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miércoles, 7 de febrero de 2018

El tesoro de Maichlons (38, final)



Cuando entró en el despacho de su padre se encontró de lleno con Rubeons y Galvar que hablaban entre ellos. Fuera lo que fuera lo que se decían, la conversación se terminó de forma abrupta cuando Maichlons llegó. Ambos se volvieron para encararse con el recién llegado.
-        Vaya, mira quién ha llegado -dijo Rubeons-. Parece que le has bajado los humos al gallito del bastardo.
-      Y no lo has matado, lo que no provocara la ira de Shon de Kharnash -indicó Galvar, respirando con pesadez-. El maldito gobernador del norte es un pelmazo pero ama con locura a sus descendientes, por muy bastardos que sean. Aunque hubieras matado a su hijo en un duelo y un combate justo, sus quejas y lamentos llegarían un día sí y otro también.
-     La última noticia que tengo es que un médico ha conseguido para la hemorragia y le ha cosido el brazo. Le quedará una gran cicatriz. Me han comunicado que ha mandado a la mierda a la mayoría de sus amigos o lameculos, recluyéndose él solo en sus habitaciones -informó Rubeons-. Dice que necesitaba pensar sin oír coros de falsos amigos.
-    Padre, el rey me ha comunicado que puedes pasar a por el dinero -señaló Maichlons, pensando en las palabras de Rubeons, sobre Shon de Fritzanark.
-       ¡Hum! Rubeons, es hora de reunirnos con el rey -comentó Galvar-. Qué tengas un buen día, hijo.
Los dos asesores se marcharon hablando y dejaron a Maichlons solo. Se dejó caer sobre su silla y observó la pila de informes que le esperaban. Luego miró el cielo por la ventana que le quedaba enfrente. Se quedó un rato en esa forma y al final se puso de pie, saliendo de la habitación.
Dejó el castillo y fue a pedir un carruaje. En las cocheras ya tenían por casualidad uno listo, algo que dejó intrigado a Maichlons por unos segundos, pero que dejó pasar porque tenía otras cosas que hacer. Le dio la dirección al cochero y se subió. El carruaje salió disparado, traqueteando por el adoquinado.
No estuvo fijándose en el paisaje del trayecto, sino que estaba pensando cómo abordar la tarea frente a la que se encontraba, simulando la conversación que quería llevar a cabo, incluyendo cada uno de los posibles giros que se pudieran producir. Debido a esto el trayecto se le hizo considerablemente más corto y se sorprendió al ver que ya había llegado a su destino. Al abrir la portezuela se encontró ante un edificio alto, casi sin ventanas, con unos portones, algunos abiertos y con carros llenos de mercancías. En la fachada, con letras negras se podía ver en grande “Casa Tuvelorn”. Estaba ante el almacén principal y oficinas de la casa comercial. Maichlons cruzó la acera y entró por uno de los portones, cruzándose con unos peones que cargaban una pesada caja.
En el interior del edificio, cajas, sacos y toneles llenaban prácticamente toda la planta baja. Un empleado, al que encontró por allí, le guió hasta unas escaleras, que según indicó le llevarían a las oficinas. Las subió a saltos, con prisa hasta cruzar una puerta abierta. Al otro lado había una serie de salas mejor decoradas que el piso de abajo. Un hombre se cruzó en su camino.
-          ¿Qué desea? -preguntó el empleado.
-         Soy Maichlons de Inçeret y me gustaría poder hablar con el señor Edwhin de Tuvelorn -indicó Maichlons.
-          Ahora mismo está reunido -dijo el empleado.
-          No importa, le esperaré.
El empleado le señaló unas sillas, y Maichlons se sentó allí. El empleado se fue por una puerta interior. No regresó hasta un buen tiempo después. No le dijo nada a Maichlons y se sentó tras una mesa, sumergiéndose en una pila de informes y papeles. Maichlons se quedó quieto, pensativo, dirigiendo su mente hacia la conversación que llevaba mucho simulando.
No supo cuánto tiempo había pasado, pero por fin una puerta al fondo de la habitación y dos hombres aparecieron hablando, deseándose lo mejor uno al otro. Uno era Authior de Surbazon y el otro el propio Edwhin. Al principio el dueño de la firma no se dio cuenta de la presencia de Maichlons, porque Authior le tapaba. Pero cuando este se movió le reconoció al momento.
-       General de Inçeret, usted por aquí, como no he sido avisado antes -dijo Edwhin, mirando al empleado que intentó disculparse al ver que había cometido un error-. Bueno Authior, ya seguiremos con los negocios en otro momento, tengo asuntos que atender con el señor de Inçeret.
Authior asintió con la cabeza, pero miró con odio a Maichlons. Ya había oído el rumor de que había sobrevivido al duelo, pero ahora se daba cuenta que en verdad lo había ganado. No tenía nada más que hacer ante Gharsiz y su padre, el soldado le había ganado por la mano. Y eso realmente le encolerizaba.
Maichlons se puso en pie y siguió con la mirada al joven mercader, tras lo cual se dirigió tras los pasos de Edwhin, al interior de su despacho. El mercader le ofreció un asiento y algo de beber, pero Maichlons prefirió no tomar nada, solamente se sentó en el butacón ofertado. Edwhin tampoco se sirvió ningún bebedizo y se sentó en un sofá frente al de Maichlons.
-       ¿En qué te puedo ayudar? -preguntó Edwhin, que añadió-. Aunque antes te debo felicitar por vencer a Shon de Fritzanark y dejar claro que insultó a mi hija. Has expuesto tu vida para defender el honor de mi familia. No sé cómo te lo podré devolver.
-     Un caballero con una misión, como buen soldado se debe a su palabra -quitó hierro Maichlons.
-       En ese caso, ¿qué asuntos te ha traído a mi negocio? -volvió a preguntar Edwhin, un poco ansioso.
-       He venido con la firme idea de pediros la mano de vuestra hija Gharsiz, para que se convierta en mi esposa -soltó Maichlons, como si fuera una carga demasiado pesada.
-      Como ya entenderéis esta petición me llena de orgullo y si por mi fuera únicamente, os la entregaría inmediatamente, pero siempre he creído que mi hija debía decidir por ella misma -indicó Edwhin-. Así que ahora mismo iremos a hablar con ella. Pero quiero que me respondáis a algo. ¿Qué es para vos mi hija?
-        Vuestra hija es el tesoro que no quiero perder -contestó Maichlons.
Edwhin se puso de pie, asintiendo con la cabeza, dando a entender que le había gustado la respuesta de Maichlons. El mercader guió a Maichlons por una serie de pasillos que unían el edificio de la empresa, con el siguiente, que resultó ser la residencia de los Tuvelorn. Maichlons le repitió la pedida a Gharsiz, que con una gran sonrisa aceptó la proposición. De ahí en unos meses ambos se unirían en matrimonio, con Bhall como testigo.

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