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domingo, 21 de enero de 2018

El juego cortesano (31)



Dhiver recorrió la distancia entre el barrio de La Sobhora y la plaza de Rhetahl, la gran plaza en el centro de la capital, donde se unían las cuatro grandes arterias o avenidas que cruzaban la ciudad. Estas eran, la Vía Portuaria, que nacía desde el puerto, la Vía Imperial, que iba hasta las murallas del barrio Alto, la Vía Áurica, que llevaba hacia la puerta sur, hacia el corazón del imperio y la Vía Náutica, que iba hacia el oeste, hacia el gran camino de la costa. En la plaza esperaba el carruaje de su señor, que se puso en marcha según Dhiver se subió en la caja. El fiel siervo, se había cerciorado que nadie le había seguido hasta allí, había dado varias vueltas y confiaba en su propia valía. Había gastado bastante tiempo y la noche iba pasando más rápido de lo que Dhiver había esperado, pero el tiempo era lo único que Dhiver no podía doblegar a su antojo. Solo una cosa le había dejado sorprendido, la gran cantidad de aves que había esa noche.


Según llegó a la hacienda de su señor, se dirigió al despacho privado de Shennur, que aún se encontraba allí.


-       ¿Qué tal tus pesquisas? -preguntó Shennur, según Dhiver entró en la habitación.


El criado no dijo nada y presentó la misiva. Shennur se la quitó de las manos. Primero estudió el exterior y el lacre, tras lo que lo rompió y observó el contenido.


-       ¿Quién te la ha dado? -quiso saber Shennur.

-       El líder que buscábamos -indicó Dhiver.

-       ¿Cómo es?

-       Se ocultaba tras un celosía, mi señor, pero por su forma de hablar es alguien culto, inteligente, y peligroso -respondió Dhiver.

-       ¿Peligroso? -repitió Shennur, levantando una mano-. Vete a descansar, Dhiver, lo has hecho bien.

-       Sí, señor.


Dhiver se marchó y Shennur volvió a observar la misiva. Estaba totalmente en blanco. No le había querido decir nada a Dhiver, pues se le notaba que estaba eufórico, lo cual quería decir que sí se había entrevistado con alguien importante o que por lo menos lo aparentaba. Lo que no entendía es que si el líder de los criminales de La Sobhora le había entregado esa misiva a Dhiver, porque estaba totalmente en blanco. Tal vez era una prueba. Pronto conocería la razón de ello, pero Shennur observó el cielo negro más allá del ventanuco de su despacho, se levantó de su silla, apagó las velas y se echó en un camastro que tenía en una esquina, para esas noches que se quedaba a trabajar de tarde y no quería despertar a su esposa cuando se dirigiera al lecho que compartían.




Fuera de los muros que protegían la hacienda de Shennur, un hombre mayor deambulaba observando el cielo. Pero sus ojos no estaban atentos a la oscuridad de la noche, sino a los que se movía por el cielo. Sobre la hacienda del canciller, una inmensa bandada de pájaros, palomas y tórtolas sobrevolaban las construcciones y las copas de los árboles, como hechizadas por algo, una fuerza que parecía atraer a tantas aves. El hombre, que había trabajado toda su vida como jardinero y cuidaba de las aves de su señor, un noble, que en ese momento vivía fuera de la capital en sus dominios rurales, sabía perfectamente lo que ocurría. Seguro de lo que había visto, se dirigió hacia la hacienda de su señor.


Tuvo que dar un paseo, pues el noble vivía prácticamente en los bordes del barrio alto y la hacienda no se llegaba ni a parecer en extensión a la del canciller o la del sumo sacerdote. Pero aun así era morada de unos diez siervos, tres parejas y sus hijos con órdenes de mantener la morada de su señor lista por su improbable llegada. Él como jardinero, junto con su hijo mantenía la vegetación y el resto de parterres como si su señor estuviera presente. Su esposa era la cocinera y su hija, una de las criadas de las habitaciones, siempre limpiando el polvo que se pudiera acumular. Ya en la hacienda llamó a su hijo.


-       Lhet, lleva este mensaje a Ohma: hay una gran bandada sobre la hacienda del canciller Shennur -dijo el anciano-. Vete ya.

-       Sí padre.


El joven se encaminó a las cuadras, ensilló uno de los jamelgos que había dejado su señor, tres caballos de carga no aptos para cabalgar como los purasangres que usaría el noble. Según su montura estuvo lista, Lhet se marchó. El jardinero estuvo mirando como su hijo se alejaba. Sabía que los guardas de la puerta no le pondrían problemas, ya que era un criado habitual.




Sheran había vuelto a su despacho en el casino y se había encargado de sus asuntos, mientras sus clientes seguían liberando a sus bolsas de peso. Ohma se había encargado de los cuerpos de los agentes de Pherrin, que habían sido cargados en un carro, con idea de tirarlos en otro barrio. No en uno que mandara Rheman, sino en uno de otra banda. Con un poco de suerte un par de jefes rivales se enzarzarían en una pelea y él como buen pescador se encargaría de recoger algún beneficio de las guerras de bandas rivales.


Ohma se había asegurado de marcar al hombre esquivo con un producto que solían utilizar mucho, una especie de atrayente de palomas y tórtolas. Si todo había ido como él había predicho, el hombre esquivo habría ido hasta la casa de su señor y pronto sabría quién era, aunque lo más importante era saber cuál era su posición. Para que su unión fuera beneficiosa, solo podía estar a un nivel idéntico a Pherrin de Thahl. Y esos no eran muchos hombres en el día de hoy. Entre los cálculos de oro y los políticos, el tiempo se le pasó más rápido de lo supuesto. Alguien golpeó la puerta y él permitió el paso.


-       Hemos recibido un mensaje de uno de nuestros agentes en el barrio Alto, mi señor -informó Ohma, que había entrado cuando se lo permitió Sheran, que hizo un gesto para que terminara-. El hombre esquivo trabaja para el canciller Shennur.

-       ¡Shennur! ¡Cómo no! -repitió Sheran, emocionado-. Ohma, amigo mío, eso es una noticia importante. Algo que nos viene muy bien.

-       También ha llegado una paloma del palacio imperial, señor -Ohma tenía un papelito en la mano, que Sheran le arrebató al momento.


Sheran leyó el papel y le cambió la cara, volviéndose seria. Le hizo un gesto a Ohma para que esperara, mientras pensaba. Lo que había leído era algo aún más importante, algo que iba a provocar cambios importantes. Debía moverse, debía tomar al toro por sus cuernos y debía luchar contra sus miedos.


-       Ohma, necesito que prepares una serie de cosas, ahora te voy a ir diciendo todas ellas, pero mañana a estas horas estaremos en el palacio imperial -indicó Sheran, poniéndose de pie.


Ohma se quedó mirándole, sin saber que decir, aunque la verdad es que tampoco habría hablado mucho, pues era un hombre más dado a la acción que a la mente, para eso estaba su señor. Así que escuchó en silencio las palabras de Sheran, que iba levantando poco a poco su plan de acción.

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