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domingo, 5 de noviembre de 2017

El juego cortesano (20)



Shennur avanzó en dirección al trono, sabiéndose mirado por una buena parte de los asistentes, incluido el emperador que le miraba directamente, no como el resto que se guardaba mucho de hacerlo.
-       ¿Mi buen canciller, hoy que le pasa a mi noble guardia? Cuando esperaba, me ha parecido que me rendían homenaje sin estar presente -preguntó Shen’Ahl, poniendo su cara enojada o lo que creía el emperador que se podía tomar por enfado-. Aunque ya puestos, ¿de qué gran tema me queréis hablar? ¿Y a qué se debe que tengamos un auditorio tan concurrido en este día?
-       Como siempre, mi gran señor no se os escapa nada, somos muy afortunados al servir a un hombre de tanta valía, el mejor emperador desde los tiempos del gran Therihan IX -halagó Shennur al emperador una vez que se acercó al trono e hizo la reverencia de rigor.
-       Eso, eso, que se explique -Pherrin de Thahl salió de entre sus correligionarios, haciendo una ligera reverencia y colocándose más cerca del emperador que Shennur-. El canciller debe hablar del porqué de esta reunión no prevista que ha reunido a tantos miembros de la corte.
-       En eso estaba, su dorada persona -afirmó Shennur, mirando directamente al emperador, como si no hubiera nadie al lado de este, lo que provocó un gesto de desprecio en el rostro del mercader, al verse menospreciado-. Hace unos meses, una terrible conjura se meció contra nuestro amado emperador. Un grupo de viles quiso eliminaros de una forma odiosa.
-       Un momento, nadie nos había dicho nada de esto -se quejó un hombre mayor, que se encontraba en el grupo de Pherahl de Gausse y vestía más como un soldado que como un noble-. Creo que yo soy alguien que debería haber sabido algo así.
Pherrin que había sido pillado por sorpresa por la declaración de Shennur, que había roto la promesa de hablar sobre la conjura que se había orquestado contra el emperador, intentó recuperar la conversación.
-       Bueno, el emperador, el canciller y yo coincidimos en que era mejor no comentar mucho este hecho por el bien del imperio y para acabar con todo el nido de ratas -comenzó a decir Pherrin.
-       ¿Eso quiere decir que sigue habiendo más insurrectos? -habló otro hombre, este vestido con una túnica larga con muchas decoraciones.
-       No, sumo sacerdote, no ha escapado ningún traidor más -aseguró Pherrin, que se veía entre las cuerdas, sobretodo observando las caras de los notables de la corte.
-       Es gran sumo sacerdote -indicó el hombre de la túnica, ligeramente molesto porque un miembro de la clase de los mercaderes, por muy suegro del emperador que fuera, le había rebajado de rango.
-       Esto sí, claro, sí, gran sumo sacerdote Atahlon -corrigió en el acto Pherrin, que no quería que ese atajo de nobles se pusieran a discutir sobre las castas sociales y la educación deficiente de las inferiores-. La cuestión de los insurrectos ya está solucionada. Los golpistas identificados fueron encarcelados y algunos, los cabecillas ejecutados. Por lo que ya no hay nada que decir más.
-       Pues yo creo que sí, su alteza -afirmó el hombre mayor con la armadura parcial-. Yo soy el senescal de Fhelineck y como tal pasa por mi persona mantener el orden en la ciudad.
-       Gran senescal Obhahl de Rhenda, sabéis bien que siempre el emperador os pedirá consejo en asuntos de guerra, pero en este caso lo importante era la rapidez para capturar a los conspiradores, antes de que estos desaparecieran -explicó Pherrin-. Por ello, decidimos trabajar sin avisar al consejo de notables.
Un coro de murmullos se hizo palpable entre los asistentes. Los del grupo de Pherrin alababan el parecer de Pherrin sobre ser rápidos para terminar con la trama, mientras que el resto hacía patente su disgusto por no haber contado con la asesoría del consejo, lo que iba contra las costumbres más antiguas del imperio. En cualquier caso, ambos grupos estaban enfrentados, aunque el emperador parecía no darse cuenta.
-       ¿Gran canciller, de qué nos queríais hablar sobre la conjura de hace unos meses? -preguntó rápidamente Pherrin, en un intento de reconducir la conversación antes de que los miembros rivales del consejo intentaran llevarla a su juego.
-       Durante la investigación apareció un nombre, cuya persona ha decidido venir a defender su inocencia -contestó Shennur, serio, pero sonriendo por dentro, pues las cosas estaban yendo como quería.
-       ¿Qué persona… -empezó a decir Pherrin, mientras intentaba recordar de quién se podía tratar, pero Shennur ya se había dado la vuelta y se hacía señas al chambelán.
Bhalathan asintió, mandó a un par de criados a que tomaran las cuerdas que accionaban las cortinas, y así levantarlas cuando él hablara. Tomó aire, dio un par de pasos hacia delante, con pompa y estilo, golpeó el suelo marmoleo con la punta de su bastón de madera y oro, llamando la atención de los nobles y demás miembros de la corte.
-       Su alteza imperial el príncipe heredero, general en jefe de los ejércitos del suroeste, héroe de la patria, salvador de Ghinnol, Bharazar de Alhssier -proclamó Bhalathan.
Las cortinas se abrieron con rapidez, tal y como debía ser, dejando el paso libre. Todos pudieron ver los dos soldados con sus armaduras de catafracto, resplandecientes con las luces de las velas y la que entraba por las ventanas.

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