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miércoles, 8 de agosto de 2018

Unión (32)


Mientras los primeros sollozos de Phelbyn se hacían más y más oíbles, Usbhale se dio cuenta de que el mercader ya no le servía de nada. También se dio cuenta de que realmente no era el culpable de la situación actual, en parte por su codicia sí, pero en general no.

-   Polnok, llévate a Phelbyn y métele en una celda de abajo -ordenó Usbhale-. Quiero que viva para que rinda cuentas ante nuestro señor Naynho. Escuchadme todos los presentes, debe llegar vivo y de una pieza ante nuestro señor -entonces se giró hacia Ofthar-. ¿Qué no encontraron en su almacén? ¿Qué es tan importante para ellos?
-   La bella joven de los tatuajes -se limitó a responder Ofthar.
-   ¿Pero por qué? -indagó Usbhale.
-   Porque esa mujer era su líder espiritual, me temo que sin ella no pueden hablar con su dios -contestó Ofthar, que creía poder encajar todas las piezas del puzle.
-   Con Ordhin puede hablar cualquiera, no necesitan a una mujer para hacerlo -intervino la sobrina de Usbhale.
-   Ya, pero ellos no hablan con Ordhin -indicó Ofthar, divertido por la ingenuidad de la muchacha y de sus ganas de intervenir en todos los asuntos de su tío. Sería interesante hablar con ella sobre la sociedad de los señoríos, cuando tuvieran tiempo o algo de paz-. Ellos siguen el culto a Bheler.


Sus últimas palabras provocaron un silencio entre todos los presentes, lo que indicaba que sí sabían ante quienes se enfrentaban y habían escuchado lo de la rebelión de los apóstatas. Aunque podría ser solo por nombrar al dios de la muerte. Al fin de cuentas se decía que daba mala suerte nombrar al dios maldito.

-   Algo había escuchado de la expansión de unos seguidores del dios de la oscuridad, pero nunca había tenido el gusto de tener a ninguno cerca -Usbhale fue el primero en recuperarse por la sorpresa, aunque Ofthar veía su temor en sus manos, que temblaban espontáneamente-. ¿Qué podemos hacer para vencerlos? ¿Si le entregamos a la sacerdotisa, tal vez se marchen?
-   Usbhale, no te puedo decir cómo ganarles, aunque por ahora lo mejor es aguantar. En ello te ayudaré, con mis hombres y mis aceros, tengo buenos muchachos -Ofthar puso su mano derecha en el hombro de Mhista, que levantó los brazos, enseñando sus brazaletes de oro y plata. Algunos guerreros asintieron complacidos al ver el número de acciones gloriosas que habría hecho para conseguirlos-. No podemos entregar a la mujer, porque lleva tiempo ya sirviendo de alimento de gusanos. Yo mismo la hice ejecutar. Y tampoco hubiera sido buena idea entregársela, pues el odio y la venganza nacía en su corazón, ennegrecido por su dios.
-   En ese caso deberemos aguantar, hasta la llegada del señor Naynho y el ejército -se limitó a decir Usbhale, con una ligera tristeza-. Vuestros hombres pueden colocarse en la franja por donde habéis entrado. El capitán Polnok os asignará a algunos hombres de apoyo. Supongo que si habéis sido capaces de abrir un hueco, bien seréis capaces de defender la entrada del cuartel.
-   Será un placer para mí y los míos luchar al lado de vuestros hombres -alabó Ofthar, suponiendo que el gobernador quería dar por terminada la reunión.


Y así fue. Usbhale le dio las gracias por la información y por las hipótesis que atesoraba y cuando regresó Polnok, le indicó al capitán, que debía permitir a los recién llegados defender la zona del carro. A Ofthar le pareció que el capitán no estaba muy contento con esa medida, pero no hizo ninguna queja al respecto. Aseguró que asignaría un buen número de hombres a apoyarlos, pero Ofthar indicó que era mejor cuatro o cinco hombres, asignarle más sería debilitar otras secciones. Usbhale coincidió con el dictamen de Ofthar. Así que el primer soldado asignado al grupo de Ofthar fue Albhak. Y con el guerrero joven como guía se despidieron de Usbhale y su sobrina, abandonando el salón.

Albhak les llevó hasta donde esperaban el resto de los compañeros. Los guerreros recibieron las órdenes de Polnok y Usbhale. Empezaron a recoger sus armas y se trasladaron a sus nuevos puestos. Mhista, Ofthar y Albhak recibieron sus armas y se las colgaron al cinto. Ofthar les indicó que por ahora podrían descansar, el enemigo tardaría mucho en recuperar sus fuerzas y si él fuera su líder lo dejaría para el día siguiente, ya que ellos tenían la situación controlada, los antiguos señores de Limeck estaban sitiados y los esclavos podían moverse a sus anchas fuera.

Solo Rhime se mantenía ojo avizor, encaramado al carromato observaba la ciudad. Aunque Limeck se encontraba en un valle, estaba construida en una de las laderas y el cuartel se encontraba en la parte más alta. Desde allí podía controlar el resto del valle. Ofthar se fijó en su expresión y supo que tendría que hablar con él, sus ojos habían descubierto algo interesante.

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