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domingo, 4 de febrero de 2018

La odisea de la cazadora (12)



Cuando Lybhinnia abrió los ojos, la luz del sol ya llenaba el cielo, el amanecer había pasado ya, lo que quería decir que se había dormido. Los recuerdos de la noche empezaron a brotar y se levantó de un salto, con el arco aún en su mano, bien aferrado. Miró sus dedos y estaban llenos de tierra y sangre, mientras que sus uñas estaban rotas. Miró alrededor y detuvo su búsqueda en Gynthar que permanecía sentado, mirando hacia el claro. Siguió la mirada del guerrero y al poco descubrió los huesos, limpios como patenas, de sus dos piezas. Sabía que eran ellas, por las dos flechas que estaban junto a ellas.
-       ¿Qué diablos eran esos lobos? ¿Qué ha pasado? -preguntó Lybhinnia.
-       No lo sé, no había visto nunca unos lobos de ese tamaño -contestó Gynthar, oteando el terreno que les rodeaba-. Pero si debemos acampar las siguientes noches y esos siguen por aquí debemos buscar lugares seguros.
-       Hay otras formaciones rocosas en nuestro camino, así como alguna charca, pero si tenemos que recorrer campo a través estaremos muy expuestos -indicó Lybhinnia, segura de lo que había distinguido por la noche.
-       Supongo que tendremos que arriesgarnos -afirmó Gynthar, poniéndose de pie y avanzando hacia donde estaban sus cosas-. Si ellos nos ven, nosotros también a ellos. Recoge tus cosas, debemos ponernos en marcha. Debemos recorrer nuestro camino y encontrar otro lugar para pasar la próxima noche.
Lybhinnia asintió y se encargó de plegar la capa que le había dejado Gynthar la noche anterior, devolviéndosela cuando la dobló. Se colgó el carcaj y su macuto de la espalda, comprobó sus armas y descendió de la altura dando una serie de saltos. Se alejó en dirección a los esqueletos con la intención de recuperar sus flechas. Las revisó y vio que no estaban muy deterioradas, lo que indicaba que las podría volver a usar. Una vez que las introdujo en su carcaj, regresó a la carrera junto a Gynthar y se pusieron de nuevo en marcha.
Tal como había previsto Lybhinnia, algo antes del mediodía, el bosque se abrió y llegaron a una llanura inmensa, con bosquecillos aislados, que al contrario del gran bosque, parecían vitales y lozanos. Las hojas verdes y la madera brillante. El terreno estaba formado por una serie de ondulaciones leves, con alguna colina un poco más abrupta, tapizadas por una hierba alta y dorada. Gynthar tuvo que disculparse con la cazadora, pues esta le había advertido sobre la desaparición del bosque, que se alejaba hacia el este. Pero como no se podían detener, siguieron hacia el norte, hacia su destino.
De las charcas que había anunciado Lybhinnia no encontraron rastro alguno, lo que quería decir que no solo se habían secado, sino que los árboles que la rodeaban hacía tiempo que habían desaparecido con ellas. Este cambio era muy radical y no podía haber ocurrido en tan poco tiempo. Pasaron de un par de formaciones rocosas, una porque era muy baja, muy difícil de defender ante los nuevos depredadores y otra porque se alejaban de su camino demasiado. La cazadora le había hablado de una tercera a Gynthar, una parecida a la Uña de Osbbhay.
Se estaban acercando a su próximo refugio, cuando Gynthar dio la alarma, a su espalda a un par de kilómetros habían aparecido un buen número de formas, seres de un pelaje oscuro, casi negro, que corrían a cuatro patas. De un tamaño que difícilmente se les podía comparar con lobos, parecían osos, sobretodo uno de ellos, el que iba el primero. Pero por la forma, la silueta, sin duda eran lobos. También por las cabezas, diseñadas para la caza en velocidad, con unas fauces cargadas de letales dientes, garras en sus patas, y una fuerza que les hacía ser unos cazadores muy hábiles. Y ahora habían encontrado el rastro de una presa, su rastro.
Gynthar y Lybhinnia apretaron el paso, debían alcanzar el refugio, antes de que los lobos les alcanzaran a ellos. Tocaba correr, no podían mantener el paso de trote con el que avanzaban normalmente, pero las fuerzas las habían usado para toda la jornada. Lybhinnia estaba segura que esa manada era la misma de la noche anterior. Que se habían limitado a seguirles hasta encontrar el momento preciso para atacar. Pero si eso era verdad, indicaba que esos lobos pensaban, que eran inteligentes. Por un segundo le pareció que tenían alma.
Por fin, al ascender por una de las elevaciones, distinguió el refugio, un acumulo de piedras, de mayor grosor que la Uña de Osbbhay, pero que alcanzaba mayor altura, pero con un pequeño inconveniente, había una serie de piedras que formaban una escalera natural, no completa, pero sí lo suficientemente como para que una de esas bestias lo intentara. Podría ser que ese lugar no fuera un refugio tan bueno como se esperaba. Escuchó que Gynthar murmuraba algo que no entendió, pero supuso que había observado la peculiaridad del acumulo de rocas y había llegado a su misma conclusión. Pero fuera lo que fuera que dijo, no se detuvo, y siguió directo a las rocas.
Los dos elfos tuvieron que gastar todas sus fuerzas en recorrer la distancia que les separaba de las rocas, escuchando cada vez más cerca los gruñidos de los lobos, que iban ganando la carrera poco a poco. Lybhinnia fue la primera en alcanzar las rocas, en internarse en la escalera, saltando de una en otra, sin perder la inercia ni la velocidad, sin saber si Gynthar iba detrás de ella, pero con los aullidos de los lobos cada vez más cerca. Sus pies volaban de una roca a otra, como si fuera una rana, saltando de una hoja de nenúfar a otra. Cuando llegó a la plataforma final, jadeaba por el esfuerzo, y se dejó caer al suelo, exhausta. Entonces notó como le caía encima un par de bolsas, las bandoleras de Gynthar, por lo que volvió la cara hacia el lugar por el que había llegado y la visión de las fauces de un lobo le heló la sangre.
El animal les había seguido, realizando uno tras otro cada uno de sus saltos. Lybhinnia, tal vez por el esfuerzo o tal vez por un descuido se había dejado caer al suelo, lo que había sido un verdadero fallo, algo que una cazadora de su nivel no habría cometido, y ahora allí tirada tenía los dientes afilados del lobo frente a sus ojos. Entonces brilló algo sobre ella, el lobo más interesado en Lybhinnia ni se percató del peligro que caía desde arriba. La gran espada de Gynthar, golpeó la cabeza del lobo, junto a una de sus orejas, rompiendo el hueso, como si fuera una manzana, cortando carne y separando la parte frontal del resto del cuerpo. Ambas partes sucumbieron y se precipitaron entre las rocas, manchado las paredes pétreas de una sangre oscura. El gran lobo detuvo su avance y lanzó un aullido desgarrador. El resto de la manada se alejó, lo suficiente para que la arquera no los atacara. Gynthar sabía lo que ahora ocurriría y no le gustaba, los lobos esperarían y les atacarían todos juntos.

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