Fhin
tenía un temor en toda esta operación. Solo había cinco ladrones y según
Bheldur eran seis. Faltaba Corredor. Pero aun así, debía hacer saltar la
trampa.
- Aquí lo tenéis, así que ahora qué hacemos -habló Fhin.
- Habrá que cargar todo esto hasta el carro que tenemos fuera con un
amigo -indicó Herrero, revelando la situación de Corredor.
- Entonces manos a la obra -señaló Fhin.
- Un momento, amigo -pidió Herrero.
- Ya estás perdiendo tiempo -espetó Fhin, simulando molestarse.
- Aquí el único que ha estado perdiendo tiempo has sido tú, y quiero
saber porque -comentó Herrero.
- No sé de qué hablas -se hizo el indiferente Fhin.
- Me da que tú te has hecho un plan propio y que nos quieres dar por
culo -acusó Herrero.
- ¡Eh! ¿A qué viene esto, Usthart? -intervino Usbhalo, harto de que
tratara tan mal a su amigo-. Fhin nos ayuda y tú te pones de esta forma.
- ¡Que he dicho de los nombres, joder! -bramó Herrero-. Además, tú
los has metido para traicionarnos. Noto la traición a la legua y por ello vas a
morir.
Herrero y
Sacerdote sacaron sus armas, que brillaron con la luz de los faroles de las
paredes. Herrero llevaba una espada corta y Sacerdote un par de dagas.
Campesino, Alfarero y Peón estaban asombrados y en parte asustados por cómo
había terminado la cosa, sin saber cómo actuar, lo que indicaba que no sabían
de la maquinación de los otros dos contra Usbhalo.
- No entiendo porque dices esas cosas, yo no os voy a traicionar,
siempre te he sido leal -dijo Usbhalo entre gimoteos.
- Aquí los traidores son ellos, Usbhalo -dijo Fhin-. Ellos te iban a
matar. Más bien si no me hubieras metido en el ajo, tú ya estarías muerto en la
plataforma en este momento. Ellos no podían dejar cabos sueltos y que eres tú,
más que uno. Fharbo y la milicia irían por ti. El último en llegar, el primer
culpable. Y si hubieras desaparecido del almacén, el primero sin duda. No
habría lugar en la provincia para que pudieras esconderte. Y cuando te
cogieran, que lo harían te torturarían hasta obtener sus nombres, aunque claro,
los que sabes no son los reales, ¿verdad Usthart?
- No puede ser... ellos son mis amigos... mis… -gimoteó Usbhalo.
- Eres un muchacho listo, Fhin, no como este pedazo de carne,
imbécil hasta la médula -se burló Herrero-. Claro que no me llamo Usthart. Pero
ser demasiado listo a veces lleva a una muerte prematura.
- Ellos son… ellos… él es cómo… -Usbhalo se había bloqueado y se
había caído de rodillas, incapaz de moverse, de pelear.
- Lo ves, Fhin, tu compañero es un bueno para nada, listo para ser
ejecutado -siguió con las chanzas Herrero, mientras se preparaba para atacar a
Usbhalo.
- Ahí te equivocas, como te llames, él y yo no vamos a morir aquí,
pues nosotros tenemos amigos -afirmó Fhin-. ¡Muchos y muchos amigos!
La
palabra amigos casi la gritó. Herrero creyó que era un grito desesperado, pero
se equivocaba. Por todas partes empezaron a aparecer guardias, armados hasta
los dientes. Los había grandotes, como Gholma y otros más normales. Uno de
ellos vestía mejor que el resto, así como una mejor armadura.
- Ya estáis tirando las armas y os perdonaremos la vida -advirtió
Fharbo-. Quedáis detenidos por intentar robar aquí.
- A mí no me detiene nadie, listo -dijo Herrero, dándose cuenta que
le habían preparado una trampa y él había caído en ella. Pronto dio con la
persona que le había enredado, el tal Fhin-. Estas muerto chico listo.
Herrero
se lanzó a la carrera contra Fhin, que parecía desarmado, pero de la nada
aparecieron dos cuchillos por el aire. Tuvo que moverse rápido para no ser
alcanzado. Al hacerlo dejó su cuerpo con las defensas bajas y fue Fhin quien se
abalanzó contra él, con las puntas de dos dagas asomando entre los pliegues de
su abrigo. Herrero no fue capaz de defenderse y Fhin le clavó una daga en el
costado, mientras la segunda le cortó el cuello.
El resto
de los ladrones habían imitado a su jefe y ahora todos yacían en el suelo. Unos
como Campesino y Peón agonizantes. Sacerdote en cambio pedía piedad. Alfarero
parecía inconsciente o podía estar muerto como Herrero. Fhin no se había fijado
mucho en la escaramuza, pero lo más seguro es que los muy idiotas se hubieran
abalanzado contra los centinelas sin darse cuenta que no llevaban ni una armadura
en condiciones. Sacerdote se las vería con Fharbo, quien era informado de la
presencia de un carro sospechoso frente al almacén. Había que detener a
Corredor, pues si huía podía alertar a los mercaderes que habían orquestado la
trama. El dueño del almacén y el gobernador querrían hablar con ellos, aunque
tal vez sería cosa del torturador imperial tal cosa.
- Las cosas han salido como tú querías, Fhin -dijo Fharbo.
- ¿Él es libre? -preguntó Fhin señalando al arrodillado Usbhalo.
Fharbo
asintió con la cabeza y sonrió.
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