Usbhale
observaba con ira y asco al mercader. Al no poder huir porque Polnok le había
cerrado la ruta de escape, el mercader se había caído de rodillas y ahora dos
guerreros le sujetaban para que no se volviera a ir al suelo. Las miradas de
Ofthar, Usbhale y la muchacha estaban fijas en él, pero notaba las de todos los
supervivientes de la aldea que se encontraban allí y los que estaban fuera, que
se enterarían pronto de todo. Lo iban a ejecutar o peor, linchar. Ya sabía cómo
actuaba las masas desbocadas que buscaban venganza, ya que él se había
aprovechado de ellas en alguna ocasión para eliminar a su competencia.
- ¿Qué sabes de esos esclavos y de los que ahora se han sublevado
aquí? -preguntó Usbhale.
Phelbyn
abrió la boca para responder, pero sólo manó de ella un siseo incomprensible.
Los presentes observaron cómo sus calzones se empezaron a empapar por la zona
de la entrepierna. Usbhale soltó un exabrupto.
- No estamos aquí para perder el tiempo, Phelbyn, responde a mi
pregunta o le tendré que pedir a Polnok que te ayude a hablar -dijo Usbhale,
mientras le hacía un gesto al capitán para que se acercase.
- Yo… yo los compré al señorío de las montañas -por fin habló
Phelbyn, bajando la mirada al suelo-. Estaban baratos y eran sanos, fuertes.
Las mujeres eran jóvenes y bellas. Supuse que sacaría unos buenos beneficios
por ellos. Los hombres en su mayoría los mande a las minas. Pero a otros y las
mujeres me los quedé en mi almacen en Limeck. Con el paso del tiempo, se
empezaron a comportar de forma extraña, tenían una forma de orar rara,
sobretodo una mujer joven. Así que a los que parecían más jefes que otros, incluidas
varias mujeres las vendí a varios mercaderes amigos.
- Una de las que vendiste era una joven bastante bella, pero con
muchos tatuajes en la espalda, ¿verdad? -preguntó Ofthar.
- Sí. No recuerdo como se llamaba, pero actuaba de forma rara para
una mujer -asintió Phelbyn-. Los tatuajes eran muy extraños. Los hombres la
tenían un gran respeto.
- ¿Tienes algo que ver con la rebelión de esclavos? ¿O lo tienen
esos esclavos que eran de tu propiedad? -comenzó a preguntar Usbhale-. ¿De qué
lugar del señorío de las montañas los cogiste? ¿No preguntaste por ellos?
¡Responde de una vez, Phelbyn!
Ofthar y
el resto de los presentes notaron el enfado en el tono de Usbhale. Phelbyn
agachó más la cabeza, hundiéndose en su interior. Ofthar vio que no era buena
idea ir de duro con el mercader. Era un hombre débil y miedoso. Si Usbhale u
otro le presionaba, se iría cerrando en sí mismo y no conseguirían lo que
querían. Decidió seguir una estrategia mejor.
- He conocido a muchos mercaderes, Phelbyn -indicó Ofthar-. Comprar y
vender es una parte de vuestra vida. Seguro que quien te vendió los esclavos
estaba deseoso por librarse de ellos, pero se olvidó de contarte la verdad
sobre ellos. Pero yo sí que la sé -todos los presentes, incluidos Usbhale y
Phelbyn se le quedaron mirando-. Hará ya varias estaciones, en el señorío de
las montañas se produjo un levantamiento, hacia la frontera con el de los
hielos. Empezó con una negación a contribuir al erario público, que terminó en
sometimiento y muerte, así como esclavitud. Pero esos esclavos eran diferentes
a otros y el mercader que te los vendió tuvo los mismos problemas que tú. Debía
deshacerse de ellos y buscó a mercaderes amigos. Iomer te compró a ti por la
misma razón, ¿verdad?
- Sí -asintió Phelbyn-. Eran raros, se comportaban raro. Hacían su
trabajo y no daban mucha guerra al principio. Pero llegaron las peleas con
otros esclavos y desapariciones. No encontramos los cadáveres, pero mis
capataces estaban intranquilos.
- Entonces buscaste a los que parecían los líderes y los separaste
-continuó Ofthar-. Incluida la bella joven. Pero aun separados eran diferentes
y en tu almacén seguían haciendo de las suyas. Supongo que se volvieron
violentos cuando los separaste del resto. Al final no te quedó otra que
venderlos, para de esa forma acabar con el problema. Desgraciadamente este
hecho no hizo más que empeorar las cosas, ¿no?
- ¿Cómo lo sabes? -se limitó a preguntar Phelbyn, asombrado a la vez
que asustado, ante lo que conocía el extranjero.
- He tenido tiempo para pensar en lo que me podía encontrar en
Limeck, tanto si no había ocurrido nada, como en el caso de que llegase tarde
-informó Ofthar-. Ha sido un viaje largo, con mucho tiempo para reflexionar. Lo
único que falta por dilucidar es donde se originó el levantamiento, pero creo
que lo sé. Fue en las minas, que pasaron a su control semanas antes de que se
provocara el motín en la ciudad. Te hicieron creer que todo estaba bien,
mandando remesas de hierro, mientras iban colocando a sus hombres en Limeck.
Cuando todo estuvo listo, iniciaron su ataque, posiblemente en tu almacén, ya
que buscaban algo que no encontraron.
Usbhale y
el resto miraban incrédulos, pasando de Ofthar a Phelbyn, que se había puesto a
llorar. Al gobernador le quedó claro que todo lo que había dicho Ofthar debía
ser verdad, por la reacción patética del mercader.
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