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miércoles, 22 de noviembre de 2017

El tesoro de Maichlons (27)



El paseo por el parque era tan estimulante, que ninguno de los dos se había percatado que el mediodía se les echaba encima. Fue una de las sirvientas la que les llamó la atención.

-          Dama Gharsiz, señora, vuestro padre os espera para almorzar -dijo la sirvienta de mayor edad.

-          ¡Oh! Lo estábamos pasando tan bien, que se ha pasado el tiempo muy rápido -se quejó Gharsiz, con cara apenada.

-          ¡Hum! Tenéis razón, dama Gharsiz -aseguró Maichlons-. Pero dado que os he hecho perder vuestro tiempo, tal vez pueda hacer algo para devolveros el favor. Tengo un carruaje esperándome en la entrada oeste, así que os llevó hasta vuestra casa. Si no es molestia.

-          Señora, recordad que… -intentó decir la dama de compañía.

-          Claro, que mejor para regresar sanas y salvas unas pobres mujeres desvalidas que contando con la protección de un general del reino -afirmó Gharsiz complacida, que quería alargar el tiempo con Maichlons y además al viajar en su carruaje tal vez se podría sentar junto a él.

-          En ese caso, dejad guiaros, para que veáis que me habéis mostrado bien el camino -indicó Maichlons.

El grupo se puso en marcha, siguieron hablando animadamente, pero para insatisfacción de Maichlons, se equivocó en un desvío y acabaron perdidos. Gharsiz, lejos de burlarse o meterse con él, se rio un poco y admitió que ese cruce era muy lioso. Fue ella la que le ayudó a retornar hasta donde se había quedado el carruaje esperando. Para sorpresa de Gharsiz y las sirvientas, el carruaje estaba aparcado junto la acera del parque, algo prohibido para todo el mundo. Gharsiz no reparó en el escudo de la casa real, el grifo dorado en la portezuela, algo que no pasó desapercibido para las sirvientas.

Maichlons mantuvo la portezuela abierta, primero subió Gharsiz, seguidas por las sirvientas, aunque una se retrasó ligeramente, ya que tuvo que decirle la dirección de la casa de la familia de la dama al cochero. Cuando se subió en la caja Maichlons, descubrió que las sirvientas se habían sentado una a cada lado de Gharsiz, que lucía un rostro apenado con muecas de fastidio. Maichlons se limitó a sonreír y sentarse frente a ellas tras cerrar la portezuela. Una vez sentado golpeó la caja varias veces y el cochero arreó a los caballos.

La conversación durante el trayecto no fue tan animada como durante el paseo por el parque, debido a la cercanía de las dos sirvientas que cohibían a Maichlons y no le quitaban ojo a Gharsiz, por si cometía una indiscreción. Tras un pequeño rato el carruaje detuvo su traqueteo alegre por las calles adoquinadas. Inmediatamente se abrió la portezuela, esta vez por obra del cochero que se había bajado del pescante muy rápido. Las primeras en bajar fueron las sirvientas, ayudadas por el cochero, mientras que Gharsiz decidió demorarse un poco.

-          ¿Cuándo podremos vernos otra vez? -preguntó Gharsiz, como un ligero susurro.

-          No sé, mañana comienzo en un nuevo puesto y no sé cuánto tiempo tendré que dedicarme a ello -respondió con sinceridad, sin utilizar con frases convencionalistas Maichlons.

-          En ese caso dentro de tres días, el gremio de mercaderes de la ciudad da un baile para socios y otros prohombres de la ciudad -indicó Gharsiz-. Mi padre es socio, con lo que iremos. Podríamos vernos allí. Búscame.

Maichlons iba a responder con una afirmación firme, pero Gharsiz se levantó de sopetón, hizo una ligera reverencia y salió de un salto de la caja. La muchacha se fue directa hacia la puerta de la edificación, de tres pisos, pareciendo un palacete, pero sin llegar a serlo del todo. Aun así tenía unos porteros que se afanaron en abrir la puerta para dejar paso libre a Gharsiz y sus acompañantes. El cochero cerró la portezuela, tras dejarle a Maichlons el tiempo suficiente para hacerse una idea del tipo de personas que vivían en esa construcción. Antes de que cerrara, Maichlons tuvo el tiempo suficiente para decirle la dirección de su casa, tras lo que se puso cómodo en el asiento acolchado. Al poco ya estaban en marcha, de vuelta al barrio Alto.

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