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miércoles, 31 de enero de 2018

Unión (5)




No lo notó Ofthar, pero pasó un buen rato esperando a que estuviese todo listo para marchar. La señora le preguntó por si quería llevar a algún siervo, pero Ofthar prefería viajar ligero. Pero sí que le indicó que pasaría por donde estaba su padre, por si quería que le llevara algún mensaje. Su madrastra se limitó a indicar que le echaba de menos, que eso sería suficiente. Que esperaba que regresara lo antes posible. Ofthar sabía que eso sería imposible, por lo menos hasta que la construcción de Bhlonnor no estuviera más adelantada. Al final, pudieron ponerse en marcha.

Salieron de la casona, donde esperaban un par de siervos, con los caballos listos. Detrás de ellos, esperaban sus compañeros de viaje. Ni Ofthar ni Mhista podían llegar a saber cuánto llevaban allí, sobre sus monturas. Los dos no les hicieron esperar demasiado. Montaron tras despedirse de la madrastra y de Ofhini. El grupo se puso por fin en marcha. No les llevó mucho salir de la ciudad, pero cuando por fin estuvieron cabalgando por la campiña, rumbo sur, Ofthar comprobó que ya había pasado casi toda la mañana, por lo que no llegarían a donde él había planeado, sino que tendrían que hacer noche mucho antes. A Ofthar lo de hacer noche en los viajes era lo que más le fastidiaba de su propia tradición y del ser hijo de un hombre tan importante.

La tradición exigía que fuera recibido con pompa, si paraban incluso en una granja, el hombre libre que la dirigía debía compartir su cerveza y su carne con él. Era algo que se debía hacer con cualquier viajero que recalará en el lugar, pero los halagos y la ceremonia variaba con el rango del invitado, y Ofthar tenía uno muy alto.

Sabía de memoria el camino que tenía que seguir hasta Bhlonnor, y estaba seguro que debería parar, a media tarde, en la aldea de Ryam. Hasta entonces cabalgarían al trote, pues tampoco era necesario llegar demasiado pronto o tarde. El grupo iba de dos en dos, pero solo Ofthar iba sin compañero, hablando, haciendo chanzas, lanzando risotadas y órdagos. Ofthar era el único silencioso, pero no intentó hacer que sus amigos le imitasen. Solo él era el enviado de Nardiok y solo él debía parecerlo.

La aldea de Ryam por fin apareció en el horizonte. Era un conjunto de casuchas circulares, una veintena, que rodeaba más o menos a una más grande, la del señor de la aldea. Un terraplén de tierra apelmazada la rodeaba formando un círculo casi perfecto si no fuera por el acceso que solo era protegida una barricada móvil. Las defensas eran escasas, pero quien iba a asaltar una aldea agrícola en el corazón del señorío. Ni los bandidos eran tan ilusos. Los campos de cultivo y los prados cerrados por muros de piedras eran el paisaje alrededor de la aldea. Había hombres y mujeres por los campos. Ofthar recordaba que Ryam pertenecía a un hombre libre y su familia, perteneciente al clan Arnha. El resto de los habitantes eran los siervos del señor, excepto que hubiera un sacerdote, pues este no podía ser esclavo.

Mientras Ofthar seguía absorto a sus cavilaciones y el grupo se acercaba a Ryam, los siervos sí que se percataron de ellos y enviaron a los niños para advertir a su señor de que pronto tendría invitados. Malo era que el señor de Ryam no se enterase que se acercaban a su feudo, pero peor es lo que les podía pasar a los siervos si se olvidaran de avisarle tras haberlos visto. Era verdad que normalmente los señores eran estrictos con sus trabajadores, raro era que no hubiera castigos para las actitudes poco sociables e indecentes de estos. Pero eran justos, no se dejaban llevar por la malicia ni por el poder que tenían. El problema venía cuando el señor no era importante, o pertenecía a un clan inferior, o creía como el señor de Ryam que le hacían de menos, tanto los líderes de su clan, como los del señorío.

Los niños corrieron como alma que llevaba el diablo, listos para rendir informe al señor. Si lo hacían bien su familia quedaría bien con el señor y este no los castigaría. El miedo en Ryam se había instaurado y había hundido sus garras en los corazones de todos los que allí moraban. Y todo ello, por un triste suceso, impredecible como es el destino, pero que había decantado todo hacia la perversión, la venganza y el terror.

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