Seguidores

sábado, 3 de octubre de 2020

Aguas patrias (5)

Don Rafael había pasado las órdenes para el Santa Ana y el Weasel mediante la bocina, a grito pelado, cuando el alcázar del Weasel había estado con un rumbo paralelo al Vera Cruz y tan cerca que los penoles de las vergas mayores se rozaban. Eugenio y los otros oficiales del navío habían estado muy preocupados porque el Weasel no se acercase más y alguna de las vergas se hubiesen chocado o enganchado, lo que hubiese sido un lío garrafal.

Todos los que estaban en el alcázar o cerca pudieron escuchar el plan del capitán. Era muy simple y se basaba en parte en la codicia que tenía siempre el inglés, estuvieran o no en guerra, con las posesiones españolas. Pero además esta vez le añadiría un poco de honor. El Waesel debería ondear de nuevo la bandera inglesa y la Santa Ana debería simular que estaba intentando capturarla de nuevo o por primera vez. Si la predicción de don Rafael era acertada, los ingleses irían en ayuda del Waesel y a apresar a la Santa Ana. La fragata debería llevar a los codiciosos ingleses a la cercanía del Vera Cruz y la Santa Cristina. Los ingleses deberían rendirse, huir o luchar. Entre lo que había dicho don Rafael se le impedía a la Santa Ana hacer señales hasta que el enemigo descubriera a sus amigos.

Cuando el Weasel ya había cambiado de rumbo, dirigiéndose hacia el punto donde se encontraba el Santa Ana, don Rafael ordenó el cambio de rumbo, para acercarse al punto que había imaginado que sería donde se produjera la batalla y mandó que se le informase a la Santa Cristina de lo siguiente: “Enemigo descubierto, seguir al comodoro y estar preparado para zafarrancho de combate”. 

-    Señor Casas, que la tripulación desayune -dijo don Rafael, cuando se cercioró que las banderas de señales decían lo que él había ordenado-. Usted y el señor Ortegana están invitados a desayunar en mi cabina. 

-    Sí, señor -respondió Eugenio con claridad y el joven Lucas más bajo, pero audible.

El capitán se retiró a su camarote, y Eugenio fue dando las órdenes del capitán, tanto las relacionadas con el desayuno de los hombres, como el cambio en el rumbo que había hablado el capitán. Cuando le pareció que le habían dado el tiempo suficiente al despensero del capitán a preparar el desayuno y que este estuviera más presentable, le hizo un gesto al guardiamarina y bajaron por la escotilla.

Era una tradición en los barcos de don Rafael que el oficial y uno de los guardiamarinas de guardia desayunaran con él. Por lo que sabía Eugenio, eso no era una tradición en la Armada Real y Católica, pero don Rafael lo había tomado de sus enemigos ingleses. Eugenio sabía que don Rafael conocía a varios capitanes ingleses y que le gustaba algunas de sus tradiciones. Otras en cambio las detestaba con creces.

Los aposentos del capitán estaban formados por un camarote, un despacho y la cabina. Ocupaban toda la galería de popa del navío. En la cabina es donde tenía el comedor. Era la más grande de las tres. El capitán perfectamente vestido con su uniforme de trabajo, estaba sentado en la mesa, presidiéndola. Eugenio se sentó a su derecha y Lucas a la derecha de este. Habían preparado los platos y pronto el despensero y otro marinero llegaron con un par de bandejas. En una humeaban un buen número de huevos fritos con tiras de tocino. En la segunda había queso curado, algunas nueces peladas y algo de fruta. En unas jarras trajeron café recién hecho y leche. Los huevos provenían de las gallinas que llevaban en jaulas. Unas eran del capitán y otras de los oficiales. La leche era de cabra, ya que llevaban tres a bordo.

El capitán pronto comenzó una conversación con Eugenio, mientras Lucas se dedicaba a comer con bastante poca moderación. Por lo que Eugenio tenía que darle patadas por debajo de la mesa. No quedaba bien un guardiamarina glotón y sin educación en la mesa de su capitán. Pero el guardiamarina no parecía darse por entendido y el capitán parecía mirarle con divertimento. La actuación del guardiamarina no era algo difícil de entender, pues muchos de ellos eran muy pobres y en el barco subsistían con poco o nada. Pero Eugenio creía que aun así debían comportarse ante el capitán.

Cuando el despensero y su ayudante comenzaron a recoger las bandeja y los platos, Eugenio decidió intervenir. 

-    Señor Ortegana creo que es hora de regresar el alcázar -dijo Eugenio como una sugerencia aunque no lo era. El muchacho asintió, le dio las gracias y los buenos días al capitán y se marchó. 

-    No seas muy duro con el muchacho, Eugenio -indicó don Rafael, con una sonrisa en los labios-. Tú no hace tanto que estabas como él o el ser teniente te ha cambiado. Bueno, vuelve tú también a cubierta, pronto iré yo. 

-    Sí, señor -dijo lacónico Eugenio.

Eugenio se puso de pie, hizo el saludo reglamentario, así como le agradeció el opíparo desayuno y se marchó a seguir con su guardia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario