Ofthar permanecía sentado en el suelo, mientras se tocaba la cara
donde le había dado el bofetón Ofhar. No le dolía mucho, pero otra cosa era su
corazón, era la primera vez que su padre le golpeaba.
-
¿Has perdido el juicio? -preguntó Ofhar-. Nuestra situación es
delicada y sobre todo ahora que estamos tan cerca del señorío de los pantanos.
Nuestras identidades aquí están en peligro.
-
Querrás decir la tuya -dijo Ofthar, airado-. A mí no me conoce
nadie, no soy más que el hijo de una doncella.
-
Pero eres mi hijo, y eso te hace alguien de renombre, aunque si
actúas así, mezclándote con siervas estúpidas, pronto lo mancharas de deshonor
-se quejó Ofhar.
-
Por eso estás enfadado, por eso me has golpeado, porque te iba a
deshonrar -indicó Ofthar.
-
Te he golpeado porque aquí todos creen que soy tu señor y tú mi
siervo, por ello no me podías contestar como lo has hecho -explicó Ofhar-. Sé
lo que es el primer amor, pero te aseguro que esa chica solo te quiere por
librarse del aciago futuro que le espera cuando Iomer la venda a algún hombre
malvado. No te quiere ni te ama, solo se ama a sí misma. Eso es algo que debes
aprender y rápido.
-
Se ve que mi madre no lo aprendió lo suficientemente rápido
-comentó Ofthar.
Ofhar observó a su hijo y le propinó un segundo bofetón, tras lo
cual se dio la vuelta y salió de la tienda. Ya no se vio con ganas de regresar
a la tienda y durmió al raso, entre los carros de mercancías. Allí lo despertó
Iomer, que se sorprendió por el celo de su jefe de guardias.
Durante las siguientes jornadas, Iomer se encargó de vender una
serie de mercancías, tras lo que compró otras que le interesaban. Para disgusto
de Ofhar, no vendió a la muchacha que le gustaba a Ofthar. Lo único bueno es
que ella no se acercó a su hijo, lo que quería decir que temía bastante los
castigos de Iomer.
La última noche que iban a pasarla allí, Iomer decidió dar un
banquete para los guerreros y los siervos, así como los mercaderes que aún
quedaban por allí. También se dejaron caer varios de los guardias de los
pantanos. Ofhar estuvo tenso toda la noche, sobretodo atento a uno de los
guardias. Un hombre de unos treinta años, alto y fuerte, que Iomer le había
presentado como Rhennast y como jefe del prado de los mercaderes. Ofhar vio que
ese guerrero podría ser peligroso, pero parecía estar más atento a las siervas,
la comida y sobre todo a la bebida. Al final, fue perdiendo el interés en el
guerrero y más en sus quehaceres. La velada llegó a su fin a altas horas y los
invitados desaparecieron. Ofhar se fue a dormir.
A la mañana siguiente, todos se concentraron en recoger el
campamento y prepararse para marchar. Sería medio día cuando se pusieron en
marcha, poco a poco, ya que los carros volvían a estar más llenos que antes y
las bestias que tiraban de ellos tenían más trabajo. Desde allí se dirigieron
hacia el paso del río Oniut, un vado por el que podían pasar los carros y las
cabalgaduras. Fue cuando se acercaban al vado, Ofhar distinguió a un jinete que
les seguía a poca distancia, acercándose cada poco tiempo. Le costó pero
reconoció al guerrero de los pantanos de la noche anterior.
Lo más raro es que iba solo, sin más compañía que sus armas y su
caballo. Podría ser que hubiera más guerreros escondidos, pero quien lo podía
saber a ciencia cierta. Ofhar no podía meter prisa a la caravana, sin tener que
hablar con Iomer, que ya recelaba de sus órdenes. Además, no era insólito que
un guardia de uno de los señoríos escoltase las caravanas, para dar a entender
a los bandidos que esos mercaderes habían pagado a su señor. Por un momento
barajó huir con Ofthar, pero aún les quedaba pasar la guardia del vado, por lo
que no era preciso abandonar su tapadera. Su única opción por ahora era tener
controlado al guerrero y no demostrar nerviosismo.
Iomer, que también había visto a Rhennast, vigilaba las acciones
de su jefe de guardias, que parecía muy tenso por la presencia del hombre de
los pantanos. Cuando cruzara el vado del Oniut se encararía con el hombre, para
que le contara la verdad, pues ya estaba harto. Estaba seguro que era algún
tipo de rufián, y la presencia del soldado tras sus huellas le demostraba su
teoría y que algo ilegal había hecho en los pantanos.
Ante la sorpresa de Ofhar, la caravana cruzó el vado, sin que los
guardias de los pantanos hicieran mucho más que pedir el óbolo por el paso. El
guerrero, que saludó a los encargados del vado, también lo cruzó. Esperó a que
la caravana se alejara de la ribera del Oniut, para ordenar que se detuviera.
Dijo que era un enviado del señor Whaon y ordenó que le acompañaran Iomer, Ofhar,
su sirviente y la muchacha que le gustaba a Ofthar. Ofhar tuvo un mal
presentimiento. Iomer fue a quejarse, pero Rhennast le aseguró que acatasen sus
órdenes por las buenas o el regimiento que lo seguía a distancia se encargaría
de hacerlas obedecer.