Cuando Lybhinnia abrió los ojos, la luz del sol ya llenaba el
cielo, el amanecer había pasado ya, lo que quería decir que se había dormido.
Los recuerdos de la noche empezaron a brotar y se levantó de un salto, con el
arco aún en su mano, bien aferrado. Miró sus dedos y estaban llenos de tierra y
sangre, mientras que sus uñas estaban rotas. Miró alrededor y detuvo su
búsqueda en Gynthar que permanecía sentado, mirando hacia el claro. Siguió la
mirada del guerrero y al poco descubrió los huesos, limpios como patenas, de
sus dos piezas. Sabía que eran ellas, por las dos flechas que estaban junto a
ellas.
-
¿Qué diablos eran esos lobos? ¿Qué ha pasado? -preguntó Lybhinnia.
-
No lo sé, no había visto nunca unos lobos de ese tamaño -contestó
Gynthar, oteando el terreno que les rodeaba-. Pero si debemos acampar las
siguientes noches y esos siguen por aquí debemos buscar lugares seguros.
-
Hay otras formaciones rocosas en nuestro camino, así como alguna
charca, pero si tenemos que recorrer campo a través estaremos muy expuestos
-indicó Lybhinnia, segura de lo que había distinguido por la noche.
-
Supongo que tendremos que arriesgarnos -afirmó Gynthar, poniéndose
de pie y avanzando hacia donde estaban sus cosas-. Si ellos nos ven, nosotros
también a ellos. Recoge tus cosas, debemos ponernos en marcha. Debemos recorrer
nuestro camino y encontrar otro lugar para pasar la próxima noche.
Lybhinnia asintió y se encargó de plegar la capa que le había
dejado Gynthar la noche anterior, devolviéndosela cuando la dobló. Se colgó el
carcaj y su macuto de la espalda, comprobó sus armas y descendió de la altura
dando una serie de saltos. Se alejó en dirección a los esqueletos con la
intención de recuperar sus flechas. Las revisó y vio que no estaban muy
deterioradas, lo que indicaba que las podría volver a usar. Una vez que las
introdujo en su carcaj, regresó a la carrera junto a Gynthar y se pusieron de
nuevo en marcha.
Tal como había previsto Lybhinnia, algo antes del mediodía, el
bosque se abrió y llegaron a una llanura inmensa, con bosquecillos aislados,
que al contrario del gran bosque, parecían vitales y lozanos. Las hojas verdes
y la madera brillante. El terreno estaba formado por una serie de ondulaciones
leves, con alguna colina un poco más abrupta, tapizadas por una hierba alta y
dorada. Gynthar tuvo que disculparse con la cazadora, pues esta le había
advertido sobre la desaparición del bosque, que se alejaba hacia el este. Pero
como no se podían detener, siguieron hacia el norte, hacia su destino.
De las charcas que había anunciado Lybhinnia no encontraron rastro
alguno, lo que quería decir que no solo se habían secado, sino que los árboles
que la rodeaban hacía tiempo que habían desaparecido con ellas. Este cambio era
muy radical y no podía haber ocurrido en tan poco tiempo. Pasaron de un par de
formaciones rocosas, una porque era muy baja, muy difícil de defender ante los
nuevos depredadores y otra porque se alejaban de su camino demasiado. La
cazadora le había hablado de una tercera a Gynthar, una parecida a la Uña de
Osbbhay.
Se estaban acercando a su próximo refugio, cuando Gynthar dio la
alarma, a su espalda a un par de kilómetros habían aparecido un buen número de
formas, seres de un pelaje oscuro, casi negro, que corrían a cuatro patas. De
un tamaño que difícilmente se les podía comparar con lobos, parecían osos,
sobretodo uno de ellos, el que iba el primero. Pero por la forma, la silueta,
sin duda eran lobos. También por las cabezas, diseñadas para la caza en
velocidad, con unas fauces cargadas de letales dientes, garras en sus patas, y
una fuerza que les hacía ser unos cazadores muy hábiles. Y ahora habían
encontrado el rastro de una presa, su rastro.
Gynthar y Lybhinnia apretaron el paso, debían alcanzar el refugio,
antes de que los lobos les alcanzaran a ellos. Tocaba correr, no podían
mantener el paso de trote con el que avanzaban normalmente, pero las fuerzas
las habían usado para toda la jornada. Lybhinnia estaba segura que esa manada
era la misma de la noche anterior. Que se habían limitado a seguirles hasta
encontrar el momento preciso para atacar. Pero si eso era verdad, indicaba que
esos lobos pensaban, que eran inteligentes. Por un segundo le pareció que
tenían alma.
Por fin, al ascender por una de las elevaciones, distinguió el
refugio, un acumulo de piedras, de mayor grosor que la Uña de Osbbhay, pero que
alcanzaba mayor altura, pero con un pequeño inconveniente, había una serie de
piedras que formaban una escalera natural, no completa, pero sí lo
suficientemente como para que una de esas bestias lo intentara. Podría ser que ese
lugar no fuera un refugio tan bueno como se esperaba. Escuchó que Gynthar
murmuraba algo que no entendió, pero supuso que había observado la peculiaridad
del acumulo de rocas y había llegado a su misma conclusión. Pero fuera lo que
fuera que dijo, no se detuvo, y siguió directo a las rocas.
Los dos elfos tuvieron que gastar todas sus fuerzas en recorrer la
distancia que les separaba de las rocas, escuchando cada vez más cerca los
gruñidos de los lobos, que iban ganando la carrera poco a poco. Lybhinnia fue
la primera en alcanzar las rocas, en internarse en la escalera, saltando de una
en otra, sin perder la inercia ni la velocidad, sin saber si Gynthar iba detrás
de ella, pero con los aullidos de los lobos cada vez más cerca. Sus pies
volaban de una roca a otra, como si fuera una rana, saltando de una hoja de
nenúfar a otra. Cuando llegó a la plataforma final, jadeaba por el esfuerzo, y
se dejó caer al suelo, exhausta. Entonces notó como le caía encima un par de
bolsas, las bandoleras de Gynthar, por lo que volvió la cara hacia el lugar por
el que había llegado y la visión de las fauces de un lobo le heló la sangre.
El animal les había seguido, realizando uno tras otro cada uno de
sus saltos. Lybhinnia, tal vez por el esfuerzo o tal vez por un descuido se
había dejado caer al suelo, lo que había sido un verdadero fallo, algo que una
cazadora de su nivel no habría cometido, y ahora allí tirada tenía los dientes
afilados del lobo frente a sus ojos. Entonces brilló algo sobre ella, el lobo
más interesado en Lybhinnia ni se percató del peligro que caía desde arriba. La
gran espada de Gynthar, golpeó la cabeza del lobo, junto a una de sus orejas,
rompiendo el hueso, como si fuera una manzana, cortando carne y separando la
parte frontal del resto del cuerpo. Ambas partes sucumbieron y se precipitaron
entre las rocas, manchado las paredes pétreas de una sangre oscura. El gran
lobo detuvo su avance y lanzó un aullido desgarrador. El resto de la manada se alejó,
lo suficiente para que la arquera no los atacara. Gynthar sabía lo que ahora
ocurriría y no le gustaba, los lobos esperarían y les atacarían todos juntos.
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