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miércoles, 29 de noviembre de 2017

El tesoro de Maichlons (28)



Maichlons observaba como el carruaje regresaba a la ciudadela, mientras él se mantenía de pie ante la puerta de su casa. Se acercó e hizo sonar la aldaba con fuerza. No tuvo que esperar mucho, el viejo Mhilon abrió la puerta, dejándole pasar.
-          Buenas tardes, señorito -saludó Mhilon, mientras cerraba la puerta según Maichlons pasó al interior-. ¿Ha comido?
Maichlons miró al anciano sirviente y sonrió, tras lo que negó con la cabeza.
-          Bien, señorito, ahora pediré a la cocinera que le prepare algo -señaló Mhilon, a lo que añadió-. ¿Desde cuándo no se lava?
-          ¿Huelo mal? -dijo Maichlons sorprendido, a lo que Mhilon puso una mueca graciosa.
-          Mientras la cocina trabaja, tal vez sea buena idea que se dé un baño -aseguró Mhilon-. Vaya a la armería para que le ayuden con la armadura, mientras le prepararemos un barreño con agua caliente.
Las peticiones de Mhilon sonaban más a órdenes que a otra cosa, y por ello, no se pudo negar. Como si fuera aún un mozalbete se dirigió a la armería. No era habitual en los palacetes del barrio Alto tener esta habitación, pero los señores de Inçeret hace mucho dotaron a sus viviendas con una. Allí, una serie de criados experimentados se encargaban de mantener armas y armaduras en estado de revista, aunque los señores preferían tenerlas listas para usarse. Lo normal es que su padre empleara a un padre y sus hijos, que eran sus aprendices. Actualmente, el armero, Lhatto, era un herrero consumado y aparte de la armería en sí, tenía una pequeña fragua con taller anexa a la habitación, junto a las cocinas. El horno de la pequeña herrería y los fogones de la cocina eran los que caldeaban la casa durante el invierno.
Cuando entró en la armería, Lhatto ya le esperaba, junto a sus dos hijos, Lhende, el mayor, y Golt. Cuando Lhatto muriera, uno de los dos tomaría el puesto de su padre y el otro tendría que marcharse, a menos que su hermano no tuviera hijos para ayudarle. Lhatto puso mala cara según cruzó el umbral de la puerta. No dijo nada, pero estaba seguro que se había dado cuenta de que no llevaba bien puesta la armadura, además de detectar las manchas de sangre en el acero. Entre los tres se afanaron para retirar las piezas de la armadura, la camisola y las perneras de cota de malla. Las piezas de la armadura se llevaron a un maniquí, como había otras por una parte de la habitación. La cota de malla, se dejó sobre una mesa, donde Lhatto o algún hijo la limpiaría. También se hicieron cargo de la banda y el broche, dejando a Maichlons vestido únicamente con las prendas interiores. Su espada, dentro de su vaina y del tahalí se colgó de un perchero especial, junto a otras tantas.
Maichlons se marchó, en dirección a su alcoba, pensando en el dato curioso de que en esa armería había pertrechos suficientes para una buena docena de guerreros totalmente armados. Aunque hoy en día, ya solo había dos nobles que pudieran hacerlo. Aunque si lo que había oído en su día era cierto, Mhilon había sido el dueño de una de las armaduras que allí descansaban, como otros sirvientes que ya habían muerto, pues todos habían luchado codo con codo con su padre y el rey Jesleopold en la guerra de independencia. Galvar les había dado un trabajo durante la paz. En ocasiones, cuando era niño se preguntaba si el silencioso Lhatto, también había sido uno de esos guerreros.
Justo cuando llegó a su alcoba, se encontró de lleno con una sirvienta joven, de unos veintiún años, menuda, pero con un gran busto, con el pelo recogido bajo un pañuelo. No recordaba a esa chica en la casa. La sirvienta llevaba una jarra humeante, hizo una pequeña reverencia y se marchó hacia el piso inferior. Maichlons la siguió con la mirada, descubriendo un trasero apetecible, y visible aun con la falda ancha que llevaba. De todas formas, entró en su alcoba y se dirigió a la habitación anexa donde se encontraba el barreño, que ya estaba lleno de agua, agua caliente, del que emanaba vapor. Se quitó las prendas interiores y se sumergió en el agua caliente, algo que parecía estar deseando.
Junto al barreño habían dejado un taburete y sobre él una toalla doblada y un pastilla de jabón, de color blanco. Mhilon como siempre estaba en todo. Se lavó con ganas, pasándose el trozo de jabón por cada parte del cuerpo, tras lo que se relajó durante un rato dentro del barreño, para que sus músculos se aprovechasen del calor. Cuando le pareció que el agua se iba entibiando, se levantó, tomó la toalla y comenzó a secarse. En ese momento se dio cuenta de que las prendas que había dejado tiradas junto al barreño habían desaparecido. En cambio sobre la cama, había unas prendas interiores de gasa, junto a unos calzones y una casaca de colores apagados, pero sencillas. Mhilon había pasado por allí, mientras él disfrutaba del relax del baño. Aun con los años que habían pasado, el viejo zorro era capaz de entrar sin ser oído y hacer cosas sin molestar a los amos.
No necesitó ayuda para vestirse y al poco pudo salir de la habitación, justo para encontrarse a Mhilon, de pie y serio.
-          Tiene preparado un almuerzo en el comedor familiar -informó Mhilon, que no espero a que Maichlons le agradeciera su trabajo tan efectivo.
El comedor familiar era un pequeño comedor que había en ese piso, en la zona de la familia, austero en tamaño y decoración, para el uso cotidiano, no como el gran salón, también en esa planta, pero en la zona para los visitantes, donde se daban festines cuando así el duque lo decidía. Pero hacía ya mucho que Galvar no daba grandes festines, pues hacía mucho que ya no tenía nada que celebrar.

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