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sábado, 31 de octubre de 2020

Aguas patrias (8)

En el último momento, ocurrió lo que don Rafael se había esperado, el capitán inglés no había podido con el temor a ser barrido de la cubierta por la fuerza de la batería del navío y viro por su estribor. Don Rafael dio una orden, que hizo que el Vera Cruz virara ligeramente, pero que detuviera su avance, de forma que la popa y parte del costado de babor inglés quedará a su merced. Fue en ese momento cuando don Rafael ordenó hacer fuego. Todo el Vera Cruz se agitó cuando todos los cañones de babor abrieron fuego al unísono. Un rugido cortó el mar y una nube de humo envolvió el navío.

Tras la primera andanada siguieron otras. Las primeras parecieron muy seguidas y casi completas, pero las últimas las hacían solo grupos de cañones. Esto era así porque el inglés una vez que terminó de virar, comenzó a responder con los cañones que le quedaban. Por eso, habían sido desmontados algunos cañones y había agujeros en la borda. Eugenio mantenía el fuego graneado, mientras pedía informes a los carpinteros. Las balas inglesas, mucho más pequeñas que las suyas habían abierto agujeros en el casco, pero ninguno bajo la línea de flotación. No había vías, pero si desperfectos en vergas y el aparejo.

Por otro lado, don Rafael estaba más atento al manejo de las velas y a mantener al Vera Cruz a la misma velocidad que la fragata enemiga, para que los cañones siguieran escupiendo plomo y muerte. A su vez, los infantes de marina, se empleaban desde las alturas para eliminar a cualquier enemigo que encontrasen, aunque debido al humo de los cañones, no eran capaces de cazar a muchos.

De repente se escuchó un gañido, seguido del crujir de madera y entre el humo vieron como el palo de mesana se derrumbaba. Con los palos, las drizas y el resto  del aparejo se fue la bandera del barco enemigo. 

-    ¿Se han rendido? -quiso saber don Rafael-. ¿Se han rendido? Enterate Eugenio. ¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego! 

-    Voy, mi capitán -asintió Eugenio haciéndose con una bocina.

Eugenio se acercó al pasamanos del alcázar, a babor y empezó a gritar si se rendían en el inglés que sabía. No había respuesta, pero al parar de disparar, se empezó a disipar el humo y dejó ver la ruina que quedaba de la fragata inglesa. Estaban aún en pie el palo mayor y el trinquete, pero habían perdido casi todas las vergas con sus velas. La nave iba más hundida y por los imbornales salía agua mezclada con sangre. No parecía que fueran a seguir luchando y no habían colocado la bandera. 

-    ¡Acerquen los botes! -gritó Eugenio, adelantándose a la orden de don Rafael. 

-    Teniente, los ingleses están echando un bote al agua -avisó a voces uno de los marineros-. En la popa están poniendo una bandera roja. No se rinden. 

-   ¡Cállese! -ordenó Eugenio-. Es un paño blanco manchado de sangre, dudo que les quede algo blanco blanco. Se rinden capitán. 

-    Bien -dijo don Rafael-. Que el capitán Cardenas y sus muchachos tomen el mando en la fragata. Eugenio, encárguese de que la fragata no se hunda. 

-    Así se hará -respondió Eugenio.

La siguiente hora fue crucial. Desde el Vera Cruz empezaron a moverse los botes y lanchas, iban llenas de marineros e infantes de marina. Don Rafael también ordenó al médico de abordo que fuera a ayudar a los ingleses. Los trozos de abordaje llegaron a un barco destrozado. La mayoría de las vergas habían sido dañadas. Los palos mayor y trinquete seguían en pie, pero estaban muy deteriorados. Las balas disparadas desde el Vera Cruz los habían golpeado y resquebrajado.

Eugenio, desde el alcázar del Vera Cruz coordinó todos los trabajos. Por un lado tenía a parte de los carpinteros del navío arreglando los escasos desperfectos de las balas inglesas. Con dotaciones de marineros, volvieron a montar los cañones que habían sido afectados por las andanadas de la fragata, así como repusieron velas, vergas y cabos. A su vez, una parte de la dotación de infantería de marina preparó la bodega inferior para albergar a los marineros ingleses capturados.

Por otro lado, los marineros enviados a la fragata inglesa que resultó ser la Syren, estaban en los cabrestantes de las bombas, intentando sacar toda el agua que pudiesen. Se afanaban, junto con los marineros ingleses que no estaban demasiado heridos, en ese menester tan crítico. El carpintero jefe del Vera Cruz se encargaba de reparar todos los agujeros que fueron encontrando en la sentina, por debajo de la línea de flotación de la Syren. Eugenio tuvo que dar la orden de abandonar definitivamente a su suerte al palo de mesana, ya que era una obra muerta que lastraba a la fragata.

Con las velas hechas jirones o sobre la cubierta, la Syren no podría moverse de allí, así que hasta que pudiesen izar alguna lona en los palos que quedaban, sin que estos se rompiesen, Eugenio lanzó un cabo desde el Vera Cruz y se dispuso a tirar de la Syren. Eugenio, al final, pasó de una nave a otra para poder hacer una relación completa de los que le faltaba a la Syren y cuál era el estado general, ya que don Rafael, que en esos momentos se dedicaba a gobernar el Vera Cruz y reunir de nuevo la pequeña escuadra. Por fin la Santa Cristina se aproximaba, esta vez acompañada del Waesel, que había ido a su encuentro al empezar el combate entre la Syren y el Vera Cruz.


