Los días siguientes fueron demasiado silenciosos en la caravana.
La misma noche que Phonva había fallecido fue incinerado en una pira que
levantaron a un lado del campamento nocturno que situaron en la cima de la
colina de la que había hablado Ofhar. Iomer, por ser el líder de la caravana se
tuvo que encargar de los ritos. Los guerreros recibieron sus guardias
nocturnas, según lo que decidió Ofhar, que claramente había asumido las
cargas del muerto. Las llamas pronto consumieron el cuerpo y las cenizas las
levantó el viento.
Iomer quería llegar lo antes posible a Kharan, la ciudad más
importante del señorío de los cielos, la primera de sus paradas, donde esperaba
librarse de alguna de sus mercancías más preciadas, junto a otras menos, ganar
algo a cambio, aunque no pensaba solo en oro.
Kharan era una de las poblaciones más curiosas nunca vistas, y el
señorío en sí, era particular, ya que su territorio era escaso y totalmente
rodeado por las tierras del señor de las estepas. Que el señorío de los cielos
no hubiera caído aún en manos del de las estepas era único y exclusivamente a
causa de Kharan, que en la práctica era inexpugnable. La ciudad estaba
construida sobre una meseta, pero era una meseta alta, de laderas verticales y
rocosas, a las que nadie había intentado escalar, debido a que la base de la
meseta estaba formada por multitud de piedras puntiagudas, que cortaban como
cuchillos. No se podía ni llegar andando a las paredes. Era tal la confianza
que tenían los lugareños a su defensa natural que no habían levantado ni una triste
empalizada en los bordes del precipicio, solo unos muretes de piedra para
evitar que alguno se cayera por error o por el efecto de la cerveza.
El acceso a Kharan debía hacerse desde otra meseta cercana, donde
se habían levantado una serie de cobertizos y posadas. De allí partía un puente
de madera y cuerda, que colgaba sobre el precipicio. Los lugareños se las
habían ingeniado para conseguir que el puente pudiera ser retirado hacia la
ciudad cuando se acercaban enemigos. De todas formas, los extranjeros tenían
prohibido la entrada en Kharan. Hasta los mercaderes tenían que negociar en los
cobertizos, donde les esperaban sus homólogos.
Tras cinco jornadas silenciosas, monótonas, recorriendo el camino
sin sobresaltos y sin cruzarse con nadie, ningún habitante de las estepas,
llegaron hasta Kharan. Iomer pudo ver la cara de sorpresa de Ofthar, lo que le
indicó que Bhada le había comprado en el señorío de los mares, algo casaba con
su acento al hablar, aunque había un deje raro, algo que le hacía pensar en los
pantanos, pero no podía ser, ya que su señor aseguraba que no le gustaba ese
lugar y que procuraba no pisar ese territorio.
Iomer eligió lo que debía llevar al cobertizo que un guardia del
señorío le había asignado, tras pagar la cuota correspondiente para la venta en
la ciudad. Además tuvo que enseñarle un pliego, donde el señor de las montañas
le presentaba como un mercader autorizado. Cualquiera podía ser un mercader,
pero pocos tenían una carta de presentación de un señor, lo que hacía a estos
ser respetados allí donde fueran. Estos pliegos eran como si fueran miembros de
un gremio, como el que existía cuando todos eran un único reino.
Ofthar acompañó a Iomer, por orden de Ofhar, aunque el mercader se
quejó, pero el guerrero fue tajante, ya que como los guardias no podían
acompañarle, lo haría el siervo, que nunca sería mirado mal por los centinelas,
más bien ni mirarían al siervo.
Iomer primero se saludó con varios conocidos, otros mercaderes,
tanto de la ciudad como de las estepas. Después empezó él enseñando su género,
había traído el pescado en salazón que había comparado en el señorío de los
mares. Tanto los mercaderes de las estepas como los de Kharan pagaron un buen
oro por el bacalao, el salmón y la caballa en salazón, ideal para pasar el invierno.
También vendió una buena cantidad de perlas, conchas y piedras marinas, así
como algunas pacas de tela ligera en bellos colores. Al final, tocó el turno de
los esclavos. Un comerciante de la ciudad se quedó con cuatro hombres y dos de
las muchachas. El de las estepas, se llevó a otros cuatro hombres, pero rechazó
a las muchachas pues dijo que le parecían un poco enclenques.
Una vez que el dinero estuvo en la bolsa de Iomer y consiguió
disuadir a ambos comerciantes que Ofthar no estaba en venta, ya que no era ni
suyo, algo que demostraba que el mercader era un hombre honrado. Iomer empezó a
hacerse con mercancía y está la obtuvo más por parte del comerciante de las
estepas que del de Kharan. Se hizo con una pequeña manada de caballos, una
docena de yeguas y tres sementales. Los caballos de las estepas estaban muy
codiciados y gastó buena parte del oro que había ganado. A parte de los
animales se hizo con cueros, alguna pieza de artesanía de la ciudad y con
víveres para la siguiente fase de su viaje.
-
¿Has aprendido algo útil? -preguntó Iomer a Ofthar que le seguía a
unos pasos tras él-. Recuerda que los siervos no pueden ser mercaderes.
-
Pero siempre es entretenido ver como un comerciante astuto,
consigue lo mejor sin quedarse sin todo el oro -rebatió Ofthar, dejando a Iomer
sorprendido por la valía dialéctica del muchacho.
Hacía ya días que había empezado a sospechar sobre la situación de
ambos hombres que le acompañaban durante el viaje. Eran demasiado parecidos,
por lo que parecían más un padre y su hijo. Podría y no podría ser el muchacho
siervo, pues había en ocasiones que un hombre libre había tenido relaciones con
una sierva y tener un bastardo. Pero rara vez se reconocían, y aún menos los
llevabas contigo como tu mozo de armas. En esa situación, lo habitual es que le
hubiese llamado hijo directamente y no siervo. Algo raro había en todo ello.
Pero él no se iba a meter.
Regresaron en silencio al campamento que había organizado y se
dirigió a hablar con Ofhar, para comentar sus próximas jornadas que le deberían
llegar hasta la población fronteriza de Hiome, en el señorío de los hielos.
Allí, quería hacerse con alguna de las piezas de artesanía en madera y pieles
de animales salvajes blancas como la nieve.
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