Ofthar
dio una vuelta entre sus hombres, para ver si estaban bien, si había algo que
necesitaban y cuando terminó se dirigió hacia el carromato para hablar con
Rhime, pero la aparición de Polnok con cuatro hombres se lo impidió. El capitán
le presentó a los hombres, unos jóvenes que habían visto pocas batallas y que
tenían poco de soldados. Pero parecían fuertes y seguro que manejaban bien el
arco, aparte de las hachas que portaban.
- Mhista, encárgate de que estos apoyos se integren bien con
nuestros hombres -ordenó Ofthar, pero al ver que Polnok permanecía allí,
silencioso, se encaró con él.
- La dama Arnayna desea hablar con vos -indicó Polnok, serio.
- ¿La dama Arnayna? -repitió Ofthar, ya que desconocía quién era esa
dama.
- La sobrina del tharn Usbhale, mi señor -explicó Polnok-. Desea
hablar con vos.
- Así sea -se limitó a responder Ofthar, intrigado por la petición
de la muchacha.
Polnok le
hizo un gesto y guió a Ofthar por el patio de armas del cuartel, dirigiéndose
hacia otra zona del reducto. Parecía el recinto de la residencia del
gobernador. Podía observar la casona de dos alturas, circular, como todas las
de su estilo y rango. Pero también había unos pequeños jardines, o más bien
visto era un huerto con varios árboles, manzanos y ciruelos. Pero había otras
plantas que crecían allí, unos rosales y claveles, formando mazos de flores.
Habían colocados bancos de madera y piedra, para permitir que las gentes se
sentaran. Ofthar no tardó mucho en descubrir a soldados armados apostados por
todas partes, rodeando a la muchacha. Lo cual quería decir que su tío la quería
proteger a toda costa. Eso se podía deber a que la preparaba para un matrimonio
muy influyente o tal vez había algo más. Ofthar no pudo discurrir una respuesta
a sus dudas, ya que Polnok se detuvo delante de él, se inclinó hacia la mujer y
le dejó paso a Ofthar.
- El enviado Ofthar se presenta ante vos, mi señora -dijo Polnok,
antes de retirarse por donde había venido tras un gesto de aprobación de la
muchacha.
- Mi tío me ha hablado de vuestra familia y de vuestro padre, tras
vuestra marcha del salón de guerra -habló la dama Arnayna, sin esperar a los
cumplidos típicos y otros saludos de rigor-. Asegura que sois un hombre que
puede llegar a grandes cosas, como a suceder a vuestro padre como canciller del
señor de los ríos. Aun así, me parece que vuestra forma de actuar es un poco
alocada. Yo no sería capaz de internarme en una ciudad sitiada y llena de
enemigos así como así -Arnayna se quedó mirando la expresión de Ofthar, que era
una mezcla de duda y asombro-. Me refiero a si fuera hombre, señor Ofthar.
Desgraciadamente nací mujer y eso hace que los hombres me miren con recelo
cuando doy ideas. Y eso me lleva a la situación en la que nos encontramos.
- Una situación comprometida, dama Arnayna -señaló Ofthar y la
muchacha asintió-. Siempre y cuando el señor Naynho llegue pronto con tropas
para socorrernos.
- Mi pa…, digo el señor Naynho llegará lo antes posible, si es que
nuestros mensajeros o el vuestro han llegado a destino -aseguró Arnayna-. Mi
tío tiene una gran confianza en su llegada, y por ello ha decidido aguantar
hasta el último aliento.
- Y por ahora lo está consiguiendo -alabó Ofthar al tharn de
Limeck-. Pero vos no pensáis igual de la estrategia de vuestro tío, ¿verdad?
- Mi tío es buena persona, pero la herida que tiene no es
superficial, sino que los esclavos se la hicieron en su orgullo -explicó
Arnayna-. Defenderá este reducto hasta el último momento, pero no se ha fijado
en lo obvio, que los hombres no podrán luchar con la tripa vacía. Los
suministros que había en la casona y en el cuartel no son suficientes para
nutrir a todos los que hay aquí. En cambio los silos de la ciudad están
repletos de cereal. El problema es que están en manos de nuestro enemigo. Todas
las noches llega una columna de carros, recogen lo que quieren y se lo llevan
fuera de la ciudad, a las minas.
- Eso no ha sido muy inteligente por parte de vuestros enemigos
-señaló Ofthar, mientras pensaba en ello-. Si yo les mandara hace tiempo que me
habría llevado todo. Podría provocar que los sitiados hicieran una salida
nocturna a apropiarse de víveres. Aunque claro, por lo menos llevaran una buena
escolta.
- Veo, señor Ofthar que su pensamiento es rápido -el rostro de
Arnayna se había iluminado con una sonrisa-. Nuestros enemigos están tan
seguros de su victoria que no viajan con soldados, ni con una guardia armada.
Se creen ya los dueños de Limeck. Llegan por la puerta de las minas, dejan allí
un pequeño grupo y los carros, normalmente una docena, siguen hasta los silos.
Los esclavos desarmados los cargan bajo las órdenes de uno o dos guerreros.
Cuando están llenos regresan a la puerta y se marchan.
- Una emboscada y un ataque rápido podría hacernos con la comida que
necesitamos, pero claro solo se podría hacer una vez -meditó Ofthar en voz
alta-. Pero para ello, deberíamos poder acercarnos sin ser vistos.
Arnayna
no dejaba de sonreír ante las palabras de Ofthar y cuando este se cayó, la
muchacha dio un pisotón al suelo. Para sorpresa de Ofthar sonó a metálico. Miró
hacía abajo y observó que se encontraban sobre una especie de enrejado y debajo
había como un pozo o algo parecido. Su cabeza empezó a llenarse de ideas e
hipótesis de lo que podría haber ahí abajo. Volvió a mirar el rostro de la
muchacha y seguía alegre, una sonrisa que le indicaba que ella ya tenía una
idea en mente. A Ofthar le gustó esa sonrisa y esa mente que intentaba resolver
el problema. Si salían vivos de Limeck le gustaría conocer más a esa muchacha
tan inteligente que parecía una vieja estratega.
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