Lybhinnia dejó el arco y se acercó a Gynthar, que respiraba
cansado, arrodillado en medio de la plataforma, con los ojos cerrados y con
ambas manos cerradas con fuerza sobre la empuñadura del espadón, cuyo acero
estaba cubierto de sangre, descansando su filo sobre el suelo de la cima. La
cazadora buscaba las heridas que pudiera tener.
-
¡Gynthar! ¡Gynthar! -llamaba desesperada Lybhinnia, pero el
guerrero no parecía reaccionar, hasta que tomó su cara con las dos manos y le
besó en los labios. Gynthar abrió los ojos.
-
¿Lybhinnia? -preguntó Gynthar, como saliendo de un pesado sueño,
como si no reconociera a la cazadora.
-
Gynthar, por favor -rogó Lybhinnia, que soltó el agarre que tenía
de su rostro, ligeramente turbada por haber besado al guerrero, sin saber por
qué lo había hecho, esperando que su compañero de viaje no se hubiera dado
cuenta.
-
Pensé… pensé que te había matado… oí su aullido, parecía que
festejaba su victoria -decía sobresaltado Gynthar, mientras soltó su espada que
tintineó al golpear con el suelo de piedra.
Gynthar empezó a sonreír y puso una de sus manos sobre el pelo de
Lybhinnia, manchándolo de sangre, pero aun así la elfa no se pudo quejar, pues
la alegría que emanaba el guerrero era contagiosa. Lybhinnia nunca había visto
esa felicidad en el rostro de Gynthar, era un sentimiento puro y le gustó,
hasta deseó que el guerrero fuera menos serio. La sonrisa se terció en unas
carcajadas, a las que se le fueron uniendo unas lágrimas, que llenaban sus ojos
claros.
-
Creía que te había perdido, mi Lybhinnia,... que hubiera sido una
vida sin que tú me acompañaras… -las palabras de Gynthar asomaban entre
carcajada, y por una vez eran tan sinceras que golpeaban el corazón de la
cazadora, de una forma que jamás había supuesto-. Una eternidad sin ver tus
ojos,... una prisión en la propia vida...
Lybhinnia no sabía qué responder, pues sabía perfectamente que
Gynthar se estaba declarando, le estaba mostrando su verdadero corazón, no como
cuando la primera petición, ahora los sentimientos de Gynthar fluían, como un
río, cuyas aguas eran imposibles de detener, golpeando en la tierra, arañando
esquirlas de sedimentos. Pero Lybhinnia decidió quedarse allí, sin abrir la
boca, sin confirmar lo que ya había notado, el temor a haberle perdido cuando
los dos primeros lobos lo habían arrastrado con ellos. La certeza a que sentía
algo por ese Gynthar, cuidadoso y que la intentaba proteger a toda costa, ese
guerrero que parecía que seguía amándola, aunque fuera en el silencioso mundo
de su interior.
-
¡Gynthar! ¡Gynthar! -volvió a intentar que el guerrero
reaccionara-. ¿Estás herido? ¿Te han mordido esos lobos?
-
No, no, estoy bien, esta sangre no es mía -Gynthar parecía haber
salido de su trance, aunque seguía mirando a Lybhinnia con ojos temerosos. En
ese momento se dio cuenta que tenía una de sus manos sobre el pelo de la
cazadora, y lo estaba manchado de sangre-. Lo siento, te he manchado el pelo.
¿Y el lobo?
-
Ha huido -contestó Lybhinnia, levantándose y señalando por donde
había caído-. Pero no creo que vuelva, hemos acabado con su manada y creo que está
herido. Yo por lo menos le he cortado en la cara, ha perdido un ojo. Y creo que
tú le has provocado una herida en el costado.
-
Espera aquí -dijo Gynthar que se levantó, tambaleándose por el
esfuerzo y el gasto de fuerzas, andando hacia una de sus bandoleras y tomando
algo de ellas-. No permitiré que se acerque otra vez por aquí. Mantente en
guardia, ojo avizor.
Gynthar, aun moviéndose con torpeza, se marchó por las escaleras,
sin su espada, que permanecía sobre la roca. Lybhinnia intentaba seguir sus
movimientos. Por un momento le pareció que movía los cuerpos de los lobos
muertos, colocándolos alrededor de las rocas, por lo menos los que habían caído
alejados, porque los cercanos ya estaban bien posicionados para lo que quería
Gynthar. Al poco tiempo, las primeras llamas empezaron a elevarse en la noche.
Lybhinnia lo entendió perfectamente. Gynthar había decidido quemar los cuerpos
de los lobos, que arderían sin problemas mezclados con las resecas hierbas
altas. Lo que había tomado de la bandolera era su yesquero. Cuando regresó a la
cima, el acumulo de rocas estaba protegido por un círculo de fuego, más o menos
completo. Ni el gran lobo ni otra alimaña se acercaría por allí en toda la
noche, no mientras hubiera fuego.
Gynthar le entregó las flechas que había recuperado, a lo que
Lybhinnia le agradeció el gesto. Entonces se dispuso a limpiar su espada, pero
el cansancio de la batalla pudo con él, y se durmió sentado, allí donde
limpiaba su arma. Lybhinnia se acercó a él, le quitó el arma, la armadura y lo
llevó hasta el lecho. Lo tumbó con cuidado y lo tapó con la capa. Le observó
cómo dormía, plácidamente.
-
Descansa mi paladín -susurró Lybhinnia y luego le besó en los
labios, una unión corta, pero llena de sentimientos encontrados en la cazadora.
Lybhinnia se encargó durante un rato de preparar sus armas,
limpiarlas y luego se pasó a las de Gynthar. Cuando terminó de dejar todo
listo, revisó el horizonte, pero no vio nada amenazante cerca. El lobo, si aún
estaba en esa zona ya no les haría ninguna otra visita, no en esa noche, él
también tenía heridas que lamerse.
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