Shennur avanzó en dirección al trono, sabiéndose mirado por una
buena parte de los asistentes, incluido el emperador que le miraba
directamente, no como el resto que se guardaba mucho de hacerlo.
-
¿Mi buen canciller, hoy que le pasa a mi noble guardia? Cuando
esperaba, me ha parecido que me rendían homenaje sin estar presente -preguntó
Shen’Ahl, poniendo su cara enojada o lo que creía el emperador que se podía
tomar por enfado-. Aunque ya puestos, ¿de qué gran tema me queréis hablar? ¿Y a
qué se debe que tengamos un auditorio tan concurrido en este día?
-
Como siempre, mi gran señor no se os escapa nada, somos muy
afortunados al servir a un hombre de tanta valía, el mejor emperador desde los
tiempos del gran Therihan IX -halagó Shennur al emperador una vez que se acercó
al trono e hizo la reverencia de rigor.
-
Eso, eso, que se explique -Pherrin de Thahl salió de entre sus
correligionarios, haciendo una ligera reverencia y colocándose más cerca del
emperador que Shennur-. El canciller debe hablar del porqué de esta reunión no
prevista que ha reunido a tantos miembros de la corte.
-
En eso estaba, su dorada persona -afirmó Shennur, mirando
directamente al emperador, como si no hubiera nadie al lado de este, lo que
provocó un gesto de desprecio en el rostro del mercader, al verse
menospreciado-. Hace unos meses, una terrible conjura se meció contra nuestro
amado emperador. Un grupo de viles quiso eliminaros de una forma odiosa.
-
Un momento, nadie nos había dicho nada de esto -se quejó un hombre
mayor, que se encontraba en el grupo de Pherahl de Gausse y vestía más como un
soldado que como un noble-. Creo que yo soy alguien que debería haber sabido
algo así.
Pherrin que había sido pillado por sorpresa por la declaración de
Shennur, que había roto la promesa de hablar sobre la conjura que se había
orquestado contra el emperador, intentó recuperar la conversación.
-
Bueno, el emperador, el canciller y yo coincidimos en que era
mejor no comentar mucho este hecho por el bien del imperio y para acabar con
todo el nido de ratas -comenzó a decir Pherrin.
-
¿Eso quiere decir que sigue habiendo más insurrectos? -habló otro
hombre, este vestido con una túnica larga con muchas decoraciones.
-
No, sumo sacerdote, no ha escapado ningún traidor más -aseguró
Pherrin, que se veía entre las cuerdas, sobretodo observando las caras de los
notables de la corte.
-
Es gran sumo sacerdote -indicó el hombre de la túnica, ligeramente
molesto porque un miembro de la clase de los mercaderes, por muy suegro del
emperador que fuera, le había rebajado de rango.
-
Esto sí, claro, sí, gran sumo sacerdote Atahlon -corrigió en el
acto Pherrin, que no quería que ese atajo de nobles se pusieran a discutir
sobre las castas sociales y la educación deficiente de las inferiores-. La
cuestión de los insurrectos ya está solucionada. Los golpistas identificados
fueron encarcelados y algunos, los cabecillas ejecutados. Por lo que ya no hay
nada que decir más.
-
Pues yo creo que sí, su alteza -afirmó el hombre mayor con la armadura
parcial-. Yo soy el senescal de Fhelineck y como tal pasa por mi persona
mantener el orden en la ciudad.
-
Gran senescal Obhahl de Rhenda, sabéis bien que siempre el
emperador os pedirá consejo en asuntos de guerra, pero en este caso lo
importante era la rapidez para capturar a los conspiradores, antes de que estos
desaparecieran -explicó Pherrin-. Por ello, decidimos trabajar sin avisar al
consejo de notables.
Un coro de murmullos se hizo palpable entre los asistentes. Los
del grupo de Pherrin alababan el parecer de Pherrin sobre ser rápidos para
terminar con la trama, mientras que el resto hacía patente su disgusto por no
haber contado con la asesoría del consejo, lo que iba contra las costumbres más
antiguas del imperio. En cualquier caso, ambos grupos estaban enfrentados,
aunque el emperador parecía no darse cuenta.
-
¿Gran canciller, de qué nos queríais hablar sobre la conjura de
hace unos meses? -preguntó rápidamente Pherrin, en un intento de reconducir la
conversación antes de que los miembros rivales del consejo intentaran llevarla
a su juego.
-
Durante la investigación apareció un nombre, cuya persona ha
decidido venir a defender su inocencia -contestó Shennur, serio, pero sonriendo
por dentro, pues las cosas estaban yendo como quería.
-
¿Qué persona… -empezó a decir Pherrin, mientras intentaba recordar
de quién se podía tratar, pero Shennur ya se había dado la vuelta y se hacía
señas al chambelán.
Bhalathan asintió, mandó a un par de criados a que tomaran las
cuerdas que accionaban las cortinas, y así levantarlas cuando él hablara. Tomó
aire, dio un par de pasos hacia delante, con pompa y estilo, golpeó el suelo
marmoleo con la punta de su bastón de madera y oro, llamando la atención de los
nobles y demás miembros de la corte.
-
Su alteza imperial el príncipe heredero, general en jefe de los
ejércitos del suroeste, héroe de la patria, salvador de Ghinnol, Bharazar de
Alhssier -proclamó Bhalathan.
Las cortinas se abrieron con rapidez, tal y como debía ser,
dejando el paso libre. Todos pudieron ver los dos soldados con sus armaduras de
catafracto, resplandecientes con las luces de las velas y la que entraba por
las ventanas.
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