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miércoles, 1 de agosto de 2018

Unión (31)


Usbhale observaba con ira y asco al mercader. Al no poder huir porque Polnok le había cerrado la ruta de escape, el mercader se había caído de rodillas y ahora dos guerreros le sujetaban para que no se volviera a ir al suelo. Las miradas de Ofthar, Usbhale y la muchacha estaban fijas en él, pero notaba las de todos los supervivientes de la aldea que se encontraban allí y los que estaban fuera, que se enterarían pronto de todo. Lo iban a ejecutar o peor, linchar. Ya sabía cómo actuaba las masas desbocadas que buscaban venganza, ya que él se había aprovechado de ellas en alguna ocasión para eliminar a su competencia.

-   ¿Qué sabes de esos esclavos y de los que ahora se han sublevado aquí? -preguntó Usbhale.


Phelbyn abrió la boca para responder, pero sólo manó de ella un siseo incomprensible. Los presentes observaron cómo sus calzones se empezaron a empapar por la zona de la entrepierna. Usbhale soltó un exabrupto.

-   No estamos aquí para perder el tiempo, Phelbyn, responde a mi pregunta o le tendré que pedir a Polnok que te ayude a hablar -dijo Usbhale, mientras le hacía un gesto al capitán para que se acercase.
-   Yo… yo los compré al señorío de las montañas -por fin habló Phelbyn, bajando la mirada al suelo-. Estaban baratos y eran sanos, fuertes. Las mujeres eran jóvenes y bellas. Supuse que sacaría unos buenos beneficios por ellos. Los hombres en su mayoría los mande a las minas. Pero a otros y las mujeres me los quedé en mi almacen en Limeck. Con el paso del tiempo, se empezaron a comportar de forma extraña, tenían una forma de orar rara, sobretodo una mujer joven. Así que a los que parecían más jefes que otros, incluidas varias mujeres las vendí a varios mercaderes amigos.
-   Una de las que vendiste era una joven bastante bella, pero con muchos tatuajes en la espalda, ¿verdad? -preguntó Ofthar.
-   Sí. No recuerdo como se llamaba, pero actuaba de forma rara para una mujer -asintió Phelbyn-. Los tatuajes eran muy extraños. Los hombres la tenían un gran respeto.
-   ¿Tienes algo que ver con la rebelión de esclavos? ¿O lo tienen esos esclavos que eran de tu propiedad? -comenzó a preguntar Usbhale-. ¿De qué lugar del señorío de las montañas los cogiste? ¿No preguntaste por ellos? ¡Responde de una vez, Phelbyn!


Ofthar y el resto de los presentes notaron el enfado en el tono de Usbhale. Phelbyn agachó más la cabeza, hundiéndose en su interior. Ofthar vio que no era buena idea ir de duro con el mercader. Era un hombre débil y miedoso. Si Usbhale u otro le presionaba, se iría cerrando en sí mismo y no conseguirían lo que querían. Decidió seguir una estrategia mejor.

-   He conocido a muchos mercaderes, Phelbyn -indicó Ofthar-. Comprar y vender es una parte de vuestra vida. Seguro que quien te vendió los esclavos estaba deseoso por librarse de ellos, pero se olvidó de contarte la verdad sobre ellos. Pero yo sí que la sé -todos los presentes, incluidos Usbhale y Phelbyn se le quedaron mirando-. Hará ya varias estaciones, en el señorío de las montañas se produjo un levantamiento, hacia la frontera con el de los hielos. Empezó con una negación a contribuir al erario público, que terminó en sometimiento y muerte, así como esclavitud. Pero esos esclavos eran diferentes a otros y el mercader que te los vendió tuvo los mismos problemas que tú. Debía deshacerse de ellos y buscó a mercaderes amigos. Iomer te compró a ti por la misma razón, ¿verdad?
-   Sí -asintió Phelbyn-. Eran raros, se comportaban raro. Hacían su trabajo y no daban mucha guerra al principio. Pero llegaron las peleas con otros esclavos y desapariciones. No encontramos los cadáveres, pero mis capataces estaban intranquilos.
-   Entonces buscaste a los que parecían los líderes y los separaste -continuó Ofthar-. Incluida la bella joven. Pero aun separados eran diferentes y en tu almacén seguían haciendo de las suyas. Supongo que se volvieron violentos cuando los separaste del resto. Al final no te quedó otra que venderlos, para de esa forma acabar con el problema. Desgraciadamente este hecho no hizo más que empeorar las cosas, ¿no?
-   ¿Cómo lo sabes? -se limitó a preguntar Phelbyn, asombrado a la vez que asustado, ante lo que conocía el extranjero.
-   He tenido tiempo para pensar en lo que me podía encontrar en Limeck, tanto si no había ocurrido nada, como en el caso de que llegase tarde -informó Ofthar-. Ha sido un viaje largo, con mucho tiempo para reflexionar. Lo único que falta por dilucidar es donde se originó el levantamiento, pero creo que lo sé. Fue en las minas, que pasaron a su control semanas antes de que se provocara el motín en la ciudad. Te hicieron creer que todo estaba bien, mandando remesas de hierro, mientras iban colocando a sus hombres en Limeck. Cuando todo estuvo listo, iniciaron su ataque, posiblemente en tu almacén, ya que buscaban algo que no encontraron.


Usbhale y el resto miraban incrédulos, pasando de Ofthar a Phelbyn, que se había puesto a llorar. Al gobernador le quedó claro que todo lo que había dicho Ofthar debía ser verdad, por la reacción patética del mercader.

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