Los
cuatro hombres de negro habían entrado y Usbhalo cerró la puerta con cuidado,
pero solo puso uno de los cerrojos. Por si se acercaba algún guardia de la
ciudad y comprobaba si estaba o no cerrada la puerta. No necesitaban que en la
milicia de la ciudad se declarara la alarma antes de tiempo. Por ahora, aparte
de la presencia de Usbhalo y de Fhin, que había provocado que se modificara el
plan inicial, las cosas iban más o menos bien. Los guardias del almacén no se
habían enterado de nada y la milicia tampoco. Pero solo los dioses sabrían cómo
iba a terminar la cosa.
El hombre
que había entrado primero se había acercado al que Bheldur había dado el nombre
clave de Sacerdote y había empezado a hablar con él mediante susurros. Ni Fhin
con su buen oído fue capaz de entender lo que decían, pero sabía que no
tramaban nada bueno, ni contra Usbhalo, ni contra él. Por la descripción de
Bheldur tenía que ser el líder, con el nombre de Herrero.
- No es por meter prisa, señores -habló Fhin, haciendo que Sacerdote
y Herrero detuvieran su conversación y se volvieran hacia él-. Pero en
cualquier momento el portero u otro centinela va a pasar por aquí. No es bueno
que vean aquí a cinco hombres de negro.
- Del portero no me preocupo mucho, es un borracho empedernido
-espetó Herrero-. Y si alguna guardia nos ve, los chicos se harán cargo de
ellos.
- Tú mismo -se limitó a decir Fhin, encogiéndose de hombros y
acercándose a Usbhalo.
Fhin
estaba cada vez más preocupado, pues la trampa que había ideado con Fharbo
implicaba que debían acercarse hacia la zona de la carga. Allí era un lugar
espléndido para rodearlos y detenerles. Aunque algo le decía a Fhin que ni
Herrero ni los otros tres se dejarían atrapar vivos. Tal vez si pudieran
atrapar a Sacerdote.
- Oye, Ust… -fue a hablar otro de los hombres de negro, pero se cayó
al recibir una mirada de odio por parte de Herrero.
- Nada de nombres delante de desconocidos, joder -espetó Herrero.
- Fhin no es un desconocido -se quejó Usbhalo-. Me ha ayudado mucho
para preparar vuestra entrada.
- Sigo pensando que es de principiantes quedarnos parados aquí -echó
Fhin más leña al fuego.
- Creo que el muchacho, Fhin, tiene algo de razón -intervino otro de
los de negro, que por la descripción no podía ser otro que Campesino-. Estamos
perdiendo un tiempo precioso, Ust…, jefe.
- No es tiempo de discusiones, vamos a lo que hemos venido -añadió
el que había hablado primero, que tenía que ser Alfarero, por los datos de
Bheldur.
- Estoy con ellos -señaló el tercero de los de negro, Peón para más
inri, a sus compañeros.
- Aquí mando yo, así que se acabó la tontería -dijo Herrero a todas
luces harto del asunto, tras lo que miró a Fhin y a Usbhalo-. Vosotros dos
delante, y ya podéis ir avisando de los peligros u os acordareis.
Usbhalo,
que estaba asombrado por la actitud del líder, que nunca había sido tan
despótica o irracional. Y mucho menos, nunca le había tratado tan mal. Iba a
hablar, para interceder por Fhin, pero este se lo impidió, diciendo que lo
mejor era ir en silencio. Era mejor que atraer a Gholma o Bheldur. Usbhalo
asintió, entendiendo la cautela de su amigo y lanzó un chisteo para que los
otros bajaran la voz. Una petición que no le sentó demasiado bien a Herrero,
pero se calló como los demás. Fhin observó un brillo de venganza en los ojos de
Herrero.
El grupo
deambulo por planta baja, rodeando acúmulos de cajas y toneles, así como fardos
de tejidos. En ese almacén había de todo, desde grandes toneles de bebida, como
vino y cerveza, hasta estanterías de gran altura llenas de bobinas de telas, de
todo tipo y delicadeza. En algunas zonas, las más oscuras, se almacenaban
toneles cerrados con aceite y pez, lejos de las llamas que podrían prenderles.
Fhin les hizo dar más vueltas de las debidas, alegando que había visto algún
centinela, pero solo quería enfadar aún más a Herrero, pues necesitaba que
traicionara a Usbhalo antes de accionar la trampa.
Pero no
podía estar dando vueltas, pues hasta el lerdo de Campesino se habría dado
cuenta, así que llegado a un tiempo que él mismo estimó, llegaron hasta el
lugar donde estaban almacenadas las cajas. Eran cajas pequeñas, apiladas unas
sobre otras, pero separadas de cualquier otra cosa. No parecía que fueran parte
de un envío imperial, pero eso era porque el imperio intentaba pasar
desapercibido estas mercancías. Los ojos de Herrero y Sacerdote se iluminaron
de placer al revisar las cajas. Pues sabían que debían buscar un sello
especial, que identificaba a las cajas como portadoras del oro imperial. Fhin
se colocó en un buen lugar para poder ver lo que buscaban y tomó buena nota de
lo que Herrero y Sacerdote encontraron. En un futuro, tal vez uno de estos
envíos acabara en sus manos, pensó Fhin. Pero ahora había que cerrar la trampa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario