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domingo, 19 de noviembre de 2017

El juego cortesano (22)



El emperador se acercó al oído de Atthon y le hizo alguna confidencia, antes de volver a mirar a los cortesanos.
-       ¿Hay algún punto más que tratar, Shennur? -preguntó Shen’Ahl.
-       No, majestad.
-       En ese caso, yo me retiro. Hermano, ya te verá más tarde, que los criados te presten el servicio que necesites. Shennur, encárgate de que mi hermano sea cuidado con mimo -ordenó Shen’Ahl.
El emperador ni espero a que los cortesanos le hicieran la reverencia de despedida y se fue por la puerta por la que había llegado, seguido por su criado personal a corta distancia. Pherrin no se quedó a hablar con nadie, seguido por sus palmeros desapareció por la puerta principal. El resto de cortesanos se quedaron hablando sobre lo sucedido. Shennur se alejó hacia el ventanal más cercano. Bharazar y Jha’al le siguieron.
-       Ha salido bien todo -dijo Jha’al dando una palmada en el hombro derecho de Bharazar.
-       Tenías que pedir un juicio de Rhetahl -espetó Shennur, malhumorado-. Te dije que mantuvieras tu boca cerrada, que solo hablases cuando se te indicara. ¿Qué hubiera pasado si te hubiera aceptado el juicio de Rhetahl?
-       Que le hubiera matado -indicó Bharazar.
-       A él no, se buscaría un campeón o un gladiador del circo, un hombre que se gana la vida matando -rebatió Shennur-. Tienes suerte que se ha echado para atrás. Pero la suerte no dura siempre, tenlo por seguro y tú ya has gastado demasiada. Parece que tienes una serie de admiradores -Shennur señaló a los cortesanos, que ya quedaban menos, pero estaban los más relevantes-. Tal vez es buena idea que conozcas a los más representativos.
-       Esta es tu segunda jugada hoy, quieres que cree una conspiración, cuando acabo de ser declarado inocente de la anterior -comentó Bharazar, que claramente era más listo que su hermano-. Está bien, ahora nos acercamos, pero quiero que me respondas a algo. ¿Quién era el joven que compartía confidencias de mi hermano?
-       Su último juguete, un siervo de nombre Atthon, que como ya habrás visto es apuesto -contestó Shennur, con cierta tristeza-. Lo usará hasta que se canse y luego lo desechara. He visto ya a tantos.
-       ¿Hasta que lo desecha? -repitió Bharazar.
-       La guardia imperial lo ejecuta, ya que sabe demasiado -explicó Shennur.
Bharazar sintió una puñalada de terror ante la respuesta de Shennur. Matar porque su señor hablaba de los que no tenía que ser o porque le llevaba a todas partes como una mascota. Su hermano era un idiota, hasta él sabía que no se debía mezclar la política con la pasión. Shennur le señaló el primer grupo, lo formaba el senescal Obhahl y un par de hombres más jóvenes. Los tres se dirigieron hacia ellos.
-       He leído todos los informes que enviaba el gobernador de Ghinnol, sobre todo las crónicas de las batallas y la campaña contra esos advenedizos Khaslak -indicó Obhahl, que era un hombre de cierta altura, calvo, con ojos cansados. Parecía que en otra época había estado fornido, por lo que aún llevaba con estilo las pocas piezas de la armadura parcial que vestía-. Como senescal de Fhelineck siempre he esperado poder dar la mano a tan genial general y estratega.
-       Estos halagos viniendo de un hombre que ostenta tan elevado rango, que ha sido el valedor de la paz en la capital, sin que cayera en el caos, son de un peso inmenso -dijo Bharazar tras estrechar la mano del anciano Obhahl, que sonreía lleno de gozo.
-       Cuando he oído lo de la pasada conspiración y que erais investigado por ello, ni me lo he creído -aseguró Obhahl-. Ya sabía que nuestro emperador no se dejaría convencer con mentiras. Seguro que se las ha inventado ese advenedizo de Pherrin.
-       Cuidado senescal, el suegro del emperador tiene oídos en todas partes -advirtió Shennur, posando su mano derecha en el hombro izquierdo del anciano, que lanzó una pedorreta, lo que sorprendió a Bharazar, pues le había parecido que el senescal era más correcto.
-       ¡Bah! ¿Qué me va a hacer? Ya solo soy un viejo. ¿Me va a matar? Pues mejor, así no me moriré en mi lecho rodeado de mis meados y mi mierda -Obhahl estaba muy satisfecho de lo que había dicho, pero al ver al príncipe-. Disculpe mi lenguaje, su alteza.
-       No se preocupe, me gusta el lenguaje de los soldados, aunque no esperaba verlo en el palacio imperial -quitó hierro Bharazar, que señaló a Jha’al-. Tras la muerte de mi padre, solo me quedó la vida con los soldados.
Obhahl observó al catafracto que ponía la cara más beatífica que pudo, lo que provocó que el anciano empezara a reírse. Tras lo cual se despidió de Bharazar al que esperaba ver en otra ocasión. Entonces tal vez podrían hablar de sus batallas y así contentar a un hombre que ya no volvería a pisar un campo de batalla antes de reunirse con Rhetahl.

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