Mientras
los primeros sollozos de Phelbyn se hacían más y más oíbles, Usbhale se dio
cuenta de que el mercader ya no le servía de nada. También se dio cuenta de que
realmente no era el culpable de la situación actual, en parte por su codicia
sí, pero en general no.
- Polnok, llévate a Phelbyn y métele en una celda de abajo -ordenó
Usbhale-. Quiero que viva para que rinda cuentas ante nuestro señor Naynho.
Escuchadme todos los presentes, debe llegar vivo y de una pieza ante nuestro
señor -entonces se giró hacia Ofthar-. ¿Qué no encontraron en su almacén? ¿Qué
es tan importante para ellos?
- La bella joven de los tatuajes -se limitó a responder Ofthar.
- ¿Pero por qué? -indagó Usbhale.
- Porque esa mujer era su líder espiritual, me temo que sin ella no
pueden hablar con su dios -contestó Ofthar, que creía poder encajar todas las
piezas del puzle.
- Con Ordhin puede hablar cualquiera, no necesitan a una mujer para
hacerlo -intervino la sobrina de Usbhale.
- Ya, pero ellos no hablan con Ordhin -indicó Ofthar, divertido por
la ingenuidad de la muchacha y de sus ganas de intervenir en todos los asuntos
de su tío. Sería interesante hablar con ella sobre la sociedad de los señoríos,
cuando tuvieran tiempo o algo de paz-. Ellos siguen el culto a Bheler.
Sus
últimas palabras provocaron un silencio entre todos los presentes, lo que
indicaba que sí sabían ante quienes se enfrentaban y habían escuchado lo de la
rebelión de los apóstatas. Aunque podría ser solo por nombrar al dios de la
muerte. Al fin de cuentas se decía que daba mala suerte nombrar al dios
maldito.
- Algo había escuchado de la expansión de unos seguidores del dios
de la oscuridad, pero nunca había tenido el gusto de tener a ninguno cerca
-Usbhale fue el primero en recuperarse por la sorpresa, aunque Ofthar veía su
temor en sus manos, que temblaban espontáneamente-. ¿Qué podemos hacer para
vencerlos? ¿Si le entregamos a la sacerdotisa, tal vez se marchen?
- Usbhale, no te puedo decir cómo ganarles, aunque por ahora lo
mejor es aguantar. En ello te ayudaré, con mis hombres y mis aceros, tengo
buenos muchachos -Ofthar puso su mano derecha en el hombro de Mhista, que
levantó los brazos, enseñando sus brazaletes de oro y plata. Algunos guerreros
asintieron complacidos al ver el número de acciones gloriosas que habría hecho
para conseguirlos-. No podemos entregar a la mujer, porque lleva tiempo ya
sirviendo de alimento de gusanos. Yo mismo la hice ejecutar. Y tampoco hubiera
sido buena idea entregársela, pues el odio y la venganza nacía en su corazón,
ennegrecido por su dios.
- En ese caso deberemos aguantar, hasta la llegada del señor Naynho
y el ejército -se limitó a decir Usbhale, con una ligera tristeza-. Vuestros
hombres pueden colocarse en la franja por donde habéis entrado. El capitán
Polnok os asignará a algunos hombres de apoyo. Supongo que si habéis sido
capaces de abrir un hueco, bien seréis capaces de defender la entrada del
cuartel.
- Será un placer para mí y los míos luchar al lado de vuestros
hombres -alabó Ofthar, suponiendo que el gobernador quería dar por terminada la
reunión.
Y así
fue. Usbhale le dio las gracias por la información y por las hipótesis que
atesoraba y cuando regresó Polnok, le indicó al capitán, que debía permitir a
los recién llegados defender la zona del carro. A Ofthar le pareció que el
capitán no estaba muy contento con esa medida, pero no hizo ninguna queja al
respecto. Aseguró que asignaría un buen número de hombres a apoyarlos, pero
Ofthar indicó que era mejor cuatro o cinco hombres, asignarle más sería
debilitar otras secciones. Usbhale coincidió con el dictamen de Ofthar. Así que
el primer soldado asignado al grupo de Ofthar fue Albhak. Y con el guerrero
joven como guía se despidieron de Usbhale y su sobrina, abandonando el salón.
Albhak
les llevó hasta donde esperaban el resto de los compañeros. Los guerreros
recibieron las órdenes de Polnok y Usbhale. Empezaron a recoger sus armas y se
trasladaron a sus nuevos puestos. Mhista, Ofthar y Albhak recibieron sus armas
y se las colgaron al cinto. Ofthar les indicó que por ahora podrían descansar,
el enemigo tardaría mucho en recuperar sus fuerzas y si él fuera su líder lo
dejaría para el día siguiente, ya que ellos tenían la situación controlada, los
antiguos señores de Limeck estaban sitiados y los esclavos podían moverse a sus
anchas fuera.
Solo
Rhime se mantenía ojo avizor, encaramado al carromato observaba la ciudad.
Aunque Limeck se encontraba en un valle, estaba construida en una de las
laderas y el cuartel se encontraba en la parte más alta. Desde allí podía
controlar el resto del valle. Ofthar se fijó en su expresión y supo que tendría
que hablar con él, sus ojos habían descubierto algo interesante.
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