Ni Ofthar ni Rhennast tuvieron que dar cuentas allí donde había un
piquete de guardias y ambos alcanzaron el palacio de Nardiok. Lo de palacio era
un eufemismo, pues la residencia del señor Nardiok era más parecida a la casona
del jefe de un pueblo que a los suntuosos palacios de los reyes de antaño. Una
construcción redonda, de dos pisos. En el inferior se encontraban el salón del
trono, un salón de festejos y unas cocinas. En el superior, las habitaciones
reservadas al señor Nardiok y su familia cercana, así como para sus criados
personales. Se decía que la alcoba del señor Nardiok quedaba justo sobre las
cocinas, para que el calor de esta caldease sus horas de sueño.
Rhennast acompañó a Ofthar hasta el salón del trono, donde le
estaba esperando Nardiok, quien se calentaba las manos en una de las chimeneas
aún encendidas.
-
Mi señor, Ofthar -dijo Rhennast al entrar en la sala, para no
acercarse y sobresaltar a Nardiok, con su potente vozarrón.
-
Gracias, Rhennast, déjanos solos, pero espera a que te llame
-pidió Nardiok, alejándose del fuego y aproximándose al trono.
Rhennast se limitó a asentir con la cabeza, le dio una palmada en
la hombrera de Ofthar y se dirigió a la entrada, desapareciendo por el arco.
Ofthar se acercó hasta quedar a unos pasos del trono. Hizo una ligera reverencia
y esperó a que su señor hablara.
-
Como pasa el tiempo, no lo crees, Ofthar, parece ayer cuando
llegaste con tu padre, tras cruzar la mayoría de los señoríos centrales
-rememoró Nardiok, mirando al techo del salón-. Recuerdo la cara de tu abuelo,
el buen Ofha, que pudo disfrutar de su nieto durante unos años -Ofthar asintió
a esa afirmación. Su abuelo Ofha le había enseñado mucho, desde política hasta
las nociones de la guerra. Durante los festejos de hace tres inviernos, bebió
más de lo debido y sufrió un ataque. A los pocos días se reencontró con
Ordhin-. Ahora yo también soy mayor, igual que tu padre, que pronto será abuelo
-Ofthar notó amargura en su voz, supuso que sería por la falta de un
descendiente propio, pero no dijo nada al respecto-. Bueno si te casas.
-
Solo Ordhin y las wherthuins saben cuándo ocurrirá eso -aseguró
Ofthar, que no le gustaba ese tema, algo con lo que ya había peleado con su
padre antes de que se marchara. Ofthar suponía que sería una boda política para
afianzar los lazos con una familia o un señorío amigo, como el caso de la
segunda esposa de su padre y madre de Ofhini, que pertenecía al clan Rhamsha,
el del señor de las montañas.
-
Sí, claro, ellos son los únicos que lo saben seguro -asintió
Nardiok, dejándose caer sobre el trono, parecía cansado.
Nardiok ya no era un hombre joven, había pasado los cincuenta
años, una edad alta para los hombres de la época. El pelo se había encanecido y
las arrugas se contaban en gran número en su rostro. Tenía muchas
preocupaciones, pero Ofthar estaba seguro que la falta de un descendiente
propio era una de las primeras, pues si no elegía a alguien pronto, el señorío
podía acabar en una guerra civil. Lo más seguro es que debía ser una persona
que cayera bien por lo menos al clan Irinat, el del señor Nardiok y al clan
Bhalonov, el suyo, los dos más poderosos del señorío. El resto se amoldarían a
apoyar a uno u a otro.
-
Bueno, mi joven amigo, te preguntarás por qué te he llamado a mi
presencia -anunció Nardiok, más centrado y mirando a Ofthar-. Necesitó un
hombre leal al señorío, un guerrero que además sea astuto e inteligente, no
solo ducho con la espada. Por eso te he elegido a ti. Necesito que viajes a
Laskhal, para que durante un tiempo actúes de embajador de mi corte en el
señorío de las llanuras. Deberás llevar un mensaje mío, una carta de
presentación que ya tengo preparada. Solo se la podrás entregar al señor
Naynho, mi tío.
-
Si esas son vuestras órdenes, por seguro las llevaré a cabo
-afirmó Ofthar.
-
También le llevaras un segundo mensaje a tu padre, al fin y al cabo
dónde está construyendo la nueva capital se encuentra en tu camino hacia el sur
-continuó Nardiok-. Pero esta misión es muy importante, quiero que le enseñes
al señor Naynho lo interesante que es ligar a nuestros señoríos en una alianza
más duradera que las actuales. Espero que seas lo suficiente atractivo para el
futuro de ambos señoríos.
-
Pondré todo lo que sé y tengo a mi mano en ello, mi señor -aseguró
Ofthar, muy seguro de sí mismo, algo que llenó de ilusión y esperanza a
Nardiok.
-
En ese caso, te puedes retirar -ordenó Nardiok, al tiempo que
hacía sonar una campanilla.
Al momento llegó un siervo con dos sobres lacrados, con el sello
de Nardiok, en uno de ellos había escrito el nombre de Ofhar, en el otro no
había nada escrito. Nardiok le deseó un buen viaje. Ofthar tomó los dos sobres,
se despidió y salió del salón de audiencias. Donde esperaba Rhennast.
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