Seguidores

domingo, 19 de agosto de 2018

El conde de Lhimoner (4)


El salón de los nenúfares era una gran estancia que había en la planta baja del palacio, donde el emperador tenía una gran biblioteca. Se le llamaba así porque casi toda la decoración estaba formada por molduras con la forma de la planta acuática. Y además en su día, también hubo decoración en forma de cuadros, tapices y esculturas con el nenúfar como tema principal. Por lo que el prefecto sabía un emperador ya muerto, hace mucho, tenía una esposa que se deleitaba por las flores de esa planta y le pidió a su marido que le decorase una habitación de esa forma. El buen esposo lo hizo, pero lo recargó con un afán rallante en la locura. La mujer se murió del placer que le produjo. O eso decían las crónicas. La cuestión es que el actual emperador decidió acabar con tanto nenúfar y cubrió las paredes con las estanterías y los libros. Además esa habitación tenía unas buenas vistas de la bahía y la isla de Phanos.

El gran chambelán les guió por los pasillos hasta el salón, que tenía la puerta cerrada y dos guardias imperiales a cada lado de la puerta. Los soldados eran dos hombretones grandes y fuertes, armados solo con espadas envainadas, que les miraban con seriedad e interés. El prefecto vio que llevaban como él las coronas de laurel de oro grabadas en sus corazas, lo que indicaba que eran parte del cortejo del emperador, los soldados más arrojados del ejército imperial, acababan formando parte de la guardia de corps del emperador. Tampoco se le pasó desapercibido que los ojos de los dos soldados brillaban al ver su propia condecoración. Al fin y al cabo, los tres la habían recibido por parecida heroicidad y por ello se respetaban. El chambelán solo esperó unos segundos antes de entrar en la habitación.

-   El prefecto de Lhimoner, su excelencia -anunció Rhissue mientras entraba con el tronco flexionado hacia abajo y mirando al suelo.

El prefecto y su sargento, así como el soldado joven entraron tras el chambelán, imitando su reverencia. Ante ellos se abría un pasillo ancho, terminado en una gran mesa y en varios sillones de tela ocre. A ambos lados empezaban una serie de estanterías dobles que se separaban por medio de pasillos más estrechos, con escalas sobre carriles de hierro, para acceder a los estantes más altos. Había lámparas de araña, pero con las velas apagadas, pues por los ventanales entraba mucha luz. Solo los nenúfares del techo eran visibles, pero había que levantar la cabeza hacia arriba y no era posible en esa situación.

Dos hombres permanecían al fondo de la mesa. Uno de ellos vestía con una serie de túnicas puestas unas sobre otras, era de altura media, menos que su compañero, tendría más de sesenta años, el pelo se había encanecido, los miraba con unos ojos pequeños pero llenos de vida. Aunque su ropa no era de un lujo extremo, era cara y solo podía ser el mismísimo Fherenun II. Quien lo acompañaba era el canciller Thimort de Halsse, el segundo hombre más poderoso del imperio tras el emperador. El prefecto conocía demasiado bien al canciller, pues habían servido juntos en el ejército imperial. Sabía perfectamente de la valía del noble, tanto como estratega como burócrata. Y por ello era la mejor persona para ayudar al emperador a dirigir la vida de los súbditos. Thimort era algo más alto que el emperador y ya rozaba la cincuentena. Tenía la piel blanquecina y lisa, las arrugas de la edad aún no habían hecho mella en su rostro. Tenía una nariz grande y aguileña. Los ojos eran negros y grandes. El pelo canoso, corto, con las sienes despejadas, lo que indicaba que estaba perdiendo su cabello, pero de forma lenta.

-   Gracias, Rhissue -dijo Thimort, haciendo un movimiento con la mano derecha, como si espantara una mosca-. Puedes retirarte.

El chambelán hizo una nueva reverencia al emperador y al canciller, se volvió, inclinando la cabeza ante el prefecto y se marchó raudo, cerrando la puerta tras él.

-   Prefecto de Lhimoner gracias por tomarte la petición del emperador con tanta celeridad -agradeció Thimort el esfuerzo del prefecto-. Veo que te has traído un ayudante. Espero que sea de tu máxima confianza y sepa ante quien esta.

-   El sargento Fhahl es de mi entera confianza y no revelara nada de lo que se diga en esta sala, canciller de Halsse -contestó el prefecto, con una media sonrisa-. No estaría donde está en la milicia sino sabe medir sus opiniones y sus acciones. Me es leal, por lo que lo es a su excelencia, emperador.
-   Bien -asintió Thimort-. En ese caso, tomad asiento los tres, por favor. Hay un asunto que debemos tratar. No es algo sencillo y creemos que tu mente astuta es la mejor para resolverlo.

El canciller hizo un gesto y los tres soldados se sentaron en los sillones vacíos de la mesa, a ambos lados del emperador. En la derecha el canciller y el soldado de la guardia. Frente a ellos, a la izquierda del mandatario, el prefecto y el sargento. Todos se miraban, pero sobre todo el prefecto y el guardia imperial, pues este no era lo que aparentaba, pero esperaba que el canciller desvelara la verdadera identidad del guardia, aunque podía intuir cual era.

No hay comentarios:

Publicar un comentario