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domingo, 26 de agosto de 2018

La leona (14)


El tiempo de descanso pronto llegó a su fin y el grupo se puso de nuevo en marcha, pero esta vez los hombres quisieron que Kounia marchase dentro del cuadro que formaban, justo tras los pasos de Yholet. No estaba permitido hablar, pero Yholet escuchaba cada poco una advertencia en voz baja. Kounia le iba advirtiendo de la presencia de obstáculos ocultos, de forma que Yholet empezó a poder mantener el paso con menor dificultad, para enfado de Lystok. Lo único que no parecía darse cuenta Lystok era que Kounia ayudaba al blanco. Yholet estaba seguro que los guerreros si se habían percatado de ello, pero por alguna razón que a Yholet se le escapaba preferían que la muchacha lo siguiese haciendo a que la marcha se volviera a aminorar por la torpeza del sureño.

El oscuro paisaje no varió mucho en horas o por lo menos a Yholet le parecían horas, pues tanta carrera se estaba convirtiendo en un verdadero martirio. Pero no parecía el único cansado. Podía ver las gotas de sudor en los cuerpos de los grakan, lo que indicaba que estos no solían darse esas caminatas de habitual. Podría ser que no todo lo que se contaba sobre los grakan fuera real. En el imperio les gustaba ver a sus vecinos del norte como unas bestias sin raciocinio. Su padre ya le había advertido de que si venía a la frontera con esa mentalidad tan anticuada, se iba a encontrar con una sorpresa. Más aún, le recalcó que su familia bien había sufrido ante esos mismos grakan, aborígenes de la selva, que bien habían combatido contra los soldados del dragón esmeralda. Sus ancestros se habían enfrentado a los ancestros de los grakan y todos habían alcanzado la penuria de la guerra. Pero el líder de su familia en esa época fue muy inteligente.

Una suave brisa hizo que Yholet se olvidara de los recuerdos de su familia y de las palabras de su padre. El grupo había dejado la selva y ascendía por una ladera con vegetación baja, mientras aparecían paredes rocosas. Su trote les llevaba hacia arriba a lo que le pareció una especie de meseta aislada, pero que su cima estaba formada por paredes verticales que no eran escalables por animales salvajes y que tenía suficiente sitio para un buen grupo de guerreros. Desde allí pudo ver el mar de árboles que se extendía hacia todas las direcciones. La meseta no era lo suficientemente alta como para ver más allá de la selva, por lo que no pudo ver ni las llanuras ni el mar. En cambio sí que fue capaz de ver las montañas. Yholet sabía que hacia el oeste, muy dentro de la selva nacía una gran cadena de montañas. El imperio las llamaba las montañas del fin, pues nadie había ido más allá de ellas. Más aún, algunos estudiosos e intelectuales aseguraban que tras ellas el mundo se terminaba en una caída al infierno. Le pareció que se habían aproximado algo a la cordillera, pero no estaba seguro. De todas formas, Yholet supuso que iban hacia el noroeste, a lo más profundo de la selva. Por lo menos el suponía que allí se encontraría el Consejo y las principales poblaciones grakan.

-   No mires hacia atrás -escuchó la voz de Kounia, que le daba golpes a la espalda para que avanzara con más velocidad.

Pero no hay nada peor que te pidan que no mires hacia un lado, para que tus ojos lo hagan, pensó Yholet, que no pudo evitar mirar. Ellos habían salido de la espesura y las panteras también. Iban tras sus pasos, deseosas de cazar. Los grakan que cerraban la marcha habían detenido su carrera, se habían vuelto y ascendían poco a poco, mostrando las hojas de sus lanzas a las panteras que gruñían molestas.

-   ¡Mira hacia delante! -espetó Kounia, dándole un empujón-. Si te caes nadie te recogerá, y ellas acabarán contigo. Ninguno de ellos se va a enfrentar a un león negro por un blanco, tenlo por seguro.

Apremiado por Kounia, empezó a avanzar más rápido, manteniendo el paso de los grakan, que fueron haciendo más pequeña la distancia que les separaba de la cima. Yholet se negó a observar a los tres grakan que se habían quedado detrás. Pero su imaginación fue lo suficientemente diestra para crear unas imágenes de lo que podía estar sucediendo, solo con los gruñidos, los golpes y los gritos de los guerreros.

Los grakan usaban sus lanzas para mantener a las panteras alejadas de ellos. Las más cautas decidieron esperar a los posibles errores de sus presas. Pero las jóvenes, buscando siempre la gloria ante el grupo, no dudaron en acercarse más de lo debido. Esas aspiraciones, no tan distintas a las que moraban en las almas de los humanos, les llevaron a su perdición. Unas solo recibieron golpes de asta o de las cuerdas que mantenían las hojas en sus sitios. Pero las más descuidadas consiguieron huir con un corte. Al final, al ver que nuevos grakan descendían para apoyar a sus compañeros y que el resto se había resguardado en la cima, decidieron marcharse de allí, a buscar una presa más sencilla y menos peligrosa.

La mayoría de los grakan respiraron más tranquilos cuando todos los leones negros se marcharon, regresando a la espesura. Los guerreros se habían defendido, pero no habían matado ninguna de ellas, pues Gharakan no les hubiera recompensado por acabar con uno de sus prisioneros. Lo más seguro es que les maldijera a ellos también. Por su parte, Lystok, ajeno a los temores de sus hombres y las miradas que le lanzaban, pensó que sus rezos a Gharakan era lo que les había protegido.

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