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domingo, 11 de febrero de 2018

El juego cortesano (34)



Shennur señaló los divanes y se dejó caer en uno, tras llenar una copa con vino blanco y tomar uno de los pastelillos, uno de mousse de limón, algo que le agradaba con ganas. Se lo comió de un solo bocado y lo pasó con un trago de vino.
-       Sheran, el ayudante personal del emperador Shimoel IV -dijo Shennur.
-       Veo que aun os acordáis de mi -afirmó Sheran, sentándose en una silla, mientras que Ohma se quedó de pie, tras el respaldo, mirando sin disimulo a Jha’al, a quién parecía tener como su principal enemigo.
Bharazar sin entender mucho de lo que iba esta audiencia o más bien reencuentro de dos sirvientes imperiales, se sentó en un diván frente a ellos, esperando ver cuando le añadirían en la conversación.
-       Si no nos estas mintiendo y aseguras que eres el Sheran que se encargaba de ayudar con los papeles al emperador Shimoel IV, deberías estar muerto -indicó Shennur.
-       Y casi fue así -asintió Sheran, levantando su brazo derecho, cuya manga se cayó y dejo al aire la inmensa cicatriz-. Este es un recuerdo de vuestro hermano, o más bien de sus guardias personales, antes de que me dieran por muerto. Deberían haber bajado a las cloacas para asegurarse. Pero eso les habría valido mal olor por un tiempo.
-       ¿Y el incendio? -preguntó Shennur incrédulo.
-       Una buena cortina de humo para tapar sus acciones, nunca mejor dicho -se rio Sheran-. Pero no estamos aquí para hablar de cómo desaparecí del palacio. Sino porque tuve que desaparecer del palacio. Habrá puntos en esta historia que, príncipe, no os van a gustar, que me miraréis como a un indeseable, pero yo os traigo la verdad. Una información que os hará ver que la realidad supera con creces la imaginación más floreciente.
-       Dejaros de bellas palabras y florituras, habéis venido a algo, pues empezad con ello -Bharazar quería saber que se guardaba ese hombre.
-       Como ya se ha dicho antes, yo era el ayudante personal de vuestro padre. Me había elegido personalmente el canciller Mhaless, entre otros escribas de palacio, por mis cualidades, más que por mis habilidades -empezó a decir Sheran-. Mi cometido era duro, pero a la vez importante. Me encargaba de aplicar las órdenes de vuestro padre, redactar misivas, informes y todo ello, pasarlo al canciller. En ocasiones, llevaba peticiones de Mhaless sobre asuntos menores, que el emperador debía simplemente aceptar. Me gustaba lo que hacía. Pero entonces regresó de la academia militar vuestro hermano. Y yo, qué le vamos a hacer, me gustaban los hombres, como a vuestro hermano. Es un hecho que no puedo remediar, no me repudió por ello, sino que lo trato con honestidad y orgullo.
Los tres hombres le miraron a los ojos y no pasaron desapercibidos como su compañero, Ohma, ponía una mano sobre su hombro derecho, sin abrir la boca, sin hacer ni un gesto más allá del de retarles a comprobar que lo que decía no era un mal, como la sociedad quería hacer ver, sino un estado más de la naturalidad de los hombres. Ninguno de los tres intentó argumentar nada, prefirieron seguir en silencio.
-       Shen’Ahl era un chiquillo, pero aun así me quedé enamorado de él. Y él me correspondió -prosiguió Sheran-. Durante mis noches, compartía su lecho, sus juegos y mi corazón. Pero Shen’Ahl nunca fue amante de una única compañía, sino que otros entraban y salían de su alcoba. Mozos de cuadras, soldados o jardineros. El problema vino cuando los amigos de Shen’Ahl, jóvenes advenedizos querían regalos o más bien ascensos por la corte, en devolución por lo que le daban al príncipe heredero. Y entre todos, apareció uno especialmente altivo y con ganas de ascender rápido. En sus juergas y entretenimientos, este individuo gastaba inmensas cantidades de dinero para arrinconar a Shen’Ahl. Hasta que enseñó sus cartas, quería que el príncipe convenciese a su padre para que le nombrarán embajador imperial en el reino de Tharkanda.
-       ¿Dhasvi de Ahlkalcel? -preguntó Shennur, incrédulo.
-       El mismo -asintió Sheran-. No sé a ciencia cierta que buscaba en ese nombramiento, pero lo quería. Shen’Ahl me convenció para que cambiará el edicto imperial donde se nombraba al embajador imperial. El emperador Shimoel se dio cuenta del cambio cuando el canciller fue entregando los nombramientos en una de las reuniones de la corte. Normalmente Shimoel no asistía a ese acto protocolario, pero en otro de los nombramientos se le otorgaba el grado de mariscal a un noble amigo de vuestro padre. Ante la corte no hizo nada, pues no podía desdecirse de lo que ponía el edicto que yo había cambiado. Me hizo llamar a su alcoba y me golpeó con fuerza, hasta que yo revele el nombre de su hijo. Shimoel me ordenó seguirle, dirigiéndonos a la alcoba de Shen’Ahl. No sé quién de los dos, si vuestro padre o yo nos sentimos más defraudados con lo que vimos. Vuestro hermano, gimiendo como una mujerzuela, mientras un mozo de cuadras le trataba como una yegua. Shimoel entró en cólera, le insultó, se rio de él, y al final le dijo lo que más le dolió, que le iba a expulsar del palacio, para que buscara una cuadra para que le montaran, que Bharazar sería designado como su heredero, que perdería su estatus, pues para él ya no era su hijo. Entonces, por primera vez vi la maldad en los ojos de vuestro hermano, junto a la codicia, atacó a vuestro padre, pero como era débil, Shimoel se libró de él. Tomó una espada y atacó a su padre, que no esperó nada de lo que ocurrió. Shen’Ahl hirió a vuestro padre y luego, le fue haciendo retroceder hasta la biblioteca anexa a su alcoba, mientras yo y el mozo de cuadras le pedíamos calma al príncipe, aun así, no paró, hasta que arrinconó a vuestro padre junto a la terraza y en el último momento, volvió al ataque, vuestro padre sin sitio para recular, tropezó y se cayó, matándose. Shen’Ahl se bloqueó y yo puse orden. Tal vez no debería haberlo hecho así, pero le quite la espada y mate al mozo de cuadras. Luego busqué un cuchillo, herí al príncipe y marche en busca de Mhaless.
Sheran dejó de hablar, mirando a Shennur, Bharazar y Jha’al que no sabían qué decir. No solo había desmontado la teoría principal sobre la caída mortal del emperador Shimoel, sino que hacía responsable a su hijo Shen’Ahl de la muerte de su padre, cuando este le iba a repudiar. La información era muy importante, tal y como había vaticinado Sheran cuando llegó.

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