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domingo, 19 de agosto de 2018

La leona (13)


La espesura de la selva, las grandes hojas, los altos árboles, las lianas verdes que caían de lo más alto y la luz verde oscura eran todo lo que podía distinguir Yholet. No era capaz de notar los seres que viajaban con ellos. Además por culpa de toda esa vegetación hacía tiempo que había perdido de vista al Sol y lo que era peor, ya no sabía hacia qué dirección iban. Podían haberse internado hacia el norte o hacia el oeste, o hacia ambos, hacia lo más profundo de la selva, alejándose de la costa y las llanuras. Pero lo peor es que tampoco podía saber cuánto tiempo llevaban corriendo con ese trote rápido.

Yholet estaba tan atento a no perder el paso y a no caerse con nada, que no se percató que el grakan que tenía por delante se había detenido y chocó contra su espalda, rebotando y cayendo al suelo.

-   Jajaja -escuchó la carcajada seca de Lystok-. Parece que nuestro invitado quería seguir corriendo.

El grakan con el que había chocado y los otros lanzaron algunas risillas, pero no pareció que les hubiera hecho mucha gracia la apreciación de su líder. A Yholet le pareció que los grakan estaban nerviosos, observando a todos los lados. Podría ser que hubiera algo a su alrededor. Yholet investigó dónde estaban y le pareció que era un claro, con una pequeña charca, parecida a la que le había llevado Kounia cuando le había rescatado, pero no había las cuevas de la otra. Los grakan no perdían ojo de la espesura y veía como agarraban las astas de sus lanzas.

-   Lystok ha decidido que paremos un rato -Kounia le ayudó a ponerse de pie-. Acompáñame hasta el agua. Los lindes son peligrosos.
-   ¿Qué ocurre? -susurró Yholet al oído de Kounia, mientras se ayudaba a andar con la muchacha-. Nuestros escoltas parecen tener miedo a algo.
-   Le temen a Lystok -indicó Kounia, también con voz baja.
-   Vaya, no es lo mejor para un líder militar que sus hombres le teman y… -comenzó a decir Yholet.
-   No le temen a él como persona, cualquiera de ellos podrían vencerle en un combate -le cortó Kounia ayudándole a refrescarse en la charca-. Lystok atrae a los espíritus malignos. Busca el poder y Gharakan lo impide. Tras sus pasos deambulan los leones negros. Los hombres los han detectado y se han puesto nerviosos.
-   ¿Leones negros? -repitió Yholet asombrado.
-   Panteras -se limitó Kounia a usar el nombre de los sureños para los seres, mientras tomaba agua con sus dos manos y la derramaba sobre la cabeza de Yholet, que murmuró un agradecimiento.
-   Dices que hay panteras merodeando a nuestro alrededor, ¿cuántas? -quiso saber Yholet, algo alarmado.
-   Me parece que una docena -dijo Kounia tras pensarlo en silencio durante un rato-. No te preocupes, no nos harán nada, somos demasiados para ellas, Gharakan nos protege. Descansa pues este parón será corto. Lystok quiere alcanzar la punta de la cebra para descansar allí esta noche.
-   ¿La punta de la cebra? -inquirió Yholet, mecánicamente, pensando en las panteras y su voracidad, o por lo menos las recordaba así, pues no las había visto desde que era un niño.
-   Descansa -ordenó Kounia, dejándole junto al agua.

Yholet observó cómo Kounia se alejó. La muchacha fue pasando de un guerrero a otro, hablando un poco con ellos. Le pareció que les iba quitando algo de la tensión que sus ojos reflejaban. Como iba siguiendo el camino de la muchacha no se percató que alguien se aproximaba a él.

-   La pequeña Kounia es muy buena liberando de tensión y cansancio a los hombres -dijo Lystok junto a Yholet-. Pero es mejor que dejes de mirarla con esos ojos, blanco. Los tuyos tienen vedado estar con nuestras mujeres, sobre todo con mi prometida. Los ancianos quieren hablar contigo, pero no han dicho si tienes que llegar de una pieza. Nos pondremos en marcha enseguida.

Yholet miró a Lystok pero prefirió no decir nada, algo que parecía que el grakan estaba deseando. Lystok se sonrió y se alejó al ver el silencio del blanco.

Lystok se dirigió hacia el punto por el que deberían seguir en breve. Había esperado que el blanco abriera su asquerosa boca para decir alguna de esas gracietas a las que eran tan propensos los de su raza. Pero este había sido más cauto que otros que se había enfrentado. No le había dado una réplica para que él pudiera darle un buen golpe. Lanzó una blasfemia silenciosa y esperó a que sus hombres descansaran un poco más antes de volver a ponerse en marcha. Tenían que alcanzar el lugar donde quería pernoctar, pues no podían hacerlo en cualquier sitio, por lo menos no con tantos depredadores tras sus huellas. El blanco le estaba dando mala suerte.

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