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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Encuentro (14)



Las seis jornadas siguientes fueron prácticamente demasiado pacíficas y sin mención excepto por una visita inesperada que ocurrió en el tercer día de viaje. La mañana de ese día había sido normal, habían recogido el campamento de marcha y habían emprendido el camino. Pero ya hacia media mañana, Ofhar detectó movimiento alrededor de la caravana. Un jinete les observaba, pero no dio la alarma, sino que avisó a Ofthar. Fue pasado el mediodía y cuando los vigilantes salieron tras un bosquejo de malas hierbas y arbustos, al girar en una curva. Eran únicamente siete guerreros, mal encarados, armados con hachas cortas y escudos que avanzaban en sus caballos. Se cruzaron en la calzada y esperaron a que llegaran los líderes de la caravana. Solo se acercaron Iomer, en medio, flanqueado por Ofhar y Ofthar. El resto de los guardias permanecían atentos a los tranquilos alrededores.

-       ¿Quién manda en esta caravana? -preguntó el guerrero del centro, que llevaba un casco completo, tras el que nacía una poblada barba oscura, de pelo rebelde y enmarañado.

-       Él es el líder de la caravana -se adelantó en hablar Ofhar, mientras señalaba a Iomer-. Pero para lo que quieres proponer puedes hablar conmigo directamente.

-       Yo no hablo con subalternos -espetó el guerrero.

-       Y yo no lo hago con bandidos, los mato directamente -devolvió Ofhar, enseñando los dientes-. Pero hoy te sonríen los dioses y voy a permitir que expongas tus condiciones.

Iomer y el guerrero miraron a Ofhar con sorpresa y duda a la vez, tomándose tiempo y valor para responder. Iomer decidió poner toda su confianza en su jefe de guardias, que hablaba con una seguridad innata.

-       Somos los guardianes de este camino y como tales hay un precio por pasar con tantas mercancías, siervos y caballos. Si queréis seguir vuestro camino, deberéis dar el peaje debido -dijo el guerrero, que sin duda era un bandido.

-       No he visto guardianes en mi vida en este camino, y dudo que existan -indicó Ofhar-. Por lo que solo sois unos mentirosos. El señor Iomer no va a soltar ni una moneda de oro al pasar, os quitareis de en medio y os iréis a molestar a otro.

-       Si te crees que estas en superioridad numérica te equivocas, somos más que los que ves -espetó el guerrero barbudo molesto-. A una orden mía aparecerán el resto y te cagarás encima.

Ofhar le observó sin ninguna demostración ni de sorpresa ni de ningún otro sentimiento, lo que hizo enfadar aún más al líder de los bandidos. Ofhar le hizo un gesto a Ofthar y después se tocó la oreja.

-       Me he hartado, o te retiras ahora con tus hombres o lo vas a lamentar con creces -advirtió Ofhar mientras posaba su mano en la empuñadura de su espada.

-       No me das miedo, ni pienso irme a ningún sitio, meado de muj… -las palabras del bandido se quedaron inconclusas, ya que un asta de flecha había aparecido en el centro de su cara, clavada con fuerza en uno de sus ojos.

El cuerpo del bandido se fue ladeando a la vez que se iban menguando sus fuerzas, hasta caer a un lado de su caballo, con una de sus manos aun asidas a las riendas. Los otros seis bandidos siguieron el desplazamiento de su líder hasta el suelo, tras lo cual buscaron al arquero, que no era otro que Ofthar, al otro lado del mercader. Lo que no se habían percatado era que el otro guerrero ya tenía su espada desenvainada y lista para usarla.

-       Espero que tengáis más cordura que vuestro jefe -dijo Ofhar que no les quitaba ojo de encima-. Quitaos los cinturones y dejad caer las armas. Luego os podéis ir, con vuestras armaduras y caballos, así como vuestras bolsas de oro. Nos encargaremos de que vuestro amigo reciba los ritos correspondientes. Su armadura, su caballo y las armas son el pago.

Las armas empezaron a caer al suelo, tras lo cual volvieron grupas y se marcharon. Iomer estaba perplejo.

-       No creo que hubiera hecho falta matar al bandido, estoy seguro que hablando hubiéramos llegado a un acuerdo -se quejó Iomer, tras lo que se fue a buscar a algún hombre para hacerse con el cuerpo y el resto de objetos.

-       Solo quería un disparo de advertencia en la oreja -indicó Ofhar cuando Iomer se había alejado.

-       Pensé que decías que le matara -dijo Ofthar.

-       Bueno para la próxima vez ya lo sabes -terció Ofhar, alejándose también.

A partir de ese día, la reputación del siervo del guerrero Bhada se había transformado en la de alguien rápido de reflejos, pero sin poca moral a la hora de matar a la gente. La mayoría de los siervos y los guerreros le esquivaban, excepto una de las siervas, una muchacha de pelo oscuro, de facciones simples y no demasiado bella, que había comprado Iomer para entrenarla como sirvienta. Ofhar le veía con la muchacha y no le hacía mucha gracia, pero como tenía mucho trabajo con la seguridad de la caravana no se metió demasiado.

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