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domingo, 28 de enero de 2018

El juego cortesano (32)



Bharazar se despertó poco a poco, intentando moverse con cuidado, para no despertar a Xhini, pero se fue dando cuenta que nadie ocupaba el lecho más que él. La luz le daba de lleno en la cara, pero pronto sus ojos se fueron aclimatando a la luminosidad de los primeros rayos del sol. De esa misma forma pudo distinguir que había una silla colocada frente a la celosía que cubría su ventana. Él no recordaba haberla puesto ahí, pero claramente ahí estaba. Para sorpresa alguien estaba sentado, mirando a la celosía. Bharazar se movió, como buscando una espada, pero estaba desnudo y no había ningún arma bajo su almohada.
-       Príncipe, por favor, no se alarme -dijo Shennur, que seguía mirando hacia el exterior-. Ya sé que no soy la persona que esperabais junto a vuestro lecho y menos junto a vuestro cuerpo. Pero hace un buen rato que la he despertado y la he mandado a sus habitaciones. Recordad que es mejor así, pues es un peligroso juego. Si alguien le informa de vuestro proceder a Pherrin, nadie de esta casa sobrevivirá, ni vos, ni yo, ni mi esposa ni mis hijos, tenedlo seguro. Aunque Xhini lo pasaría peor. ¿Recordáis lo que dice nuestra ley sobre las adúlteras?
Bharazar se sentó encima de la cama, usando la almohada como cojín. Negó con la cabeza.
-       Si alguien la acusa de adúltera, el gran sumo sacerdote en este caso, al ser la primera esposa del emperador, aunque haya sido expulsada de la corte, deberá aplicar el juicio de Rhetahl. Deberá hacerla tragar agua hirviendo por el gaznate. Si se quema y deja de hablar, se la considerará culpable. Si por el contrario, Rhetahl en su esplendor la considera inocente de los cargos la protegerá y no se quemará -explicó Shennur, serio, con voz tensa-. Si es culpable, se la colgará, ahogará en agua, se la descuartizará y los restos se entregarán a los perros. ¿Queréis esa tortura para la pobre Xhini?
-       No -dijo con voz queda Bharazar.
-       En ese caso, por favor, comportaros, no le permitáis compartir vuestro lecho, tratadla cortés, pero sin dejar ver vuestros sentimientos -advirtió Shennur-. No sé si es que os habéis encaprichado de ella, o sois un jeta, pero no juguéis con sus sentimientos. Mientras vuestro hermano viva, ella no podrá relacionarse con ningún hombre. Ni podrá marcharse, pues no se podrá emparentar con nadie, pues vuestro hermano nunca se divorciará de ella. Siempre estará casada con ella, repudiada o no. Solo la muerte la hará libre. ¿Espero que lo entendáis?
-       ¿Y si la amo? -preguntó Bharazar, lo que hizo que Shennur se pusiera de pie y le mirará directamente.
-       En ese caso y por Rhetahl, buscad a otra y olvidad a Xhini, aun con todo lo que pueda doleros el corazón -indicó Shennur, sorprendido por la pregunta del príncipe, pues no había barajeado esa opción, pues el príncipe no podía haberse enamorado de su cuñada tan rápido o sí.
-       Puedo llevármela conmigo, huir de la capital -rebatió Bharazar, como un niño con una pataleta.
-       ¿A dónde iríais? Pherrin obligaría a vuestro hermano a perseguiros, le gustara o no. Los lobos serían liberados, no habría lugar en el imperio o sus fronteras que estuvierais seguros -comentó Shennur-. Los países vecinos os expulsarían de sus tierras por miedo a que el imperio les atacase por daros refugio.
-       ¿Y el reino de Thargensis? -inquirió Bharazar.
-       Nunca llegaríais hasta allí, los lobos os cazarían antes -contratacó Shennur-. Por favor, príncipe, pensadlo con cordura. Podéis huir y no llegaréis a ninguna parte. Y en vuestra partida, arrastraréis a otros con vosotros. Mi familia, la de Xhini. Todo aquel que fuera vuestro amigo o que te tuviera simpatías. Pherrin se encargará de limpiar todo. Solo os pido que tengáis seso. Encontraremos otro modo. Pero por ahora debéis dejar de tener estos encuentros de alcoba. Solo pensar que la dejéis embarazada y tiemblo. Y no me digas que tienes cuidado, eso no existe.
-       Haré lo que me pedís, pero Xhini…
-       De Xhini se está encargando mi esposa -señaló Shennur-. ¡Juradme que no vais a liarla más!
-       ¡Que Rhetahl quede como testigo de ello! -bramó Bharazar.
-       Bien -se limitó a decir Shennur.
El canciller hizo una reverencia y se marchó de la estancia, dejando a un entristecido Bharazar. El príncipe se vistió y tras desayunar solo, se marchó a practicar con Jha’al y Siahl. Los dos veteranos no dijeron nada, pero notaron el cambio en su señor. Shennur como todas las mañanas se fue al palacio, pero volvió por la tarde, tan cansado como siempre, con cara de pocos amigos y quejándose del número inaudito de palomas que había en sus jardines.
A Xhini tampoco se la había visto mucho, Jhamir alegó que estaba ligeramente indispuesta cuando Bharazar había preguntado por ella en la comida. El príncipe le indicó a la señora de la casa que le transmitiera sus mejores deseos y se retiró de nuevo con sus hombres, dejando a Shennur y Jhamir solos.
-       Está enamorado de ella -dijo Jhamir, en voz baja.
-       ¿Tanto se nota? -murmuró Shennur, siempre sorprendido por el sexto sentido que parecían tener las mujeres para esas cosas.
-       Me recuerda mucho a ti, hace ya tanto tiempo -añadió Jhamir, con una ligera sonrisa-. Supongo que no se lo ha tomado bien.
-       Nada, quería huir con ella -asintió Shennur.
-       ¡Qué caballeroso!
-       ¡Qué estúpido! -indicó Shennur-. ¡Y qué peligroso! Espero que haya entendido lo problemático que sería.
-       Si no estuviera su hermano, sería una forma de arreglar todos los males que se han cernido sobre la capital -comentó Jhamir.
-       ¡Jhamir, eso es traición! -se quejó Shennur, aunque sabía que su mujer tenía mucha razón, un matrimonio entre Bharazar y la primera esposa del emperador podría traer paz al imperio. Durante cuánto tiempo, no lo sabía, pero los nobles se pacificarían. Pero no funcionaría si Shen’Ahl seguía en el trono. Pero él, que llevaba tanto tiempo defendiendo al emperador, no se veía como aquel que lo eliminará.
Shennur decidió que la conversación no le llevaría a nada útil y solo le haría pensar en traición. Pero la solución de su esposa era demasiado buena.

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