Ascenso (51)

Ofthar suspiró cuando el último de los dignatarios de los Pantanos se hubo sentado y los guardias de fuera cerraron los pliegues de la tienda. Solo Maynn y Rhevee permanecía de pie. Ofthar hizo un gesto y los siervos trajeron un par de sillas para ellos. Ofthar les hizo un gesto para que se sentasen. Era su turno de hablar.

-   ¡Qué Ordhin vele por que hoy se termine nuestro conflicto! -dijo conciliador Ofthar, como si fuera un padre cansado de que sus hijos peleasen-. El tharn Rhevee ha cumplido nuestra petición y ha traído los presentes que permiten que se hable hoy. Aunque no hacía falta que llegasen magullados.
-   Mi señor Ofthar, desgraciadamente el señor Whaon no quería participar de estas negociaciones, manteniendo el conflicto y la inquina entre nosotros -indicó Rhevee, guardando cuidado con lo que decía-. Él y Velery intentaron huir de vuelta a Onissur, dejando atrás a sus fieles hombres. Fueron detenidos por patriotas y amigos.
-   Bueno, lo que Velery el traidor y Whaon hicieran no es más que un asunto interno de vuestro señorío -señaló Ofthar, como si no fuera con él-. Hemos venido a negociar. Yo tengo una propuesta que espero que sea satisfactoria para las dos partes. ¿Me escuchareis hasta que termine y luego ya añadiréis vuestras pegas?
-   Siempre estoy deseoso de escuchar una buena oferta -aseguró Rhevee, cuya alma mercader se dejó ver.
-   La muerte y la destrucción ha sido alta en este conflicto -comenzó a hablar Ofthar, tras hacer una inclinación de cabeza hacía Rhevee, como agradeciendo su bondad por permitirle hablar, aunque la realidad era otra-. Pero no debemos enconarnos en la venganza y la malicia. El señor Whaon y el tharn Velery deben ser castigados por sus actos, pero no toda su familia. Para terminar con el conflicto, presento esta oferta. Whaer, hijo de Whaon será nombrado como señor de los Pantanos, sustituyendo a su padre, que se sentará ante mi en juicio por sus acciones. Además para sellar esta nueva amistad entre nuestros pueblos, Whaer contraerá matrimonio con mi hermana Ofhini -Ofthar se sonrió al ver la cara de total sorpresa de Maynn, que no sabía nada de esto-, a su vez y para que la unión entre nuestros pueblos sea auténtica, Whyer, hija mayor de Whaon se unirá a mi senescal, Mhista de Bhalonov. con esto la paz será nuevamente entre los Ríos y los Pantanos. Desde el punto de vista de la destrucción, las cosechas del norte del territorio de los Prados ha sido quemada por el ejército de Whaon. La ley de la paz exige que se reponga el daño, pero el castigo sería peor para todos, por lo que creo que lo mejor es que en vez de que los Pantanos entreguen la misma cantidad de trigo que lo perdido, vendan suministros a los Prados, por la mitad del precio de lo real. Así ninguno de los dos territorios sufrirá hambre en el próximo invierno. ¿Qué os parece mi oferta, tharn Rhevee?
-   Vuestras palabras son las de un gran líder, mi señor -contestó Rhevee visiblemente sorprendido-. Aceptamos vuestras exigencias. Seamos amigos de nuevo.
-   Un momento, tharn Rhevee -pidió Ofthar, y se volvió hacia Elthyn-. Gobernador Elthyn de Isnark, ¿aceptáis mis condiciones para llegar a la paz con los Pantanos?
-   Nos complace vuestra oferta, los Prados aceptan la paz -aseguró Elthyn, aunque Ofthar sabía que el joven tharn no se opondría, pues la oferta era lo que todos necesitaban. En la torre, en el sótano habían encontrado tres arcones llenos de oro, y por ello, no iban a pedir una compensación monetaria. Era mejor la reducción monetaria por la comida. Y si se daban prisa, aún podía volver a sembrar algo de trigo y cosechar al final del verano o en el otoño, siempre que el frío se retrasase ese año.
-   En ese caso, Whaer, acércate -ordenó Ofthar.

El guerrero que estaba detrás del muchacho le cortó la soga que mantenía sus manos atadas a la espalda. Whaer se aproximó, quedando frente a Ofthar.

-   ¿Whaer de Wulak, aceptas las condiciones para la paz entre nuestros señoríos? -le preguntó Ofthar mirándole a los ojos. Whaer, aterrado miró a Maynn y Rhevee que asentían con la cabeza y luego a su padre, que le miraba con asco.
-   Acepto -murmuró Whaer, cauteloso, pero al ver que Ofthar le hacía un gesto para que hablase más alto-. ¡Acepto!
-   ¡A mis brazos, hermano! -bramó Ofthar, abrazando al temeroso Whaer, pues ahora sería su cuñado, aunque eso no significaba nada, pero decidió añadir unas palabras, para que todos los presentes respirasen tranquilos-. Yo, como hijo de la dama Güit y último miembro vivo de los Irnt, reconozco a Whaer y a todos los descendientes de él como los verdaderos señores de los Pantanos y olvido mis pretensiones sobre ese territorio.

Rhevee y otros tharns de los Pantanos más tarde dirían que ese fue el mayor presente que el señor Ofthar otorgó en esas negociaciones, pero la verdad es que el propio Ofthar ya había decidido olvidar sus derechos sobre ese territorio. Prefería que alguien estuviese entre él y el ambicioso señor de los Mares. La negociación terminó con un tratado de paz y amistad.

Los días siguientes a la firma en la fortaleza fueron de banquetes y fiestas. La mayoría estaban contentos. Pero Ofthar tuvo que ver a su buen amigo Mhista totalmente melancólico. Cuando estuvieron un rato solos, Mhista le reveló que Maynn le había dejado, le había destrozado el corazón. La mujer prefirió seguir siendo hombre y convertirse en el canciller de Whyer a seguir su relación.

Los líderes de la flota de los Mares fueron liberados y se marcharon con los representantes de los Pantanos, para ocuparse de sus heridos y regresar a su señorío.

El ejército se disolvió y los tharns con sus hombres regresaron a sus territorios, así como el thyr volvió a sus labores en los campos y ciudades. Ofthar y su estado mayor pasó unas semanas en Isma, donde el antiguo señor Whaon y Velery fueron juzgados por sus crímenes. El primero fue enviado a las minas del oeste, donde nadie volvería a hablar más de él. Velery fue ejecutado en Isma, ante la población que festejaron al ver su cabeza separarse de su cuerpo.

Al volver a Bhlonnor, Mhista se casó con Whyer, la hermana del señor de los Pantanos, así como Ofthar se despidió de su querida Ofhini que viajó con Rhime para convertirse en la esposa de Whaer, ligeramente mayor que ella.

Cuando el invierno llegó la paz y la prosperidad regresaron a los señoríos, aunque fuera por unos años, pues en el sur, la guerra era algo muy común.

martes, 27 de octubre de 2020

Lágrimas de hollín (50)

Habían pasado varios días desde la muerte de Dhert y el territorio de los Osos ya estaba totalmente integrado en el territorio de Jockhel y sus leales, que eran conocidos por los Dorados, ya que Jockhel había cambiado la máscara inicial por una dorada con el mismo grabado de la cara de un mozalbete.

El clan de los Leones, viendo que las cosas se estaban poniendo difíciles había amedrentado a  los pequeños, los Ciervos, los Caballos y los Gatos para formar una alianza contra ellos. Aunque realmente, el último, el de los Gatos estaba desde hacía tiempo aliado con los Leones. El clan de los Gatos era casi mejor llamarlo el de las Gatas, ya que sus miembros eran exclusivamente mujeres. Carecían de un territorio como tal, sino que poseían unas cuantas casas, donde se encargaban de cuidar y enseñar a sus miembros. Eran unas mujeres que se dedicaban principalmente a espiar y asesinar. Solían ser contratadas por gentes de los otros barrios y no solían intervenir en las disputas de los otros clanes. Pero el actual líder de los Leones, el viejo Arghuan se había inmiscuido en la forma de gobierno de los Gatos, haciendo matar a la Dama, la que lideraba el clan y poner a la Dama Guirenna, la actual Dama. Guirenna no solo había roto con las tradiciones y había tomado el mando de una serie de burdeles de La Cresta y de otros barrios. Además casi habían olvidado su forma de vida original, la de ser espías y asesinas.

Fhin había decidido que para acabar con la alianza de los Leones, tanto la actual como la antigua, debía hacer que los Gatos volvieran a tener una Dama más afín con las tradiciones. Bheldur debía encargarse de ello y se puso manos a la obra, pero los Gatos eran más herméticos que otros clanes. Bheldur también se puso a investigar a los Leones, pero tuvo problemas con las espías de los Gatos que protegían los secretos del viejo Arghuan y sus Leones.

Fhin había reunido a su plana mayor en la herrería de Fibius, para ver que había conseguido Bheldur, pero al ver la cara de su amigo, supuso que no traía nada de importancia. Debían ser rápidos o los Águilas se percatarían de su siguiente movimiento, para intentar desbaratarlo. 

-   He perdido un par de muchachos por culpa de los Gatos -se quejó Bheldur tras varios días de investigación-. Solo he conseguido información superficial. A Arghuan le llaman el Lord y de esa manera a la alianza de Leones y Gatos la llaman la Casa de los Lores. No he conseguido nada de ninguno de los líderes, no tengo sus puntos débiles ni una forma de tentarlos. 

-    La Dama Guirenna tiene un gusto por la carne de los hombres jóvenes -dijo una voz a la espalda de todos. Al volverse vieron la cara de Bhorg. 

-    Te esperaba desde hace días, Bhorg -indicó Fhin al tiempo que le señalaba un taburete, como en el que él estaba sentado, así como Bheldur, Phorto y Usbhalo-. Y parece que tienes información para mi. 

-    Pero aunque puedas eliminar a Guirenna, necesitas a una posible candidata que reconozcan el resto de las Gatas -prosiguió Bhorg-. Pero en eso te puedo ayudar yo. Antes de que Guirenna y Arghuan se hicieran la alianza, los Gatos lo dirigía una mujer muy precavida, pero que no vio la jugada de la advenediza Guirenna. Se llamaba Dhirrin y era querida por sus hermanas. Cuando fue asesinada en una celada de los Leones, varias hermanas leales a ella escondieron algo. Jamás revelaron dónde lo escondieron y Guirenna ha gobernado con el miedo en el cuerpo. 

-    Una pregunta Bhorg, ¿cómo es la sucesión de los Gatos? ¿Eligen a alguien o es hereditario? -intervino Fhin. 

-    Es hereditario -respondió Bhorg con una sonrisa. 

-    Me estás diciendo que en algún lugar de La Cresta está escondida la hija de Dhirrin -auguró Fhin-. Y no solo se esconde, sino que la han enseñado las artes del espionaje y el asesinato. Solo espera el momento de la venganza. 

-    No está escondida, sino que se hace pasar por una de mis hijas -anunció Bhorg, más contento. 

-    Qué mejor sitio que esconder a la hija de una reina entre la casa de un lugarteniente de alto nivel de otro clan -ironizó Fhin-. Ni Guirenna ni Arghuan hubieran pensado en esa estratagema. Bhorg, la hija de Dhirrin sabe quien es y está dispuesta a unirse en nuestra guerra. 

-    Pregúntaselo tú mismo, Shar, pasa -llamó Bhorg.

En la herrería entró una muchacha de unos diecisiete años de edad, alta, delgada, muy hermosa. Fhin no hizo ningún gesto, pero Phorto y Bheldur casi se atragantaron al verla. La chica vestía como un hombre y escondía una melena pelirroja bajo un gorro oscuro. De un cinturón colgaban bolsas, estuches y un par de dagas. Sin duda parecía un espía o un asesino. Fhin supuso que ese era la apariencia de una Gata cuando iba a hacer un trabajo.

Fhin sabía que debía hacer que esa mujer se uniese a su causa. Pero sabía también que las venganzas no llevaban a nada bueno, lo había visto con demasiada frecuencia en su vida, ya que él había perpetrado varias. Ordenó a Phorto, Bheldur, Usbhalo y a Bhorg que la dejasen hablar con ella en privado. Bheldur y Phorto se quejaron, pero accedieron al final. Bhorg le dijo algo a la muchacha al oído antes de marcharse. Fhin le señaló un taburete, por si quería sentarse, pero ella prefirió quedarse de pie.

El dilema (47)

Fue Selvho quien despertó a Alvho con los primeros rayos del amanecer. Le zarandeó un par de veces y le llamó por su nombre. 

-    ¿Ya es de día? Pero si aún está en penumbra -se quejó Alvho al abrir los ojos. 

-    Los therk y sus segundos hemos sido convocados -le informó Selvho-. El tharn Aurnne se ha muerto en su cama. Y para más lío, el maestro de obras ha muerto por un accidente, se cayó en los embarcaderos, estando borracho y se ha roto el cuello. Hay un caos en el campamento, pues los therk no saben lo que hacer. 

-    Habrá que ir a que pongas a esos jovencitos en su sitio, Selvho, al fin y al cabo eres el therk de más edad -indicó Alvho, con un poco de ironía, pero sabía perfectamente que estaba en lo cierto, Selvho era el más veterano de los therk allí congregados, según las normas de la guerra, a la muerte del tharn y sin más tharns congregados, el therk de más edad debía asumir un mando temporal. 

-    No sé -se limitó a murmurar Selvho, al tiempo que se volvía para dar las órdenes a sus colaboradores. Mientras ellos estarían en la reunión, sus hombres debían seguir con la instrucción.

Alvho y Selvho desayunaron a la carrera y se dirigieron a la tienda de reuniones. Los therk allí reunidos esperaban a ver lo que ocurría. Hubo un silencio que se alargó demasiado, hasta que Selvho se armó de valor y se levantó para hablar. 

-    Creo que debemos hacer que alguien asuma el mando del campamento hasta que desde Thymok lleguen órdenes del señor Dharkme -anunció Selvho. 

-    ¡Hay que seguir las normas de la guerra! -gritó alguien del fondo, que a Alvho le pareció un veterano como su amigo-. El therk de más edad debe asumir el mando. 

-    No sé si eso es lo más oportuno -murmuró sin fuerzas Selvho. 

-    ¿Quién es el más mayor? -preguntó otro, uno joven. 

-    ¡Selvho! -gritó Alvho, lo que hizo que Selvho le mirase con ojos furibundos.

El nombre de Selvho se fue repitiendo entre los veteranos y se añadieron los más jóvenes. Cuando la reunión se terminó, Selvho había mandado a los therks con sus unidades, con orden de instrucción general. A los therks mayores les pareció bien, aunque los jóvenes parecían asqueados. Selvho había indicado que se había acabado la pasividad del tharn Aurnne con los reclutas. El ejército se iba a poner en forma de una vez.

Alvho le ayudó a su amigo a redactar la carta para avisar al señor Dharkme de la muerte del tharn. Cuando preguntó si debía informar de la muerte del maestro de obras, Alvho le dijo que no. Que había hablado con un ayuda de cámara de Aurnne y que este había enviado un mensajero según se había conocido la noticia del accidente. Aurnne requería de un nuevo maestro de obras. Selvho fue a decir algo pero prefirió no decir nada.

Era mejor así, pensó Alvho, no quería contarle cómo había asesinado con veneno a Aurnne y le había suplantado. Con su pericía para falsificar la escritura de la gente había escrito la carta que parecía del puño y letra de Aurnne. En ella no ponía demasiado bien a Selvho y el resto de guerreros, pero era un incentivo para que Dharkme viniese a investigar. Claramente le había mentido al moribundo Aurnne con lo de que de esa forma tendría en sus manos al señor Dharkme, no pretendía asesinarlo. Pero sí que tendría a otros enemigos y sobre todo podría hacer que Dharkme trajese al verdadero ejército para invasión. Con el tono de voz de Aurnne y que este permanecía con los ojos abiertos, hizo que se preparase un mensajero, él le entregó el pliego sellado, como si fuese un criado y después lo tumbó en su cama. Le dio el tiempo suficiente para volver a su tienda. El veneno lo mató como si hubiera fallecido al dormir. Nadie pensaría en un asesinato, pues Aurnne era lo suficientemente mayor como para morirse sin más.

