pelo largo y castaño, con una barba gruesa, en
ese momento llena de cerveza reseca y trozos de carne. Estaba bramando alguna
historia, por lo que el resto de muchachos le miraban a él y no se fijaron en
Ofthar que avanzó a paso rápido, abalanzándose sobre el joven que estaba de
pie, golpeándolo en la espalda con el hombro derecho y lanzándolo sobre la mesa
con estrépito. Las jarras de cerveza salieron disparadas, así como los platos
vacíos y sucios. La mayoría de los jóvenes o se mojaron o se mancharon. El del
pelo castaño se levantó como un loco.
-
¡Por Ordhin! ¡Qué diablos ha pasado! ¿Quién ha sido el desgraciado
que ha osado atacarme? -bramó el guerrero que se volvió para encontrarse con la
cara sonriente de Ofthar-. ¡Oh! ¡Maldita sea tu estampa! ¡Ofthar, cagarruta
inmunda!
-
No pareces un Bhalonov, Mhista, como Ofha te estuviera viendo no
te podrías sentar en semanas -se burló Ofthar del guerrero de pelo castaño.
El resto de jóvenes se empezaron a reír, y Mhista los miró a
todos, luego se mesó la barba, haciendo desprenderse trozos de comida reseca, y
comenzó a reírse, a mandíbula batiente. Ofthar se unió en las carcajadas de
todos los ahí presente, pero mientras les hacía un gesto a las mujeres para que
se largaran. Estas lanzaron sus quejas, pero todas sabían ante quien se
encontraban y tras darles besos de despedida, algunos más amorosos y complejos
que otros, se marcharon a su rincón en el interior más oscuro de la taberna,
listas para acechar futuros clientes sin que estos se den cuenta de que están
siendo vigilados.
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