Maichlons observaba como el carruaje regresaba a la ciudadela,
mientras él se mantenía de pie ante la puerta de su casa. Se acercó e hizo
sonar la aldaba con fuerza. No tuvo que esperar mucho, el viejo Mhilon abrió la
puerta, dejándole pasar.
-
Buenas tardes, señorito -saludó Mhilon, mientras cerraba la puerta
según Maichlons pasó al interior-. ¿Ha comido?
Maichlons miró al anciano sirviente y sonrió, tras lo que negó con
la cabeza.
-
Bien, señorito, ahora pediré a la cocinera que le prepare algo
-señaló Mhilon, a lo que añadió-. ¿Desde cuándo no se lava?
-
¿Huelo mal? -dijo Maichlons sorprendido, a lo que Mhilon puso una
mueca graciosa.
-
Mientras la cocina trabaja, tal vez sea buena idea que se dé un
baño -aseguró Mhilon-. Vaya a la armería para que le ayuden con la armadura,
mientras le prepararemos un barreño con agua caliente.
Las peticiones de Mhilon sonaban más a órdenes que a otra cosa, y
por ello, no se pudo negar. Como si fuera aún un mozalbete se dirigió a la
armería. No era habitual en los palacetes del barrio Alto tener esta
habitación, pero los señores de Inçeret hace mucho dotaron a sus viviendas con
una. Allí, una serie de criados experimentados se encargaban de mantener armas
y armaduras en estado de revista, aunque los señores preferían tenerlas listas para
usarse. Lo normal es que su padre empleara a un padre y sus hijos, que eran sus
aprendices. Actualmente, el armero, Lhatto, era un herrero consumado y aparte
de la armería en sí, tenía una pequeña fragua con taller anexa a la habitación,
junto a las cocinas. El horno de la pequeña herrería y los fogones de la cocina
eran los que caldeaban la casa durante el invierno.
Cuando entró en la armería, Lhatto ya le esperaba, junto a sus dos
hijos, Lhende, el mayor, y Golt. Cuando Lhatto muriera, uno de los dos tomaría
el puesto de su padre y el otro tendría que marcharse, a menos que su hermano
no tuviera hijos para ayudarle. Lhatto puso mala cara según cruzó el umbral de
la puerta. No dijo nada, pero estaba seguro que se había dado cuenta de que no
llevaba bien puesta la armadura, además de detectar las manchas de sangre en el
acero. Entre los tres se afanaron para retirar las piezas de la armadura, la
camisola y las perneras de cota de malla. Las piezas de la armadura se llevaron
a un maniquí, como había otras por una parte de la habitación. La cota de
malla, se dejó sobre una mesa, donde Lhatto o algún hijo la limpiaría. También
se hicieron cargo de la banda y el broche, dejando a Maichlons vestido
únicamente con las prendas interiores. Su espada, dentro de su vaina y del
tahalí se colgó de un perchero especial, junto a otras tantas.
Maichlons se marchó, en dirección a su alcoba, pensando en el dato
curioso de que en esa armería había pertrechos suficientes para una buena
docena de guerreros totalmente armados. Aunque hoy en día, ya solo había dos
nobles que pudieran hacerlo. Aunque si lo que había oído en su día era cierto,
Mhilon había sido el dueño de una de las armaduras que allí descansaban, como
otros sirvientes que ya habían muerto, pues todos habían luchado codo con codo
con su padre y el rey Jesleopold en la guerra de independencia. Galvar les
había dado un trabajo durante la paz. En ocasiones, cuando era niño se
preguntaba si el silencioso Lhatto, también había sido uno de esos guerreros.
Justo cuando llegó a su alcoba, se encontró de lleno con una
sirvienta joven, de unos veintiún años, menuda, pero con un gran busto, con el
pelo recogido bajo un pañuelo. No recordaba a esa chica en la casa. La
sirvienta llevaba una jarra humeante, hizo una pequeña reverencia y se marchó
hacia el piso inferior. Maichlons la siguió con la mirada, descubriendo un
trasero apetecible, y visible aun con la falda ancha que llevaba. De todas
formas, entró en su alcoba y se dirigió a la habitación anexa donde se
encontraba el barreño, que ya estaba lleno de agua, agua caliente, del que
emanaba vapor. Se quitó las prendas interiores y se sumergió en el agua
caliente, algo que parecía estar deseando.
Junto al barreño habían dejado un taburete y sobre él una toalla
doblada y un pastilla de jabón, de color blanco. Mhilon como siempre estaba en
todo. Se lavó con ganas, pasándose el trozo de jabón por cada parte del cuerpo,
tras lo que se relajó durante un rato dentro del barreño, para que sus músculos
se aprovechasen del calor. Cuando le pareció que el agua se iba entibiando, se
levantó, tomó la toalla y comenzó a secarse. En ese momento se dio cuenta de
que las prendas que había dejado tiradas junto al barreño habían desaparecido.
En cambio sobre la cama, había unas prendas interiores de gasa, junto a unos
calzones y una casaca de colores apagados, pero sencillas. Mhilon había pasado
por allí, mientras él disfrutaba del relax del baño. Aun con los años que
habían pasado, el viejo zorro era capaz de entrar sin ser oído y hacer cosas
sin molestar a los amos.
No necesitó ayuda para vestirse y al poco pudo salir de la
habitación, justo para encontrarse a Mhilon, de pie y serio.
-
Tiene preparado un almuerzo en el comedor familiar -informó
Mhilon, que no espero a que Maichlons le agradeciera su trabajo tan efectivo.
El comedor familiar era un pequeño comedor que había en ese piso,
en la zona de la familia, austero en tamaño y decoración, para el uso
cotidiano, no como el gran salón, también en esa planta, pero en la zona para
los visitantes, donde se daban festines cuando así el duque lo decidía. Pero
hacía ya mucho que Galvar no daba grandes festines, pues hacía mucho que ya no
tenía nada que celebrar.
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