Siguió Alvho un par de horas ayudando a Selvho con la logística y la administración del campamento. Selvho se iba quejando cada poco de la falta de total de espíritu del difunto Aurnne, había dejado todo de cualquier forma. Sin ayudantes, liderar el campamento sin el tharn era una tarea titánica. Necesitaría que otros therks le ayudasen. Pero como le hizo ver Alvho, ahora él daba las órdenes, por lo que podía poner a los therks a trabajar. Selvho le preguntó sobre lo que haría si los therks se le intentaban sublevar. Alvho medio serio medio riéndose, le aseguró que si tenía algún problema con ellos, los podía asesinar y hacer pasar como un accidente o una muerte natural. A Selvho no le hizo ninguna gracia, pero prefirió callarse sus sentimientos a esa afirmación, que por alguna razón rara sabía que era lo que les había pasado al maestro de obras y al tharn Aurnne. Estaba seguro que su amigo era tan peligroso como parecía ser.

sábado, 24 de octubre de 2020

Ascenso (50)

A la mañana siguiente, Ofthar fue despertado por Rhennast, anunciando que de la aldea había partido una columna de jinetes y carros. Muchos de ellos llevaban estandartes blancos que se mecían con la suave brisa que soplaba del norte. Ofthar se lavó, se preparó, vistiéndose con sus mejores ropas y su armadura pesada. Desayunó algo y se fue a dirigir el recibimiento a los mandatarios enemigos. Rhime ya lo tenía todo listo. Había colocado a guerreros y arqueros de guardia, pero parecían lo mejor del ejército.

Entre la fortaleza y las tiendas donde se iban a llevar la negociación, había un par de regimientos en formación, para mostrar su poderío militar. Era la hora de mostrar lo que podía ocurrir si seguía la guerra. De sacar pecho y claro está engañar al oponente. Rhime había hecho levantar tres campamentos de campaña, en los campos cercanos. En ellos había multitud de tiendas, muchas de ellas vacías. pero de lejos no se sabía. Había centinelas en todos ellos y otros haciendo instrucción. Los mejores arqueros practicaban en dianas bien visibles. El enemigo vería un espectáculo que se les helaría la sangre.

Por orden de Ofthar, Maynn cruzó el puente con una docena de jinetes, con telas blancas en sus lanzas. Recibirían a la comitiva. Maynn habló con el tharn que la dirigía, un hombre de barba blanca, que parecía demasiado mayor para ser un guerrero. Cruzaron juntos, tras ellos la escolta de Maynn y después el resto de la comitiva. Ofthar ya se había trasladado a la tienda, junto con su guardia, Rhennast a la cabeza, Mhista y Rhime, Elthyn y Elthero, Rheynnar y otros tantos líderes.

Dentro de la tienda, habían colocado una peana, donde estaba el sillón de Ofthar, en el punto más alto, con dos sillas a cada lado, una para Rhime y otra para Elthyn. Mhista debía permanecer de pie. Había más sillas a los lados del trono, para el resto de asesores y gobernadores. La guardia estaba dispuesta por toda la sala y Rhennast detrás de su señor, también de pie. Para los tharns menores se habían dispuesto bancos corridos. Uno de los lados estaban ocupados, mientras que lod del otro vacíos, a excepción de dos hombres, el comandante Whymer y el capitán Thelveer, a la espera de que llegasen el resto de sus ocupantes. En los lados de la tienda se habían colocado barriles de cerveza, mesas con comida y jarras. También había un pequeño ejército de siervos dispuestos a agasajar a los allí congregados.

Ofthar no pudo ver las caras que pusieron los miembros de la comitiva de los Pantanos al cruzar la fortaleza y los regimientos de guerreros del exterior, pero se lo contaron. En sus rostros se reflejaban por igual el asombro y el estupor. Muchos aseguraban que veían el miedo en sus ojos. La jugada de Rhime había sido acertada y los de los Pantanos no dudaron que había un gran ejército de invasión listo para cruzar el canal. Cuando llegaron ante las tiendas, rodeadas por estandartes rodeando las mismas, aparecieron siervos que se hicieron cargo de los caballos.

Maynn descabalgó la primera y se acercó a la tienda. los guardias que había en la puerta abrieron los pliegues, permitiendo el paso. Ofthar hizo un gesto para que los asistentes guardaran silencio al verla entrar. El hombre de la barba blanca fue el primero en entrar.

-   ¡El tharn Rhevee de Hernnu, mi señor! -anunció Maynn-. Será el interlocutor por parte del señorío de los Pantanos.
-   Sed bienvenido a esta reunión, Rhevee de Hernnu -invitó a pasar Ofthar, levantándose de su sillón y haciendo un gesto cordial para que se adelantara.

Rhevee anduvo con paso firme hacia la peana y cuando estuvo junto a ella, hizo una inclinación de cabeza como gesto respetuoso. Maynn iba andando tras sus pasos.

-   Es un honor ser recibido por vos -afirmó Rhevee con mucho respeto.
-   Yo, Ofthar de Bhalonov, señor de los Ríos, Llanuras y Prados, os he convocado para llegar a un acuerdo y detener esta guerra que a nadie trae ya beneficio -dijo Ofthar con voz calmada y mucha flema-. Que sean bienvenidos el resto de tharns de los Pantanos. Pero os pedí que los causantes de tanta insensatez estuvieran presentes ante mi.
-   No lo hemos olvidado -aseguró Rhevee e hizo un gesto a unos hombres que estaban en la entrada.

Los ojos de todos los presentes se mantuvieron fijos en la entrada de la tienda. Dos hombres arrastraban a un tercero que cojeaba a causa de un vendaje en una de las piernas. Iba con las manos atadas a la espalda y sus ropas estaban desgarradas. Tenía la nariz rota, con un rastro de sangre seca bajo ella, y varios moratones en su cara, así como un párpado hinchado. Tras él entró un muchacho, de unos quince años, con un ojo morado y que miraba a todos lados con una cara de miedo. Le seguían tres mujeres, una de veinte años, guapa y delgada, otras de parecida edad con el muchacho. Cerrando la marcha entró Velery, de parecida guisa que el primer hombre, con los restos de haber sido golpeado con ganas.

