Bharazar al oír su nombre con todos los títulos que le habían
precedido, respiró hondo, se armó de valor, miró hacia las cortinas y esperó a
que estas se retirasen. Jha’al se colocó a medio paso por detrás de Bharazar.
Ambos con los cascos agarrados con la mano derecha, mientras apoyaban la mano
izquierda en el pomo de su espada. Las piezas de tela gruesa se fueron
levantando y ambos pudieron ver la silueta del chambelán, en medio de la sala,
cerca de la puerta, que hacía una reverencia al trono, se giraba y se retiraba
andando hacia atrás.
Era hora de actuar, Bharazar comenzó a moverse hacia delante, con
su paso más marcial. Las botas de metal golpeaban rítmicamente el suelo de
mármol, mientras la vaina de la espada chocaba contra sus rodilleras, sacando
un ruidito, del que antes Bharazar no había sido consciente, pero en ese
sepulcral silencio la cosa cambiaba. Mientras avanzaba hacia donde estaba
sentado su hermano, los nobles iban haciendo la reverencia que por respeto se
merecía el heredero de la corona del león. Sólo cuando hubo dejado atrás a los
miembros de la corte, estos empezaron a murmurar. Había sido una gran sorpresa
para todos, aunque el más sobresaltado parecía Pherrin. A muchos no se les pasó
eso por alto. Pherahl se dijo que debería hablar con Shennur largo y tendido.
Bharazar se detuvo a unos pasos de su hermano, entre Shennur, que
ya había dado unos pasos hacia atrás y Pherrin, que se había quedado ahí como
un pasmarote.
-
Podéis dar unos pasos atrás, caballero -musitó Bharazar a Pherrin,
que volvió en sí y se dio cuenta que estaba interfiriendo en el proceder
protocolario, por lo que se quitó de en medio-. Su alteza imperial.
Bharazar hizo una reverencia con la cabeza, mientras que Jha’al,
doblaba toda la espalda. Shen’Ahl se le quedó mirando durante un rato, como
intentando reconocerlo. Pero al final se puso de pie, se acercó a él, pero al
ver que Bharazar era más alto que él mismo, retrocedió y volvió a subir los
escalones, mientras le hacía un gesto para que se acercase. Cuando Bharazar dio
un paso adelante, Shen’Ahl le puso la mano derecha sobre el hombro izquierdo de
Bharazar.
-
Bienvenido seas a casa, hermano mío -de esta manera recibía a su
hermano a la corte, olvidándose de la supuesta conspiración, que al ser
recordada le había crispado ligeramente el ánimo-. ¿Qué tal por la frontera?
-
A salvo, mi señor -afirmó Bharazar, que aunque fuera su hermano
seguía siendo el emperador.
-
Así debe ser -aseguró Shen’Ahl, moviendo la cabeza y sonriendo.
-
Majestad, vuestro hermano me ha contado lo apenado que se ha
sentido al enterarse de que ha habido una conspiración contra vos, en su
ausencia -intervino Shennur, que no quería que nadie estropease su jugada-. Su
congoja era sincera, mi señor. Por una parte se ha entristecido y por otra se
ha culpado por haber estado tan lejos de la corte, ya que es su deber proteger
al emperador, pero más a su hermano.
-
Bharazar siempre ha sido un buen hermano -indicó Shen’Ahl, en un
tono en el que parecía que él era el mayor, aunque eso no era la verdad-. Pero
igual fue mejor que no estuvieras, porque temo que los que iban a por mi
cabeza, también fueran a por la de mi hermanito.
-
Podría ser, majestad -asintió Shennur, haciendo notar que las
palabras del emperador eran las de alguien sabio, lo que gustó a Shen’Ahl,
debido a lo vanidoso que era-. En ese caso, fue una gran jugada por vuestra
parte haberlo enviado a la frontera suroeste. Una medida genial.
Shennur esperaba que Shen’Ahl ya no se acordará de que no fue idea
suya, sino que lo orquestó su tío Mhaless, el anterior canciller, que temiendo
los celos por parte del joven emperador, o tal vez, previendo un posible golpe
por nobles que no querían al hijo pequeño del fallecido emperador. Shennur
nunca llegó a entender el porqué de esa acción. Ahora creía que su tío fue muy
inteligente. Mhaless llegó a entrever el futuro de Shen’Ahl y por el bien del
imperio alejó lo suficiente a Bharazar de la corte, para que fuera un valor en alza
cuando fuera realmente necesario, como en este momento.
-
Bueno, podría estar mintiendo, a mí no me parece que este
compungido por la terrible conspiración contra el emperador -se quejó Pherrin,
que por fin se recuperó de la sorpresa.
-
No sé qué decir a eso -murmuró Shen’Ahl, pasando la mirada de
Shennur a Pherrin, sin saber a quién apoyar.
-
Tal vez deberíamos permitir al gran Rhetahl decidir sobre este
asunto -indicó Bharazar, mientras miraba a los ojos a Pherrin y agarraba con
fuerza el pomo de su espada.
Pherrin dio un paso involuntario hacia atrás, temiendo el ataque
del soldado, del que sabía que era un poderoso guerrero por los informes que
había recabado. Para nada podía luchar contra el príncipe.
-
Bueno el gran sumo sacerdote se encuentra con nosotros, podríamos
pedirle su consejo en ese tema -intervino Shennur, molesto por la última
contribución del príncipe-. Pero estoy seguro que nuestro amado emperador es
capaz de distinguir la verdad en su hermano, por algo tienen la misma sangre en
sus venas. Majestad, preguntádselo a vuestro hermano.
-
¡Eh!... Sí, sí,... claro. Bharazar, hermano mío, responde con toda
sinceridad. ¿Estabas implicado de algún modo en la conspiración que se cernió
sobre mi cabeza?
-
Nunca supe nada del asunto y si lo hubiera sabido habría hecho
todo lo posible por cazar a aquellos que fueran contra ti, mi hermano -dijo con
seguridad y aplomo Bharazar.
-
¡Por Rhetahl! -bramó Pherrin, haciéndose el incrédulo.
-
¡Ya basta, Pherrin! -ordenó Shen’Ahl-. Tengo plena confianza en mi
hermano, ya me parecía raro lo que me contaste que había confesado uno de los
capturados. Bharazar nunca iría contra mi persona. Te creo, mi hermanito. Este
asunto queda zanjado.
-
Pero…
-
No has escuchado las palabras del emperador -señaló Shennur a
Pherrin, que se volvió a la corte-. Ya habéis oído el dictamen del emperador,
el príncipe Bharazar es inocente de las perversas acusaciones y el conspirador
se las inventó para dañar a la familia imperial.
Los cortesanos asintieron con sus cabezas y aclamaron la
inteligencia del emperador. Incluso miembros del grupo de Pherrin se unieron al
resto. Pherrin suspiró y reconoció que la estrategia de Shennur había
funcionado. Su plan se había hundido por subestimar al canciller, al que hasta
ese momento creía un hombre acabado.
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