Tras el almuerzo, Shennur había ido a trabajar a su despacho,
intentando llegar a una conclusión con el problema del príncipe y de Xhini. Y
ya de paso, con el problema que era el propio emperador, su suegro y la
situación actual, con unos nobles envalentonados y airados por el monarca,
pidiendo una justicia que él no podía otorgar, ni proporcionar sin rozar la
traición. Estaba tan absorto en sus pensamientos, que no se percató en que
Dhiver había llamado a la puerta y que al no obtener respuesta tras insistir un
par de veces, había entrado y le observaba en silencio.
-
Mi señor, hay un caballero que quiere hablar con vos y con el
príncipe Bharazar -se armó de valor Dhiver.
-
¿Qué? -consiguió decir Shennur, saliendo de su trance-. ¿Qué
ocurre, Dhiver?
-
Ha llegado un carruaje, que espera en el patio. No lleva divisa
alguna y parece corrientucho. Lleva a dos hombres embozados en mantos, con
capuchas echadas -informó Dhiver-. Uno de ellos solicita audiencia privada con
vos y el príncipe. Asegura que os trae noticias de vital importancia y también
que vamos con el tiempo justo.
-
¿Ha dicho quién es? -inquirió Shennur, intrigado por la situación.
-
No lo ha hecho, pero dice que vos le conocéis, aunque ya han
pasado muchos años desde que os visteis por última vez -negó Dhiver-. Me ha
indicado que la conversación que quiere hablar con vos debe ser con el menor
número de personas, pues cuantas menos personas oigan lo que tiene que decir,
menos inconvenientes.
-
No lo voy a recibir solo -indicó Shennur-. Llévales al salón azul,
una vez que hayas preparado ahí unos refrigerios. Indica a mis criados que no
deben entrar en esa sala hasta nueva orden. Haz que avisen al príncipe y a su
hombre de confianza, Jha’al. Una vez que estemos dentro, tú cuidarás la puerta
de entrada, nadie, ni mi mujer tienen permiso de entrar, hasta que yo cambie de
idea. ¿Entendido?
-
Sí, mi señor -asintió Dhiver, que hizo una reverencia y se marchó
a cumplir las órdenes de Shennur.
Había elegido el cuarto azul porque era una habitación de tamaño
medio, con poca decoración, pero con sillas y divanes, lo que daría comodidad a
los visitantes. Además estaba lejos de las habitaciones que usaba la familia,
lo que impediría que ninguno de sus miembros se pasara por ahí. Podría hablar
con estos visitantes lo más privado posible. Y la presencia de Jha’al era más
para la seguridad del príncipe que la suya propia.
Terminó un par de informes, los guardó en sitio seguro, tomó su
estoque y se dirigió a la sala azul, que se llamaba así por la decoración del
techo, pintado en tonos azules. Dhiver había sido diligente. Había una serie de
pastelitos y panecillos con cremas azucaradas, listos para tomarse, así como
vino, tinto y blanco, una tetera humeante y una cafetera. Tazas y copas
completaban el juego, así como un bol con azúcar y unas cucharillas. No tuvo
que esperar mucho solo, pues entraron Bharazar y Jha’al.
-
¿Qué es lo que queréis? -preguntó un poco hosco Bharazar, lo que
indicó que el príncipe estaba aún molesto por que el canciller le había
obligado a que dejase de ver a Xhini.
-
Han llegado unos visitantes, solicitan una audiencia con ambos, en
privado -informó Shennur, abriendo los brazos lo más que pudo.
-
¿De qué quieren hablar? -inquirió Bharazar, rebajando su
animosidad hacia Shennur.
-
No lo sé, no lo han dicho, pero pronto sabremos lo que quieren
tratar, mi príncipe -negó Shennur, usando la cortesía formal, para neutralizar
la antipatía de Bharazar.
-
Desconoces de lo que quieren hablar, y aun así les permites que se
paseen por tu casa, a veces creo que sois demasiado crédulo -espetó Bharazar,
con inquina, mientras que Shennur se encogió de hombros.
-
En ocasiones la credulidad es una buena consejera, príncipe -dijo
una voz a la espalda de Bharazar.
El príncipe y Jha’al se volvieron, dejando a Shennur ver a quien
había intervenido. En la puerta, los dos hombres encapuchados y abrigados por
pesados mantos oscuros entraban en la habitación. Eran altos, aunque uno
parecía más grueso que el que había hablado. Según pasaron el umbral, Dhiver
cerró las puertas, siguiendo las instrucciones de su señor, quedándose de
guardia ahí, hasta que fuera llamado.
-
Te he recibido en mi casa, visitante, como has solicitado, incluso
sin saber cómo te llamas -indicó Shennur, que señaló los asientos y la mesa con
las viandas-. He dispuesto lo que la cortesía de anfitrión manda. Podrás tomar
una copa o alimentarte con estas fruslerías. Pero ahora toca por tu parte,
quiero verte la cara y saber quién eres, tú y tu acompañante.
-
Has preparado más de lo que esperaba, canciller -alabó el
encapuchado-. En verdad la pelota está en el campo, y me toca hablar de cosas
que ya no esperaba poder contar. Me llamo Sheran, y en otro tiempo trabaje en
palacio, como criado -Sheran se quitó el abrigo, así como su acompañante que
resultó ser su fiel Ohma-. No sé si me reconoces, Shennur, pues en esa época
rara vez te separabas del buen Mhaless, quien te estaba educando para
sustituirlo. Él, se llama Ohma, y al igual que el soldado que acompaña al
príncipe, es mi más fiel protector.
Shennur se puso a estudiar en silencio a Sheran, buscando ese
nombre entre sus recuerdos y poco a poco fue apareciendo una imagen mental,
recordando una historia, una ensoñación ya antigua y que creía olvidada.
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