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miércoles, 8 de noviembre de 2017

El tesoro de Maichlons (25)



El bandido se acercó con pasos lentos, mientras Maichlons lo iba estudiando. El primero en atacar fue el hombretón, a lo que Maichlons se limitó a eludir, mientras escuchaba al líder de los bandidos y sus hombres mofarse de mi cobardía. Decidió que iba ser mejor dejar que el gigantón mostrará todas sus cartas, eludiendo luchar con él, permitiendo las burlas. Con esta táctica pudo observar que el bandido al que se enfrentaba era fuerte, pero lento, lo que le hacía abrir muchos puntos sensibles en sus ataques. Eso sí, tenía que eludir todos los golpes de ese hombre, a menos que quisiera que le rompiera algún hueso. Al final, se aprovechó de una abertura del gigantón, realizando una finta rápida para engañar a su enemigo, tras lo que le golpeó con el pomo de su espada en el costado desprotegido del hombretón, cortándole la respiración y haciéndole caer sin resuello contra el suelo empedrado. Una vez allí, le golpeó de nuevo, pero esta vez en la cabeza, para dejarlo inconsciente. El resto de los bandidos se quedaron por fin silenciosos.
El líder le hizo una señal al resto y comenzaron a avanzar hacia Maichlons, andando en semicírculo, con las puntas de sus armas hacia el cuerpo de Maichlons. Claramente ya no iban a andarse con remilgos, pues todos parecían enfadados porque había vencido a su amigo. Maichlons decidió dar un par de pasos y hacerse con el garrote del bandido caído. Realmente era pesado, pero aun así pudo con él, lo cual le vino muy bien, porque en ese mismo momento dos de los bandidos se abalanzaron contra él. Maichlons dejo que se acercaran y les lanzó el garrote a los pies, lo que provocó que ambos se tropezaran y chocarán el uno contra otro, cayendo en un lío de brazos y piernas, lo que aprovechó Maichlons para noquearlos como el gigantón.
Ahora comenzó la revancha y avanzó hacia el líder, pero el otro bandido se interpuso para detenerle. Se enlazaron en un rápido intercambio de cuchilladas. Pronto las heridas empezaron a aparecer en los brazos del bandido, y el espíritu de lucha se esfumó de igual manera, tanto que abrió brechas en su defensa, hasta que Maichlons le propinó un puñetazo en el abdomen, seguido a un golpe de la empuñadura contra la mandíbula inferior, lanzando una serie de dientes ensangrentados.
El líder se había quedado solo, sus compañeros habían caído y sin que él lo supiera, los tres muchachos que les acompañaban habían huido de allí, presos del pavor al guerrero.
-          Bueno, ya estamos solos, que decías de un tributo -inquirió Maichlons.
-          No sabes con quien te estas metiendo, nosotros tenemos poder -espetó el líder, más asustado que orgulloso.
-          Creo que eres tú el que ha hecho un error de cálculo -dijo Maichlons, que avanzó hacia el bandido, que reculaba poco a poco.
Maichlons bajó la punta de su espada, lo que pareció aliviar un poco al bandido, que relajó los brazos. Pero el hombre había entendido mal lo que pretendía Maichlons, por lo que no estuvo preparado para defenderse cuando su oponente arrancó de pronto. Los ojos del bandido casi no pudieron seguir el cuerpo de Maichlons, que se aproximó veloz, al tiempo que alzó la espada hacia el cielo en el momento que no había casi espacio entre los dos hombres. La punta de la espada de Maichlons abrió un largo tajo por el rostro del bandido, desde la mandíbula inferior derecha, terminando bajo el ojo. La sangre voló y parte cayó sobre la armadura de Maichlons. El bandido se dejó caer al suelo, tirando su espada, bramando gritos de dolor y poniendo sus manos para parar la hemorragia.
-          Creo que ya te he pagado el tributo que me pedías -afirmó sonriente Maichlons, al tiempo que se alejaba unos pasos, se agachaba junto al cuerpo del gigantón que aún permanecía dormido y limpiaba la punta de su espada en la ropa del bandido-. Espero que te lo pienses otra vez cuando le vayas a intentar robar a un soldado.
El bandido, tirado en el suelo, murmuraba algo, mientras lloraba y bramaba de dolor. Maichlons dudó en acercarse para saber qué era lo que decía el hombre, pero atisbó un movimiento entre las sombras de uno de los callejones. Se dio la vuelta y anduvo rápido hacia su carruaje, abriendo la portezuela y golpeando la caja para despertar al asombrado cochero. Agarrado al interior del carruaje y a la portezuela, pero con los ojos en los caídos, atento a la llegada de más hombres, se pusieron de nuevo en marcha, esta vez más veloces que antes.
En medio de la calle, el líder de los bandidos se intentaba acercar a sus hombres caídos, cuando de los callejones empezaron a salir hombres, embutidos en capas oscuras con capuchas. No les veía la cara, pero sí notó el brillo dorado bajo una de las capuchas y tragó saliva.
-          Te has dejado pisotear por un solo hombre, ¿no? -dijo uno de los encapuchados, que se retiró la tela, dejando ver una máscara de oro que le tapaba todo el rostro.
-          Era muy fuerte, señor -balbuceó el bandido mientras intentaba recular, pero las piernas de dos de los encapuchados le impidieron alejarse-. No hemos sido rivales para él.
-          En eso tienes razón, no erais rivales, de ningún modo, más bien no tendríais ni que haberle parado -prosiguió el de la máscara de oro-. Pero lo has hecho y ahora nos has puesto en un problema. Llevo meses haciendo que los jefes de La Cresta me empiecen a tomar en serio, nuestra organización se va haciendo fuerte y respetada, pero tú parece que no lo quieres entender.
-          Pero no era más que un noble idiota, le cazaremos y le enseñaremos lo que vale… -intentó decir el bandido, pero el de la máscara de oro levantó la mano pidiéndole que se callara.
-          Ese hombre era un soldado, la armadura era buena, de combate, no las que llevan los nobles -explicó el hombre de la máscara de oro-. Y además era el general en jefe de la guardia real, algo que indicaba la banda y el broche que lleva sobre la armadura. Así que lo más seguro es que cuando salga de la Cresta haga dos cosas, mande guardias para detenerte o directamente entre con la guardia real.
-          Pero no sabe ni quien soy ni se acordará de mí -aseguró el bandido.
-          No se va acordar de un tío con una gran cicatriz por el lado derecho de la cara -dijo el hombre de la máscara pausadamente.
El bandido del suelo se miró la mano ensangrentada y no supo qué decir. Pero no fue necesario hablar más. El hombre de la máscara hizo una seña y uno de los hombres tras el bandido, sacó una daga de los pliegues de su capa, se agachó y se la clavó en la parte de atrás del cuello. El bandido puso una ligera mueca de dolor y se deslizó de costado, con los ojos abiertos, sin vida. El encapuchado recuperó su arma. El resto fueron retirando a los hombres inconscientes, las barricadas, y todo lo que les pudiera relacionar con ellos. Solo dejaron al bandido muerto, para que otros supieran que el hombre de la máscara de oro no toleraba los fallos.

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