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martes, 6 de octubre de 2020

Lágrimas de hollín (47)

Fhin y sus compañeros no tuvieron que esperar mucho al retorno de Phorto. El antiguo líder entró de nuevo en la habitación que usaban como despacho de Fhin. Los tres se habían alejado de la gran mesa y permanecían sentados en sillones, mucho más cómodos, que rodeaban una mesa baja. Sobre ella, un par de jarras, con cerveza y vino, así como un buen número de copas de madera, con bonitos grabados. 

-    ¡Es una locura! ¡Una trampa! -exclamó Phorto, una vez que cerró la puerta de la estancia-. Los jefes nunca han hecho reuniones de bienvenida a los nuevos. Y menos cuando éstos han llegado rompiendo con el orden establecido. 

-    Estoy con Phorto -añadió Bheldur-. No deberías haber aceptado la propuesta. Todo huele excesivamente mal. 

-   Bheldur, Phorto, sé que tenéis razón, pero había que dejar que Inghalot y el resto se crean que voy a cooperar con ellos -explicó Fhin-. El enviado volverá con su señor y le dirá que soy un jovencito inexperto y tonto. Que se ha creído su propuesta de buena voluntad, incluso invita a los líderes a su territorio. Inghalot estará gozoso. Durante unas semanas se dedicará a planear su celada con los otros jefes. Y ese es el tiempo que necesitamos ahora mismo. Pues cuando se decidan para la trampa ya no querrán hacerlo, sino parlamentar. 

-    ¿Qué? -preguntaron al unísono Bheldur y Phorto. 

-    Nuestro próximo movimiento me lo ha marcado el enviado -dijo Fhin, con misterio, pues disfrutaba con las muecas que ponían Bheldur y Phorto haciendo cábalas sobre lo que estaba pensando Fhin. Aunque sabía que no era bueno pasarse con ellos. Un amigo se ganaba fácil, pero también se perdía a la misma velocidad-. ¿Sabéis a qué me refiero? 

-    El clan de los Osos -Bheldur fue el primero en responder. Aunque Usbhalo no parecía que estuviera ni intentándolo-. El enviado ha comentado que varios jefes no se han unido a la reunión. Los Osos era uno de ellos. 

-    Muy bien -asintió Fhin, lo que provocó una sonrisa en Bheldur-. Pero qué es lo que motiva a los Osos para negarse a ayudar a Inghalot y el resto de clanes. 

-    Therbus le robó un par de manzanas del territorio de los Osos -informó Phorto, aunque parecía que Bheldur también sabía eso, pero Phorto se le había adelantado-. Supongo que quiere recuperarlas y lo que le prometen los jefes no es eso. 

-    Bueno pues nuestra meta es destruir a los Osos -dejó caer Fhin.

Phorto  y Bheldur se quedaron mirándole sin saber qué decir. Usbhalo por su parte seguía con la misma mirada neutra que tenía siempre. 

-    ¿Cuál es el vicio del líder de los Osos? -preguntó Usbhalo, ante la sorpresa de Bheldur o Phorto. 

-    Bheldur, ¿qué sabemos de los Osos? -inquirió Fhin. 

-    Su líder se llama Dhert, es un gigantón, casi como Gholma -empezó a hablar Bheldur-. Es fuerte y un buen guerrero. Tanto que en su juventud fue militar, pero vio que era mejor la profesión de matón que morir en tierras ajenas. Le arrebató la jefatura de los Osos al anterior en una partida de cartas. Dicen que juega muy bien y mucho. Supongo que es porque hace trampas. Se dice que siempre cumple lo que apuesta. Va a ser un hueso duro de roer, pues no es tonto como otros. 

-    En ese caso, no hay que perder tiempo -indicó Fhin-. Acercaros os voy a contar lo que he planeado.

Phorto, Bheldur y Usbhalo se pusieron de pie, rodeando a Fhin, agachándose para poder oírle bien. Fhin comenzó a contar su plan, indicando uno a uno los pasos que iban a seguir, y cómo iban a vencer a los Osos.

Sus compañeros escucharon con cuidado, intentando quedarse con cada uno de los detalles del plan de Fhin. De vez en cuando, Bheldur y Phorto hacían indicaciones o lanzaban preguntas. Pero iban entendiendo los supuestos que iba haciendo Fhin. Usbhalo se limitaba a asentir con la cabeza, de forma mecánica. Si en verdad se enteraba de algo o se dejaba llevar era algo de lo que no podían estar seguros ninguno de los presentes.

Cuando Fhin terminó de hablar, Bheldur y Phorto se marcharon enseguida, a llevar a cabo sus primeras misiones. Fhin se levantó y regresó tras su mesa de trabajo, pues tenía más informes de Bheldur y su nuevo equipo de espías que estudiar, así como las cuentas de los pagos, tanto los que les hacían por protección, como los que tenían que llevar ellos, para tener al imperio lejos de sus negocios y de La Cresta. Ahora había llegado a entender porque ni los imperiales, ni la guardia de la ciudad se aventuraban en el barrio. Sólo había que seguir el flujo del oro.

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