El emperador se acercó al oído de Atthon y le hizo alguna
confidencia, antes de volver a mirar a los cortesanos.
-
¿Hay algún punto más que tratar, Shennur? -preguntó Shen’Ahl.
-
No, majestad.
-
En ese caso, yo me retiro. Hermano, ya te verá más tarde, que los
criados te presten el servicio que necesites. Shennur, encárgate de que mi
hermano sea cuidado con mimo -ordenó Shen’Ahl.
El emperador ni espero a que los cortesanos le hicieran la
reverencia de despedida y se fue por la puerta por la que había llegado,
seguido por su criado personal a corta distancia. Pherrin no se quedó a hablar
con nadie, seguido por sus palmeros desapareció por la puerta principal. El
resto de cortesanos se quedaron hablando sobre lo sucedido. Shennur se alejó
hacia el ventanal más cercano. Bharazar y Jha’al le siguieron.
-
Ha salido bien todo -dijo Jha’al dando una palmada en el hombro
derecho de Bharazar.
-
Tenías que pedir un juicio de Rhetahl -espetó Shennur,
malhumorado-. Te dije que mantuvieras tu boca cerrada, que solo hablases cuando
se te indicara. ¿Qué hubiera pasado si te hubiera aceptado el juicio de
Rhetahl?
-
Que le hubiera matado -indicó Bharazar.
-
A él no, se buscaría un campeón o un gladiador del circo, un
hombre que se gana la vida matando -rebatió Shennur-. Tienes suerte que se ha echado
para atrás. Pero la suerte no dura siempre, tenlo por seguro y tú ya has
gastado demasiada. Parece que tienes una serie de admiradores -Shennur señaló a
los cortesanos, que ya quedaban menos, pero estaban los más relevantes-. Tal
vez es buena idea que conozcas a los más representativos.
-
Esta es tu segunda jugada hoy, quieres que cree una conspiración,
cuando acabo de ser declarado inocente de la anterior -comentó Bharazar, que claramente
era más listo que su hermano-. Está bien, ahora nos acercamos, pero quiero que
me respondas a algo. ¿Quién era el joven que compartía confidencias de mi
hermano?
-
Su último juguete, un siervo de nombre Atthon, que como ya habrás
visto es apuesto -contestó Shennur, con cierta tristeza-. Lo usará hasta que se
canse y luego lo desechara. He visto ya a tantos.
-
¿Hasta que lo desecha? -repitió Bharazar.
-
La guardia imperial lo ejecuta, ya que sabe demasiado -explicó
Shennur.
Bharazar sintió una puñalada de terror ante la respuesta de
Shennur. Matar porque su señor hablaba de los que no tenía que ser o porque le
llevaba a todas partes como una mascota. Su hermano era un idiota, hasta él
sabía que no se debía mezclar la política con la pasión. Shennur le señaló el
primer grupo, lo formaba el senescal Obhahl y un par de hombres más jóvenes.
Los tres se dirigieron hacia ellos.
-
He leído todos los informes que enviaba el gobernador de Ghinnol, sobre
todo las crónicas de las batallas y la campaña contra esos advenedizos Khaslak
-indicó Obhahl, que era un hombre de cierta altura, calvo, con ojos cansados.
Parecía que en otra época había estado fornido, por lo que aún llevaba con
estilo las pocas piezas de la armadura parcial que vestía-. Como senescal de
Fhelineck siempre he esperado poder dar la mano a tan genial general y
estratega.
-
Estos halagos viniendo de un hombre que ostenta tan elevado rango,
que ha sido el valedor de la paz en la capital, sin que cayera en el caos, son
de un peso inmenso -dijo Bharazar tras estrechar la mano del anciano Obhahl,
que sonreía lleno de gozo.
-
Cuando he oído lo de la pasada conspiración y que erais
investigado por ello, ni me lo he creído -aseguró Obhahl-. Ya sabía que nuestro
emperador no se dejaría convencer con mentiras. Seguro que se las ha inventado
ese advenedizo de Pherrin.
-
Cuidado senescal, el suegro del emperador tiene oídos en todas
partes -advirtió Shennur, posando su mano derecha en el hombro izquierdo del
anciano, que lanzó una pedorreta, lo que sorprendió a Bharazar, pues le había
parecido que el senescal era más correcto.
-
¡Bah! ¿Qué me va a hacer? Ya solo soy un viejo. ¿Me va a matar?
Pues mejor, así no me moriré en mi lecho rodeado de mis meados y mi mierda
-Obhahl estaba muy satisfecho de lo que había dicho, pero al ver al príncipe-.
Disculpe mi lenguaje, su alteza.
-
No se preocupe, me gusta el lenguaje de los soldados, aunque no
esperaba verlo en el palacio imperial -quitó hierro Bharazar, que señaló a Jha’al-.
Tras la muerte de mi padre, solo me quedó la vida con los soldados.
Obhahl observó al catafracto que ponía la cara más beatífica que
pudo, lo que provocó que el anciano empezara a reírse. Tras lo cual se despidió
de Bharazar al que esperaba ver en otra ocasión. Entonces tal vez podrían
hablar de sus batallas y así contentar a un hombre que ya no volvería a pisar
un campo de batalla antes de reunirse con Rhetahl.
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