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domingo, 18 de febrero de 2018

El juego cortesano (35)



Sheran, por primera vez en su vida se notaba que se había librado de un gran peso, uno que le había marcado durante toda la vida, en más de una forma. Ahora le miraban tres hombres, que no parecían saber que decir a lo que les había contado. Solo notaba el apoyo de Ohma, silencioso como siempre, pero su mano denotaba el profundo amor que sentía por él. Sheran no lo dudaba, aunque nunca se había permitido devolverle ese amor, tal vez porque la mala experiencia con Shen’Ahl le había marcado demasiado.


-       Entonces la caída de mi padre no fue accidental -musitó Bharazar, blanco.
-       No lo fue. A Mhaless le conté que el mozo había intentado matar al príncipe Shen’Ahl. Mhaless se lo creyó, pues el príncipe había entrado en un shock terrible -comentó Sheran-. Aseguré que acompañaba al emperador que quería hablar de una cosa con su hijo, cuando pillamos al criado atacando al príncipe. Shimoel, corrió a proteger a su hijo y por ello los cortes en el cuerpo del padre. Luchó con el mozo y este le tiró por la terraza. Yo conseguí hacerme con una espada del príncipe y mate al criado asesino.
-       Pero esa no fue la versión oficial -se quejó Shennur-. ¿Por qué lo de la caída accidental?
-       Vuestro tío no creía necesario que los nobles y burgueses se alarmasen con un asesino de emperadores dentro de la corte, que pudieran criticar su falta de seguridad, al fin y al cabo, Mhaless no quería ni perder su cargo, ni el poder de dejaros a vos en su lugar, así que cambió la realidad por esa versión. Además así alejo las sospechas de Shen’Alh, a quien Mhaless creía poder dominar a su antojo, mejor que a Shimoel.
-       Mi tío valoraba más su puesto que la verdad -dijo caer Shennur, asombrado de lo bajo que había caído Mhaless, a quien había idolatrado como un moralista nato.
-       ¿Pero por qué nos cuentas esto, ahora? -preguntó Bharazar-. ¿Por qué no seguir callado, sin que nadie se enterase de tal verdad?
-       Porque ahora es el último momento para que la justicia devuelva a cada persona a su sitio -argumentó Sheran, que señaló a Bharazar-. Tú deberías estar sentado en el trono del león, al que habrías llegado dentro de unos años, tras aprender a gobernar junto a vuestro padre. Te podrías haber casado con quien quisieras o con quien tu padre hubiera designado, una dama de la nobleza, una princesa extranjera, tu padre jugaría con sus nietos. Todo eso lo echó a perder tu hermano, el mismo que no dudo en firmar la orden de asesinato contra tu persona por petición de su suegro Pherrin, cuando Shennur fue apartado tras la conspiración de los mercaderes, aunque el buen Pherahl también estaba implicado.
-       ¿Shen’Ahl ordenó su muerte? -repitió Shennur, claramente sorprendido-. ¿Cómo sabes eso?
-       Tú tienes tus espías por el reino y yo en el palacio imperial -afirmó Sheran-. Hombres y mujeres que odian a Shen’Ahl o a Pherrin o a ambos. Otros son más amigos del brillo del oro, pero todos me reportan información.
-       ¡Espías en el palacio imperial! -espetó Shennur, no queriéndose creerlo.
-       Fue uno de mis hombres quien se encargó de pasarte la información suficiente sobre las intenciones de Pherrin para eliminar al príncipe aquí presente, solo que no te indicamos que fue orden de Shen’Ahl, pues podrías haberte echado atrás con tu idea de salvar a Bharazar -comentó Sheran.- ¿Qué es lo que queréis hacer, mi príncipe?
-       ¡Justicia!
-       En ese caso, hay que hacerlo rápido, esta noche, hemos de entrar en el palacio imperial y llegar hasta Shen’Ahl, sin que Pherrin se entere -añadió Sheran.
-       Eso es imposible, no vamos a lograrlo, los guardias le informarán según pongamos un pie en la puerta -negó Shennur.
-       No, porque no vamos a entrar por la puerta, sino que usaremos un pasadizo, uno secreto que hizo construir vuestro padre cuando reformó el palacio. Lo usaba para salir del complejo imperial y llega hasta un cobertizo en el complejo del gran templo -terció Sheran.
Los tres hombres se quedaron en silencio, lo que complació a Sheran, porque por fin parecía que había captado su atención. Claramente necesitaban un poco más de explicación.


-       Shimoel, al principio de su reinado, estaba aún marcado por los incidentes de la revuelta de la plebe, donde murieron sus hermanos y sobrinos -añadió Sheran-. Él se salvó por prácticamente chiripa. Cuando empezó con la reforma del complejo imperial, recordaba que la presencia de una única puerta de acceso convirtió al palacio en una ratonera para la familia imperial. Por ello, en el mayor de los secretos hizo construir un pasadizo, desde su alcoba hasta un punto en el exterior del complejo, pero en un lugar que pasase desapercibido o los insurrectos no se atrevieran a entrar y qué mejor que el complejo del gran templo.
-       Pero tendría que haber gente, obreros, el arquitecto, que sabían de la existencia del túnel -intervino Shennur.
-       Los obreros fueron enviados a Thibur, de donde no se regresa, el arquitecto era un hombre mayor que murió, veneno, pero pareció de viejo -contestó Sheran-. Al final, solo Shimoel sabía de la existencia de ese pasadizo. Y Shimoel lo utilizó bastante. Primero para escaparse de incógnito para tantear a sus súbditos, mucho más tarde para visitar la tumba de su amada Tharma.
Bharazar levantó la mirada, pues Tharma no era otra que la segunda esposa de Shimoel y su madre. Sabía que su padre la había amado, mucho, más de lo que quiso a la primera esposa, Abhia. Más aún, Abhia fue liberada de sus funciones. En aquella época todo fue muy confuso, pero Abhia solo había parido niñas y justo Tharma dio a luz a Bharazar. Los celos de la primera esposa fueron visibles. Un par de años más tarde, Tharma murió al dar a luz una niña muerta. Al poco Abhia volvía a estar embarazada. Algunos criados esparcieron el rumor de que Abhia había estado implicada en la muerte de Tharma. Shimoel, roto por el dolor, no quiso oírlos.

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