Ofthar observó cómo los iban sentando en la primera bancada. Detrás de ellos los guerreros y algunos tharns más que el propio Rhevee fue presentando. Unos eran demasiado jóvenes y otros demasiado viejos. Todos tenían poca pinta de guerreros, lo que indicaba que Maynn había dicho la verdad, esos hombres habían recibido el cargo de tharn para suplir a los que habían muerto en la guerra.

martes, 20 de octubre de 2020

Lágrimas de hollín (49)

Por fin llegó la última mano, cuando ya no le quedaba a Dhert ni un solo trozo de su territorio y Jockhel le indicó que debía apostarse por el liderazgo de los Osos. Dhert, con la ira entre los dientes debía aceptar, ya que no le quedaba otra cosa que hacer, pero estaba seguro que había sido traicionado. La mano fue rápida y para asombro la perdió. 

-    Debéis poner vuestro anillo de señor de los Osos sobre la mesa -le pidió Fhin cuando Jockhel puso sus cartas sobre la mesa, ganando la mano de Dhert. 

-    ¡Jamás! -gritó Dhert. 

-    ¿Queréis contravenir a las normas que habéis aceptado? -preguntó Fhin, con un tono más seco- ¿Vais a ir contra vuestra propia palabra? 

-    No voy a aceptar esta partida, has hecho trampas -le espetó a Jockhel. 

-    ¿Acusáis al señor Jockhel de hacer trampas? -inquirió Fhin- ¿O le acusáis de que ha hecho unas trampas mejores que las vuestras?

Dhert iba a decir algo pero se quedó mirando a Fhin, con una cara desencajada. Era la primera vez que alguien le había pillado haciendo trampas. Podría ser que el tal Jockhel fuera mejor jugador que él o que hiciera mejores trampas que él. Miró a sus hombres y vio que dos negaban con la cabeza, mientras uno se reía. 

-    Bhorg, maldito traidor, tú le has hablado de mí -gritó Dhert, levantándose del sillón que se cayó con estrépito-. Me has traicionado. 

-    No, no lo ha hecho, han sido los otros dos -se rió Fhin, señalando a los otros dos lugartenientes. Nos han contado lo de tus hombres. Puedes acercarte a la ventana y ver lo que ha sido de ellos. 

-    No, no puede ser -dijo Dhert, mirando con odio a los lugartenientes que se habían puesto blancos, mientras que el tercero seguía riéndose.

Se acercó a la ventana, seguido del risueño y vieron un buen número de cuerpos diseminados por el suelo del patio. Otros se habían rendido o pasado de bando para no ser asesinados. Bhorg sacó dos puñales y atacó a los traidores. Los mató con rapidez, antes de que las sombras apareciera Usbhalo y le desarmará. 

-    Bueno, Dhert, creo que todo se ha terminado -le indicó Fhin-. Puedes dejar el anillo y jurar lealtad a mi señor Jockhel, como tus hombres. 

-    ¡Nunca! -gritó Dhert-. Nunca me arrodillaré ante un niño idiota. 

-    Como tú quieras -dijo Fhin, al tiempo que sacaba una daga oculta y se la clavaba en el pecho, traspasando el corazón. Después le arrebató el anillo e hizo que el cuerpo quedara de rodillas, pero no mirando a Jockhel, sino a él-. Gracias por entregarme tu reino, Dhert de los Osos.

Bheldur se quitó la máscara y se la tendió a Fhin, al igual que los anillos de los Serpientes, de los Nutrias y el colgante de los Carneros. Fhin se puso la máscara y las joyas, tras lo que miró a Bhorg. 

-    No me gusta acabar con los subordinados inteligentes y cautos, Bhorg -le dijo Fhin-. Puedes morir o servir a Jockhel. Por lo que sé le eras leal a Dhert por miedo. Sé que tenía a tu familia de rehenes. Si Phorto ha hecho lo que le he mandado ahora los estarán liberando. 

-    ¿Así que tú también me vas a ofrecer el mismo trato que Dhert? -preguntó Bhorg. 

-    No, tu familia es libre, la acompañarán hasta tu casa -negó Fhin-. Yo busco seguidores leales, no temerosos. No quiero tu lealtad de esa forma. La espero por que salga de tu corazón. Sí no me la quieres dar, solo te pido que no me hagas tu enemigo. Usbhalo déjale marchar. 

-    Como ordenes mi señor -asintió Usbhalo dejando libre a Bhorg.

Bheldur abrió la puerta de entrada y anunció que iba a salir alguien, que le dejasen marchar en paz. Bhorg se marchó con miedo, pero nadie se le acercó e intentó matarle. Desapareció de allí como alma que le llevaba el diablo. 

-    ¿Crees que ha sido sensato dejarle vivo y libre? -quiso saber Bheldur-. Phorto no estaba a favor de esta parte del plan.

-    Llegará a casa y se encontrará con su familia -indicó Fhin-. Pasará varios días esperando la muerte. Aun tendrá espías y le informarán que nos habremos hecho señores del territorio de los Osos. Pasará las horas esperando al verdugo. Pero pronto se dará cuenta que no quiero hacerle nada y vendrá a servirme. Bhorg tiene lo que hay que tener para dirigir a nuestras sombras y por ello Dhert le tenía como un lugarteniente, pero falló en su forma de hacerle leal. 

-    Espero que no te equivoques -dijo Bheldur-. Aunque rara vez te equivocas.

