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miércoles, 15 de noviembre de 2017

El tesoro de Maichlons (26)



El cochero hizo que los caballos volasen y el carruaje no paró hasta llegar a una de las calles que bordeaban el parque del rey Jesleopold. Maichlons había regresado al interior de la caja, un par de intersecciones más allá de donde había sido atacado. Estuvo decidiendo si hacer algo con el intento de robo, pero llegó a la conclusión que no iba a ser fácil pillarlos. Era sabido que la guardia de la ciudad no se internaba mucho en ese barrio caótico. Y no era buena idea hacerlo con la guardia real, menudo espectáculo, esos guardias bisoños entrando con su pompa en el marginal barrio, lo más seguro es que se liará una batalla campal o por lo menos saliesen llenos de basura y otras inmundicias. Además al Heraldo y a la Espada tampoco les haría mucha gracia todo el asunto.

Un frenazo y un par de golpes en el techo de la caja le sacaron de sus pensamientos. Miró por los ventanales de la portezuela y vio el murito con el enrejado y la vegetación más allá. Maichlons abrió la portezuela, bajó los peldaños y pisó sobre la acera.

-          ¿Tienes órdenes de esperarme? -preguntó Maichlons.

-          Ahora sí -se limitó a responder el cochero.

Maichlons asintió y se dirigió hacia la entrada del parque. Estuvo deambulando por los caminos durante un rato, buscando algo. Los hombres, la mayoría nobles, le saludaban con respeto, bueno el que le daba la banda y el broche. Hasta los miembros de la guardia con los que se cruzó le saludaron de forma marcial. Cuando creía que no iba a acertar, que todo su paseo había sido en balde, encontró lo que buscaba. Junto a un parterre de flores blancas, rosas y amarillas, se abanicaba la muchacha que había visto la última vez que había estado en el parque.

Se acercó al parterre y simuló que se deleitaba con la composición de las flores. La muchacha le observaba y supuso que ya le había reconocido. Con el rabillo del ojo, Maichlons pudo comprobar que era más bella de lo que había advertido en un primer momento. Y por un momento le pareció que su corazón parecía desbocarse en su pecho.

-          Son unas flores realmente bellas -dijo Maichlons, por lo que la joven le miró directamente, dejó de abanicarse e hizo una ligera reverencia.

-          En esta época del año, los jardineros consiguen unas mezclas bellas y elaboradas -indicó la muchacha con una voz melodiosa, parecida al trino de un pajarillo.

-          Sí, tenéis una gran razón, hay flores que son más bellas que otras -asintió Maichlons, devolviendo la reverencia pero más exagerado.

-          Creo que os he visto antes, en algún baile o algún festejo de la sociedad civil -comentó la muchacha.

-          Nos vimos aquí ayer mismo, bueno en otra parte del parque, pero en ese momento un niño malcriado tuvo que estropear el ambiente -señaló Maichlons.

-          Podría ser -murmuró la chica.

-          Pero dejad que me presente, soy Maichlons de Inçeret, general recién nombrado -dijo Maichlons, lo más cortés y diplomático que pudo.

También se fijó en el revuelo de las damas de compañía al oír su apellido. Estaba seguro que los padres de la muchacha pronto conocerían que su hija había hecho amistad con alguien importante. Pero la chica se limitó a levantar su mano derecha, dejándola para que Maichlons pudiera besarla como muestra de cortesía, algo que no tardó en ocurrir. Notó que la piel era suave, bien cuidada, lo que daba a entender que la familia de la muchacha no era pobre. Aunque también podía ser que el padre esperará un buen casamiento.

-          Me llamo Gharsiz de Tuvelorn -devolvió la presentación la muchacha, justo cuando Maichlons se flexionaba para besar en la mano.

-          Es un placer conoceros, dama Gharsiz -indicó Maichlons, retomando la verticalidad-. Tal vez os gustaría mostrarme este bello parque.

-          ¡Oh! ¿No conocéis el parque aún? -preguntó con asombro Gharsiz.

-          He regresado a la ciudad hace unos días y cuando la abandone para luchar en las fronteras del reino no habían construido este lugar de esparcimiento -informó Maichlons, presentando su mano, para que Gharsiz colocase la suya.

-          Claro, general, será un auténtico placer enseñaros el parque -asintió Gharsiz, sonriente.

-          Podéis llamarme Maichlons, dama Gharsiz -indicó Maichlons, mientras se ponían en marcha.

-          Vale, pero solo si vos me contáis contra quien luchasteis en las fronteras del reino -propuso Gharsiz.

Maichlons asintió con la cabeza. La pareja se fue internando por el parque, seguidos de cerca de las dos asistentes de Gharsiz, que no perdían de vista ni a su protegida, ni al gallardo militar. La conversación entre ambos fue bastante fluida, cada vez que giraban por un recodo del parque o llegaban a una nueva composición de parterres, Gharsiz le explicaba a Maichlons sobre lo que representaban o cuando lo construyeron, a lo que Maichlons escuchaba con deleite, siempre ávido del resonar en sus oídos de esa voz angelical. En cambio, mientras paseaban de uno de esos sitios relevantes a otro, Maichlons iba respondiendo a las preguntas sin fin de Gharsiz, sobre las gestas en las fronteras del reino y sobre todo en la campaña naval que acababa de terminar. Maichlons pudo comprobar que la muchacha tenía una sed inabarcable por conocer el mundo. Supuso que su padre la había tenido como un pajarillo enjaulado, pero que posiblemente se había leído todos los libros de la biblioteca. En cada segundo que pasaba, Maichlons iba llenándose más de Gharsiz.

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