La
espesura de la selva, las grandes hojas, los altos árboles, las lianas verdes
que caían de lo más alto y la luz verde oscura eran todo lo que podía
distinguir Yholet. No era capaz de notar los seres que viajaban con ellos.
Además por culpa de toda esa vegetación hacía tiempo que había perdido de vista
al Sol y lo que era peor, ya no sabía hacia qué dirección iban. Podían haberse
internado hacia el norte o hacia el oeste, o hacia ambos, hacia lo más profundo
de la selva, alejándose de la costa y las llanuras. Pero lo peor es que tampoco
podía saber cuánto tiempo llevaban corriendo con ese trote rápido.
Yholet
estaba tan atento a no perder el paso y a no caerse con nada, que no se percató
que el grakan que tenía por delante se había detenido y chocó contra su
espalda, rebotando y cayendo al suelo.
- Jajaja -escuchó la carcajada seca de Lystok-. Parece que nuestro
invitado quería seguir corriendo.
El grakan
con el que había chocado y los otros lanzaron algunas risillas, pero no pareció
que les hubiera hecho mucha gracia la apreciación de su líder. A Yholet le
pareció que los grakan estaban nerviosos, observando a todos los lados. Podría
ser que hubiera algo a su alrededor. Yholet investigó dónde estaban y le
pareció que era un claro, con una pequeña charca, parecida a la que le había
llevado Kounia cuando le había rescatado, pero no había las cuevas de la otra. Los
grakan no perdían ojo de la espesura y veía como agarraban las astas de sus lanzas.
- Lystok ha decidido que paremos un rato -Kounia le ayudó a ponerse
de pie-. Acompáñame hasta el agua. Los lindes son peligrosos.
- ¿Qué ocurre? -susurró Yholet al oído de Kounia, mientras se
ayudaba a andar con la muchacha-. Nuestros escoltas parecen tener miedo a algo.
- Le temen a Lystok -indicó Kounia, también con voz baja.
- Vaya, no es lo mejor para un líder militar que sus hombres le
teman y… -comenzó a decir Yholet.
- No le temen a él como persona, cualquiera de ellos podrían
vencerle en un combate -le cortó Kounia ayudándole a refrescarse en la charca-.
Lystok atrae a los espíritus malignos. Busca el poder y Gharakan lo impide.
Tras sus pasos deambulan los leones negros. Los hombres los han detectado y se
han puesto nerviosos.
- ¿Leones negros? -repitió Yholet asombrado.
- Panteras -se limitó Kounia a usar el nombre de los sureños para
los seres, mientras tomaba agua con sus dos manos y la derramaba sobre la
cabeza de Yholet, que murmuró un agradecimiento.
- Dices que hay panteras merodeando a nuestro alrededor, ¿cuántas?
-quiso saber Yholet, algo alarmado.
- Me parece que una docena -dijo Kounia tras pensarlo en silencio
durante un rato-. No te preocupes, no nos harán nada, somos demasiados para
ellas, Gharakan nos protege. Descansa pues este parón será corto. Lystok quiere
alcanzar la punta de la cebra para descansar allí esta noche.
- ¿La punta de la cebra? -inquirió Yholet, mecánicamente, pensando
en las panteras y su voracidad, o por lo menos las recordaba así, pues no las
había visto desde que era un niño.
- Descansa -ordenó Kounia, dejándole junto al agua.
Yholet
observó cómo Kounia se alejó. La muchacha fue pasando de un guerrero a otro,
hablando un poco con ellos. Le pareció que les iba quitando algo de la tensión
que sus ojos reflejaban. Como iba siguiendo el camino de la muchacha no se
percató que alguien se aproximaba a él.
- La pequeña Kounia es muy buena liberando de tensión y cansancio a
los hombres -dijo Lystok junto a Yholet-. Pero es mejor que dejes de mirarla
con esos ojos, blanco. Los tuyos tienen vedado estar con nuestras mujeres, sobre
todo con mi prometida. Los ancianos quieren hablar contigo, pero no han dicho
si tienes que llegar de una pieza. Nos pondremos en marcha enseguida.
Yholet
miró a Lystok pero prefirió no decir nada, algo que parecía que el grakan
estaba deseando. Lystok se sonrió y se alejó al ver el silencio del blanco.
Lystok se
dirigió hacia el punto por el que deberían seguir en breve. Había esperado que
el blanco abriera su asquerosa boca para decir alguna de esas gracietas a las
que eran tan propensos los de su raza. Pero este había sido más cauto que otros
que se había enfrentado. No le había dado una réplica para que él pudiera darle
un buen golpe. Lanzó una blasfemia silenciosa y esperó a que sus hombres
descansaran un poco más antes de volver a ponerse en marcha. Tenían que alcanzar
el lugar donde quería pernoctar, pues no podían hacerlo en cualquier sitio, por
lo menos no con tantos depredadores tras sus huellas. El blanco le estaba dando
mala suerte.
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