Y eso era verdad, pues la mente aguda de Fhin no tenía rival en lo que era conocer a sus rivales. Sabía que Dhert y los lugartenientes traidores no iban a vivir de esa partida y que Bhorg se mantendría leal a Dhert aunque en su fuero interno lo odiase. Los siguientes en ser enfrentados era el último de los clanes grandes, los Leones. Y aún quedaban los que querían reunirse, pero no habían concertado fecha alguna. Para cuando lo hicieran, ellos serían tan poderosos como los otros juntos.

El dilema (46)

Alvho no tuvo que esperar mucho. Un hombre que parecía un cantero, por la vestimenta y la cara de tristeza. Los guardias le hicieron esperar, lo que pareció hacer que los nervios del hombre se crisparan. Aún así, guardó las formas y esperó a que le dejasen pasar. No tardó mucho en dar su mensaje y salió como un alma perseguida por Bheler. Alvho esperó un poco y se dirigió a la entrada de la tienda. 

-    ¡Alto! -le ordenó uno de los centinelas-. ¿Quién eres y qué quieres? 

-    El tharn me espera -indicó Alvho-. Soy su amigo de las sombras. Decidle eso y él me dejará pasar. 

-    ¿Su amigo de las sombras? -repitió el centinela extrañado-. No me gusta esta respuesta. Te estás riendo de mí. Dime tu nombre o recibirás una serie de golpes. 

-    Tú dile mis palabras al tharn y ya verás -le aconsejó Alvho, como un padre a un hijo, lo que enfureció más al centinela. 

-    Como el tharn no te reconozca desearás no haber nacido, gallito -advirtió el centinela, que miró al otro-. No dejes que se escabulla. Quiero castigarle yo mismo en persona. Ahora vuelvo.

El centinela entró en la tienda y regresó al poco serio, pero asqueado. Miró a Alvho y le hizo una seña para que pasase al interior. 

-    Parece que sí que esperaba a su amigo de las sombras -se burló Alvho cuando pasaba entre los centinelas. 

-    Eso parece -se limitó a responder el centinela.

El tharn le esperaba vestido aún con la ropa de cama, sin la cota de malla y el resto de la armadura. La noticia de la muerte del maestro de obras le había pillado durmiendo. No se había arreglado nada para recibir a Alvho. 

-    Que forma de despertarse, que noticia más inesperada, pobre maestro de obras -ironizó sonriente Aurnne. 

-    Sí, mi señor, siempre es un peligro internarse por unos embarcaderos resbaladizos cuando has bebido demasiada cerveza -asintió Alvho, que empezaba a disgustarle en demasía la soberbia de ese tharn. Estaba cada vez más seguro que no era la mejor opción para internarse en las praderas salvajes con alguien como él-. El pobre se ha roto el cuello, por lo que he oído por ahí. Supongo que deberéis informar de tal tragedia a Thymok. Se necesitará que se envíe a algún nuevo maestro de obras para que se den los plazos. 

-    Sí, tendré que escribir una carta al señor Dharkme -asintió Aurnne-. Queréis beber algo, yo necesito mojar el gaznate. 

-    Claro -afirmó Alvho y se acercó a la mesa donde había una jarra con cerveza-. ¿Cerveza de esta jarra? 

-    Sí, es de mis tierras, la mejor del señorío -aseguró ufano Aurnne-. Estoy haciendo que me traigan toneles de mis despensas. No voy a tomar el mismo aguachirri que os sirven a vosotros. 

-    Claro que no, vos sois nuestro tharn -Alvho sabía cómo tratar a los nobles idiotas. Mientras hablaban, echó un polvillo al vaso del tharn. Los llevó hasta donde estaba el tharn y le dio el vaso. Esté se lo quitó de malas formas, con arrogancia. 

-    ¡Por mi buena suerte y por nuestra amistad! -dijo Aurnne, chocando el vaso con el de Alvho y bebiendo el contenido de un trago-. La mejor cerveza. 

-    Sí está buena -se limitó a decir Alvho, al tiempo que dejaba el vaso, al tiempo que tosía y carraspeaba. 

-    Demasiado buena para tu gaznate -se burló Aurnne, riéndose. 

-    Demasiado buena para el tuyo -indicó Alvho, pero con un tono parecido a la voz de Aurnne-. Aún no está bien del todo. 

-    ¡Por Ordhin! Eres un hombre lleno de talentos, esa parecía mi voz -advirtió Aurnne asombrado-. Podrías hacerte pasar por mí y nadieeeee….

La voz de Aurnne se volvió aguda hasta convertirse en un hilillo. Las rodillas empezaron a fallarle y Alvho le ayudó a sentarse en uno de los taburetes al lado de la mesa. El vaso de cerveza se le cayó de la mano y los ojos se quedaron abiertos de par en par. 

-    Es curioso, mi amigo de las sombras lo letal que puede ser la cerveza -dijo Alvho con la voz exacta de Aurnne-. Pero por ahora solo serás como una estatua. Escucharás todo lo que pase, verás lo que haga. Pero no te preocupes, porque en unas horas te reunirás con Bheler. No te voy a permitir ir con el maestro de obras al paraíso. No hay sitio para alguien como tú allí. Selvho lo suele decir muchas veces, los cobardes no pueden reunirse con Ordhin y sus invitados. No habrá banquete para ti. 

-    Ghheeegg -se limitó a salir por la boca abierta de Aurnne hasta que se silenció totalmente, por lo que Alvho la cerró. 

-    Supongo que te preguntas porqué te he matado -indicó Alvho, que movía los papeles de la mesa, buscando todas las cartas y misivas escritas por Aurnne, necesitaba ver cómo escribía-. Necesitó una causa de peso para que el señor Dharkme y su grupo se personen aquí. Y qué mejor que una carta manuscrita por ti, indicando que los obreros, por la muerte rara de su maestro de obras y los guerreros debido a rumores de que son ovejas listas para la matanza, se han sublevado y se niegan a trabajar unos y los otros a cruzar el río. También indicaré que temes por tu vida y las de tus oficiales. Cuando les llegue la carta de que has fallecido, Dharkme no tendrá otra que venir. Y entonces estará a mi mano, listo para ser eliminado.

