Shennur señaló los divanes y se dejó caer en uno, tras llenar una
copa con vino blanco y tomar uno de los pastelillos, uno de mousse de limón,
algo que le agradaba con ganas. Se lo comió de un solo bocado y lo pasó con un
trago de vino.
-
Sheran, el ayudante personal del emperador Shimoel IV -dijo
Shennur.
-
Veo que aun os acordáis de mi -afirmó Sheran, sentándose en una
silla, mientras que Ohma se quedó de pie, tras el respaldo, mirando sin
disimulo a Jha’al, a quién parecía tener como su principal enemigo.
Bharazar sin entender mucho de lo que iba esta audiencia o más
bien reencuentro de dos sirvientes imperiales, se sentó en un diván frente a
ellos, esperando ver cuando le añadirían en la conversación.
-
Si no nos estas mintiendo y aseguras que eres el Sheran que se
encargaba de ayudar con los papeles al emperador Shimoel IV, deberías estar
muerto -indicó Shennur.
-
Y casi fue así -asintió Sheran, levantando su brazo derecho, cuya
manga se cayó y dejo al aire la inmensa cicatriz-. Este es un recuerdo de
vuestro hermano, o más bien de sus guardias personales, antes de que me dieran
por muerto. Deberían haber bajado a las cloacas para asegurarse. Pero eso les
habría valido mal olor por un tiempo.
-
¿Y el incendio? -preguntó Shennur incrédulo.
-
Una buena cortina de humo para tapar sus acciones, nunca mejor
dicho -se rio Sheran-. Pero no estamos aquí para hablar de cómo desaparecí del
palacio. Sino porque tuve que desaparecer del palacio. Habrá puntos en esta
historia que, príncipe, no os van a gustar, que me miraréis como a un
indeseable, pero yo os traigo la verdad. Una información que os hará ver que la
realidad supera con creces la imaginación más floreciente.
-
Dejaros de bellas palabras y florituras, habéis venido a algo,
pues empezad con ello -Bharazar quería saber que se guardaba ese hombre.
-
Como ya se ha dicho antes, yo era el ayudante personal de vuestro
padre. Me había elegido personalmente el canciller Mhaless, entre otros
escribas de palacio, por mis cualidades, más que por mis habilidades -empezó a
decir Sheran-. Mi cometido era duro, pero a la vez importante. Me encargaba de
aplicar las órdenes de vuestro padre, redactar misivas, informes y todo ello,
pasarlo al canciller. En ocasiones, llevaba peticiones de Mhaless sobre asuntos
menores, que el emperador debía simplemente aceptar. Me gustaba lo que hacía.
Pero entonces regresó de la academia militar vuestro hermano. Y yo, qué le
vamos a hacer, me gustaban los hombres, como a vuestro hermano. Es un hecho que
no puedo remediar, no me repudió por ello, sino que lo trato con honestidad y
orgullo.
Los tres hombres le miraron a los ojos y no pasaron desapercibidos
como su compañero, Ohma, ponía una mano sobre su hombro derecho, sin abrir la
boca, sin hacer ni un gesto más allá del de retarles a comprobar que lo que
decía no era un mal, como la sociedad quería hacer ver, sino un estado más de
la naturalidad de los hombres. Ninguno de los tres intentó argumentar nada,
prefirieron seguir en silencio.
-
Shen’Ahl era un chiquillo, pero aun así me quedé enamorado de él.
Y él me correspondió -prosiguió Sheran-. Durante mis noches, compartía su
lecho, sus juegos y mi corazón. Pero Shen’Ahl nunca fue amante de una única
compañía, sino que otros entraban y salían de su alcoba. Mozos de cuadras,
soldados o jardineros. El problema vino cuando los amigos de Shen’Ahl, jóvenes
advenedizos querían regalos o más bien ascensos por la corte, en devolución por
lo que le daban al príncipe heredero. Y entre todos, apareció uno especialmente
altivo y con ganas de ascender rápido. En sus juergas y entretenimientos, este
individuo gastaba inmensas cantidades de dinero para arrinconar a Shen’Ahl.
Hasta que enseñó sus cartas, quería que el príncipe convenciese a su padre para
que le nombrarán embajador imperial en el reino de Tharkanda.
-
¿Dhasvi de Ahlkalcel? -preguntó Shennur, incrédulo.
-
El mismo -asintió Sheran-. No sé a ciencia cierta que buscaba en
ese nombramiento, pero lo quería. Shen’Ahl me convenció para que cambiará el
edicto imperial donde se nombraba al embajador imperial. El emperador Shimoel
se dio cuenta del cambio cuando el canciller fue entregando los nombramientos
en una de las reuniones de la corte. Normalmente Shimoel no asistía a ese acto
protocolario, pero en otro de los nombramientos se le otorgaba el grado de
mariscal a un noble amigo de vuestro padre. Ante la corte no hizo nada, pues no
podía desdecirse de lo que ponía el edicto que yo había cambiado. Me hizo
llamar a su alcoba y me golpeó con fuerza, hasta que yo revele el nombre de su
hijo. Shimoel me ordenó seguirle, dirigiéndonos a la alcoba de Shen’Ahl. No sé quién
de los dos, si vuestro padre o yo nos sentimos más defraudados con lo que
vimos. Vuestro hermano, gimiendo como una mujerzuela, mientras un mozo de
cuadras le trataba como una yegua. Shimoel entró en cólera, le insultó, se rio
de él, y al final le dijo lo que más le dolió, que le iba a expulsar del
palacio, para que buscara una cuadra para que le montaran, que Bharazar sería
designado como su heredero, que perdería su estatus, pues para él ya no era su
hijo. Entonces, por primera vez vi la maldad en los ojos de vuestro hermano,
junto a la codicia, atacó a vuestro padre, pero como era débil, Shimoel se
libró de él. Tomó una espada y atacó a su padre, que no esperó nada de lo que
ocurrió. Shen’Ahl hirió a vuestro padre y luego, le fue haciendo retroceder
hasta la biblioteca anexa a su alcoba, mientras yo y el mozo de cuadras le
pedíamos calma al príncipe, aun así, no paró, hasta que arrinconó a vuestro
padre junto a la terraza y en el último momento, volvió al ataque, vuestro
padre sin sitio para recular, tropezó y se cayó, matándose. Shen’Ahl se bloqueó
y yo puse orden. Tal vez no debería haberlo hecho así, pero le quite la espada
y mate al mozo de cuadras. Luego busqué un cuchillo, herí al príncipe y marche
en busca de Mhaless.
Sheran dejó de hablar, mirando a Shennur, Bharazar y Jha’al que no
sabían qué decir. No solo había desmontado la teoría principal sobre la caída
mortal del emperador Shimoel, sino que hacía responsable a su hijo Shen’Ahl de
la muerte de su padre, cuando este le iba a repudiar. La información era muy
importante, tal y como había vaticinado Sheran cuando llegó.
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