Los días
siguientes al asalto parecieron unos remolinos de acción. El dueño del almacén
se dejó caer varias veces por el edificio. Siempre estuvo reunido con Fharbo.
Los primeros días los alaridos de Sacerdote se escucharon por todo el lugar.
Claramente, y como había aventurado Fhin, Sacerdote sobrevivió a la lucha, solo
para ser quien delatara a sus jefes, si es que sabía quiénes eran. Por el
tiempo en que le estuvieron torturando en los sótanos del almacén, los que les
habían contratado eligieron mentir con respecto a sus identidades. Y de esa
forma, Sacerdote sufrió más que sus camaradas.
Corredor,
que había esperado fuera se había volatilizado antes de que fueran los hombres
de Fharbo a echarle el guante. Nadie, ni con la información de Sacerdote sirvió
para dar con él. Así que el sexto atracador fue un gran misterio para todos.
Lo que no
fue un misterio para nadie fue quien había revelado la información sobre las
cajas raras. Rhesma se había ido de la lengua. Y cuando Sacerdote le nombró,
firmó su expulsión del almacén. Gholma unas semanas después informó a los tres
muchachos que habían dado con el cadáver de Rhesma en un callejón cerca de una
taberna de mala muerte, apuñalado por la espalda de forma salvaje. Ni la
milicia ni nadie le importó mucho su muerte y menos que tuviera rastros de
tortura.
El asunto
del atraco frustrado se fue olvidando y los tres amigos siguieron con su
trabajo. Si Fhin tenía algo en mente, se lo guardaba para él. Por ahora iba
todos los días al gimnasio del cuartel a entrenarse, tanto tonificando su
cuerpo, que se iba musculando, así como aprendiendo nuevas técnicas de lucha
con la ayuda de los antiguos veteranos como Gholma. Usbhalo y Bheldur le
imitaban en todo. Ambos se habían acabado haciendo amigos, aunque se lanzaban
pequeñas pullas entre ellos. En algunas horas libres salían e iban a alguna
taberna cercana, donde aliviar su aburrimiento y sus necesidades carnales.
Habían
pasado varios meses del atraco, cuando Fhin les habló de su idea. Estaban en
una mesa que solían usar siempre que iban a esa taberna. Un lugar oscuro y
alejado del resto de clientes.
- Hable ayer con Gholma y La Cresta se ha pacificado otra vez, está
lista para retornar con Fibius -anunció Fhin, mirando con seriedad a sus amigos.
- No sé, aquí no estamos tan mal -murmuró Bheldur, que le gustaba su
forma de vida actual.
- Vaya, Bheldur, yo que pensaba que te interesaba prosperar, hacerte
alguien poderoso -se burló Fhin-. No volveremos para pasar desapercibidos,
Bheldur.
- ¿Y entonces para qué? -preguntó Bheldur, interesado.
- Para ser dueños del barrio -dejó caer Fhin.
Usbhalo y
Bheldur con sus copas en las manos se habían quedado como estatuas. Bheldur le
había contado todo sobre La Cresta a Usbhalo durante los últimos meses. Lo que
había vivido él, lo que ocurrió cuando conoció a Fhin. Pero la idea de hacerse
los dueños del barrio era peligrosa.
- Los clanes no lo permitirán -dijo Bheldur, intentando meter
cordura en la cabeza de Fhin.
- Me importa poco lo que quieran los clanes, no vivirán para
quejarse -añadió Fhin muy seguro de sí mismo y su idea-. Primero les haremos
caer en sus propias maquinaciones y luego los eliminaremos uno a uno. Los que
queden me deberán sumisión o muerte.
Fuera lo
que fuera lo que tenía en su cabeza Fhin no parecía que fuera a revelarlo
enseguida. Bheldur sabía cómo actuaba Fhin. Cuando quisiese contar más lo haría.
- Me apunto -afirmó Usbhalo, sonriente.
- Yo no me quedó atrás, líder. Quieres La Cresta, pues la tendrás
-añadió Bheldur, asqueado por haber quedado por detrás de Usbhalo.
- Bien, porque yo necesitaba de tus dotes, Bheldur -indicó Fhin-. Al
igual que hiciste con Usbhalo y supuestos amigos, necesito información de cómo está
La Cresta, en especial sobre los clanes y su situación. Creo que es algo fácil
para alguien como tú. Pero recuerda esto Bheldur, solo quiero información, no
quiero que crees una nueva guerra. Aún es pronto para ello, ya llegará.
Bheldur
asintió con la cabeza, intuyendo que es lo que necesitaba de él. Esa noche Fhin
les pagó a ambos todas las consumiciones y las señoritas que quisieron. Fhin
rara vez bebía mucho y nunca iba con las damas cuyo amor se podía comprar, pues
le recordaban a su madre. Pero Bheldur y Usbhalo no pudieron resistirse a esos
premios que cerraban la negociación. Aunque Fhin nunca llegó a considerar que
sus dos amigos no se unieran a su idea. Otra cosa sería convencer a Gholma y a
Fibius, pero lo intentaría. La fiesta duró toda la tarde y Fhin se tuvo que
emplear para llevar a sus bebidos amigos de vuelta al cuartel, pues pronto
tendrían su turno.