La expresión de incredulidad del tharn no había cambiado, pues no podía moverse, pero los ojos sí que reflejaban el miedo y el odio actual del tharn. Alvho tenía que darse prisa para que su plan funcionase, antes de que el veneno acabase con la vida del tharn.

sábado, 17 de octubre de 2020

Aguas patrias (7)

El Vera Cruz había ido cambiando de rumbo cada media hora. Desde que el casco del inglés se había descubierto y se habían contado las portas, abiertas, con las bocas de los cañones fuera. Era una de las fragatas nuevas de treinta y dos cañones. Además ya se veía la arboladura del segundo buque, de dos palos, por lo que suponían que era un bergantín o algo parecido. Podía ser un segundo barco de guerra, pero don Rafael había negado ese casual. Le parecía más un barco correo o algo así. Había ordenado una serie de banderas para el Santa Ana cuando empezase su combate con la fragata inglesa.

Lo que ningún oficial del Vera Cruz entendía era como el enemigo no se había percatado aún de la presencia del navío de linea. Debían ver sus velas y sus palos, incluso su casco. No era posible que el capitán de la fragata fuera tan imbécil. Pero a cada hora que pasaba, iba quedando claro.

Eugenio estaba empezando a ver clara la maniobra que quería hacer don Rafael. Iba a cruzar la estela del Weasel, justo delante de la Santa Ana, que debería virar inmediatamente y cazar al bergantín. Eugenio esperaba que Juan Manuel también hubiese entendido lo que su comodoro quería hacer. Por un momento, le pareció que la Santa Ana iba dejando espacio entre la fragata y el mercante. Era muy pequeño el espacio, porque la fragata inglesa venía a toda velocidad y había comenzado a disparar sus cañones de caza, en la proa. Eran disparos muy pretenciosos, ya que las balas caían en el agua, sin tocar la Santa Ana. Si las cosas no cambiaban, el Vera cruz abriría fuego sobre el inglés en menos de dos horas.

La espera como siempre parecía más larga, pero los marineros no estaban ociosos. Don Rafael y Eugenio no paraban de darles órdenes. Había que mover las velas para los constantes cambios de rumbo del navío. El pañol de la pólvora, la santabárbara, había sido abierto. El contramaestre, sus ayudantes y todos los grumetes del barco estaban llevando la preciosa pólvora a las baterías con una celeridad asombrosa. Los carpinteros habían retirado todos los mamparos para tener las cubiertas libres para que se movieran los oficiales y los artilleros libremente. Los guardiamarinas ya estaban haciendo formar a las dotaciones de los cañones de babor. Pronto se ordenaría preparar los cañones. 

-    ¿Cómo sigue nuestra presa? -preguntó don Rafael de improviso. 

-    No cambia el rumbo, quiere cazar a nuestra Santa Ana -se rio Eugenio, pues ellos estaban a menos de una milla de la fragata aliada y según cruzaran la estela del Waesel, podrían enfrentar al inglés. 

-    Debe ser un loco -murmuró don Rafael-. Señales a la Santa Ana. Díganle lo siguiente: “Cruzaremos entre su proa y la popa del Weasel, preparase para virar de bordo y dirigirse a por el acompañante de la fragata. Buena caza.” Al Weasel, “Reúnase con el Santa Cristina. Ataquen al enemigo si lo ven conveniente”. 

-    A sus órdenes -gritó Eugenio al tiempo que ordenaba a los guardiamarinas encargados de las drizas de señales que mandasen los mensajes.

Cuando la driza con las señales para la Santa Cristina estaba ondeando, se produjo el cambio de posiciones. La fragata inglesa tardó en reaccionar cuando vio que la fragata española que perseguía viraba hacia su estribor y ante él aparecía un inmenso navío de línea con la bandera española ondeando en la driza de mesana. La presa que ya tenía casi a su merced se había transformado en otra cosa. Además se había levantado el telón, pues el mercante que perseguía la fragata cambió sus banderas. La bandera inglesa cayó y volvió a subir tras la española. Les habían engañado, pero el capitán siguió adelante, listo para presentar batalla, lo que le llenó de placer a don Rafael. 

-    Vaya, el inglés quiere pelear -indicó don Rafael, lo que llenó de regocijo a sus oficiales-. Enseñad nuestra fuerza, sacad los cañones. Eugenio manda a alguien a la proa para pedir su rendición. 

-    ¡Los cañones, sacad los cañones! -gritó Eugenio con una bocina-. Que vea los dientes del Vera Cruz.

Uno de los tenientes se dirigió con una bocina de mano a la proa y empezó a pedir la rendición del inglés, en su idioma, pero no muy bien pronunciado. El capitán enemigo parecía no estar en sus cabales, pues seguía avanzando sin cambiar el rumbo y ya tenía que estar viendo las poderosas bocas de los cañones del navío. También tenía que haberse dado cuenta de los infantes de marina que pululaban por las cofas de los palos del Vera Cruz listos para sumir la cubierta de la fragata en un matadero sangriento. 

-    ¡Preparados para el combate! -gritó don Rafael, que levantó el brazo para que todos le vieran. Cuando lo bajara, el barco abriría fuego.

Los guardiamarinas y los cabos mantenían la mano en la cuerda de la espoleta de los cañones y el ojo en la mira. Listos para disparar.