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domingo, 25 de febrero de 2018

La odisea de la cazadora (15)



Lybhinnia dejó el arco y se acercó a Gynthar, que respiraba cansado, arrodillado en medio de la plataforma, con los ojos cerrados y con ambas manos cerradas con fuerza sobre la empuñadura del espadón, cuyo acero estaba cubierto de sangre, descansando su filo sobre el suelo de la cima. La cazadora buscaba las heridas que pudiera tener.


-       ¡Gynthar! ¡Gynthar! -llamaba desesperada Lybhinnia, pero el guerrero no parecía reaccionar, hasta que tomó su cara con las dos manos y le besó en los labios. Gynthar abrió los ojos.
-       ¿Lybhinnia? -preguntó Gynthar, como saliendo de un pesado sueño, como si no reconociera a la cazadora.
-       Gynthar, por favor -rogó Lybhinnia, que soltó el agarre que tenía de su rostro, ligeramente turbada por haber besado al guerrero, sin saber por qué lo había hecho, esperando que su compañero de viaje no se hubiera dado cuenta.
-       Pensé… pensé que te había matado… oí su aullido, parecía que festejaba su victoria -decía sobresaltado Gynthar, mientras soltó su espada que tintineó al golpear con el suelo de piedra.
Gynthar empezó a sonreír y puso una de sus manos sobre el pelo de Lybhinnia, manchándolo de sangre, pero aun así la elfa no se pudo quejar, pues la alegría que emanaba el guerrero era contagiosa. Lybhinnia nunca había visto esa felicidad en el rostro de Gynthar, era un sentimiento puro y le gustó, hasta deseó que el guerrero fuera menos serio. La sonrisa se terció en unas carcajadas, a las que se le fueron uniendo unas lágrimas, que llenaban sus ojos claros.


-       Creía que te había perdido, mi Lybhinnia,... que hubiera sido una vida sin que tú me acompañaras… -las palabras de Gynthar asomaban entre carcajada, y por una vez eran tan sinceras que golpeaban el corazón de la cazadora, de una forma que jamás había supuesto-. Una eternidad sin ver tus ojos,... una prisión en la propia vida...

Lybhinnia no sabía qué responder, pues sabía perfectamente que Gynthar se estaba declarando, le estaba mostrando su verdadero corazón, no como cuando la primera petición, ahora los sentimientos de Gynthar fluían, como un río, cuyas aguas eran imposibles de detener, golpeando en la tierra, arañando esquirlas de sedimentos. Pero Lybhinnia decidió quedarse allí, sin abrir la boca, sin confirmar lo que ya había notado, el temor a haberle perdido cuando los dos primeros lobos lo habían arrastrado con ellos. La certeza a que sentía algo por ese Gynthar, cuidadoso y que la intentaba proteger a toda costa, ese guerrero que parecía que seguía amándola, aunque fuera en el silencioso mundo de su interior.
-       ¡Gynthar! ¡Gynthar! -volvió a intentar que el guerrero reaccionara-. ¿Estás herido? ¿Te han mordido esos lobos?
-       No, no, estoy bien, esta sangre no es mía -Gynthar parecía haber salido de su trance, aunque seguía mirando a Lybhinnia con ojos temerosos. En ese momento se dio cuenta que tenía una de sus manos sobre el pelo de la cazadora, y lo estaba manchado de sangre-. Lo siento, te he manchado el pelo. ¿Y el lobo?
-       Ha huido -contestó Lybhinnia, levantándose y señalando por donde había caído-. Pero no creo que vuelva, hemos acabado con su manada y creo que está herido. Yo por lo menos le he cortado en la cara, ha perdido un ojo. Y creo que tú le has provocado una herida en el costado.
-       Espera aquí -dijo Gynthar que se levantó, tambaleándose por el esfuerzo y el gasto de fuerzas, andando hacia una de sus bandoleras y tomando algo de ellas-. No permitiré que se acerque otra vez por aquí. Mantente en guardia, ojo avizor.


Gynthar, aun moviéndose con torpeza, se marchó por las escaleras, sin su espada, que permanecía sobre la roca. Lybhinnia intentaba seguir sus movimientos. Por un momento le pareció que movía los cuerpos de los lobos muertos, colocándolos alrededor de las rocas, por lo menos los que habían caído alejados, porque los cercanos ya estaban bien posicionados para lo que quería Gynthar. Al poco tiempo, las primeras llamas empezaron a elevarse en la noche. Lybhinnia lo entendió perfectamente. Gynthar había decidido quemar los cuerpos de los lobos, que arderían sin problemas mezclados con las resecas hierbas altas. Lo que había tomado de la bandolera era su yesquero. Cuando regresó a la cima, el acumulo de rocas estaba protegido por un círculo de fuego, más o menos completo. Ni el gran lobo ni otra alimaña se acercaría por allí en toda la noche, no mientras hubiera fuego.


Gynthar le entregó las flechas que había recuperado, a lo que Lybhinnia le agradeció el gesto. Entonces se dispuso a limpiar su espada, pero el cansancio de la batalla pudo con él, y se durmió sentado, allí donde limpiaba su arma. Lybhinnia se acercó a él, le quitó el arma, la armadura y lo llevó hasta el lecho. Lo tumbó con cuidado y lo tapó con la capa. Le observó cómo dormía, plácidamente.

-       Descansa mi paladín -susurró Lybhinnia y luego le besó en los labios, una unión corta, pero llena de sentimientos encontrados en la cazadora.

Lybhinnia se encargó durante un rato de preparar sus armas, limpiarlas y luego se pasó a las de Gynthar. Cuando terminó de dejar todo listo, revisó el horizonte, pero no vio nada amenazante cerca. El lobo, si aún estaba en esa zona ya no les haría ninguna otra visita, no en esa noche, él también tenía heridas que lamerse.

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