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miércoles, 1 de agosto de 2018

Lágrimas de hollín (25)


A la hora señalada, Usbhalo acercó el farol que tenía entre las manos hacia los ventanales de la parte norte del tejado. Ahora solo les tocaba esperar. Fhin dio algunos paseos, por si les veía alguien de abajo, algún trabajador de última hora o el propio Rhesma. De los primeros, los estibadores, no esperaba quejas ni llamadas de atención, pero del anciano, la cosa cambiaba. Pero para su buena estrella, Rhesma parecía no querer salir de su cuchitril, donde seguro que estaba empinando el codo, como todas las noches.

Cuando Fhin terminaba otro de los paseos simulados, se escuchó una serie de golpes en la ventana, como los que emitirían si un pájaro golpease con el pico el vidrio o un hombre con sus nudillos. En esa parte la plataforma se ampliaba, lo suficiente para alcanzar las piezas. Fhin y Usbhalo se aplicaron a retirar una de ellas. Notaron el aire entrar en el almacén. Era fresco y saludable. De la nada apareció un hombre, de altura media y muy delgado. Cayó sobre la plataforma dando una voltereta y poniéndose en pie. No hizo mucho ruido, ya que no llevaba armadura, sino unas ropas acolchadas de color negro. A su vez, las botas no eran de cuero, sino de alguna tela ligera, también negra. La cabeza se la tapaba con un gorro de lana, que le cubría el pelo y parte de la frente. Los ojos eran verdes y eran lo único que parecía sobresalir entre tanta oscuridad.

-   ¿Quién es este, Usbhalo? -preguntó el hombre, con una voz característica, ligeramente aflautada. Fhin supuso que ese hombre es el que Bheldur había denominado con el nombre de Sacerdote, pues a su amigo le había parecido una persona parecida a un clérigo, estirada, con voz cantarina.
-   Es un amigo, nos ayudará bien -contestó Usbhalo-. Confió mucho en él, me ha ayudado en muchas de las ideas que os he ido indicando.
-   Esto no es de lo que habíamos hablado -se quejó el hombre, poniéndose más pálido de lo que parecía ser.
-   No es por fastidiar, Usbhalo, amigo, pero mejor es colocar la ventana en su sitio y movernos -habló por primera vez Fhin, obviando la discusión del ladrón con Usbhalo-. A nosotros ya nos conocen abajo, pero un tío raro todo de negro, provocaría que saltaran las alarmas.
-   ¡Eh! Sí, sí, tienes razón -se dio cuenta el ladrón-. Colocad la ventana de nuevo en su sitio y yo me voy hacia las escaleras. Os espero allí.

El hombre de negro se marchó dando unos silenciosos saltitos, mientras que Fhin y Usbhalo se esmeraban en dejar el ventanal como debía estar. Fhin sabía que su presencia ya había provocado que las cosas cambiaran y lo que era mejor, le había salvado el pellejo a Usbhalo. No dudaba que el hombre tenía que matar a Usbhalo. De esa  forma, el muchacho quedaría como un traidor, pero a su vez no podría revelar ningún nombre, si es que se los sabía. Ellos se irían con el oro, mientras que Usbhalo quedaría atrás. Los cabos sueltos siempre se debían atar. Pero el hombre se había acobardado, pues era fácil matar a un hombre por detrás, pero eso no podía hacer si había un segundo.

Fhin y Usbhalo se dirigieron hacia las escaleras. El hombre se había camuflado bien entre las sombras, pero no lo suficiente para Fhin.

-   Ya está cerrada, vamos a la puerta de servicio -dijo Fhin mirando a los ojos del hombre, que no pudo evitar poner una mueca de asco-. Si no nos damos prisa, los que hacen el turno por abajo se pueden acercar demasiado. Ahora estarán en la otra punta del almacén.
-   Bien -asintió el hombre saliendo de las sombras y siguiendo los pasos de Usbhalo, que había pasado ante él sin darse cuenta de su presencia.

Los tres bajaron todos los tramos de escaleras hasta la planta baja. Eran muchas escaleras, pero el hombre no hizo prácticamente ni un ruido. Fhin adelantó a Usbhalo y se encargó de revisar que no había peligro. Les hizo una seña y sus compañeros avanzaron hacia la entrada de servicio, situada en el lateral. Pasaron ante el cuchitril de Rhesma, pero dentro solo se escuchaba a un hombre demasiado borracho y cantarín. Y las baladas que salían por su boca chillona eran demasiado subidas de tono como para gustar. Fhin se fijó que el hombre reaccionó a la voz de Rhesma, indicando que ya lo conocía. Malo para Rhesma, pero mejor para el resto de guardias.
La puerta de servicio era una puerta con un buen número de cerrojos. Era por donde Fhin y Bheldur habían accedido por primera vez al almacén. Era Rhesma el encargado de proteger la puerta. Pero esa noche como muchas otras no cumplía su misión.

Fhin y Usbhalo comenzaron a retirar un cerrojo tras otro. Hacían ruido, que resonaba por la zona cercana, pero no lo suficientemente alto para sacar de su mundo a Rhesma, que no parecía darse cuenta de la situación. Tras el último cerrojo, Usbhalo tiró de la puerta, que aunque no era muy grande, si era gruesa y pesaba. Al otro lado de la puerta aparecieron otros cuatro hombres, vestidos igual que el primero. Fhin no pudo evitar sonreír al ver la cara de asombro del primero de ellos por ver a Usbhalo abriendo la puerta. Notó cómo echaba la mano al cinto, donde colgaba una vaina. Pero el hombre del tejado le hizo una seña para que esperase. El hombre señaló a Fhin y puso una mueca de incomprensión.

-   Vamos, vamos, entrad, amigos -dijo Fhin, como si el desconcierto de los ladrones no fuera con él-. Fuera hace fresco y el tiempo corre. Hay mercancías que deben cambiar de manos.

El primero de los ladrones que se había sobresaltado al ver a Usbhalo, asintió e hizo una seña para que entraran. Lo principal era robar el oro, ya se libraría de los dos muchachos más tarde. Pero la noche no debía terminar antes de que ellos se marcharan de allí.

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