Ofthar
había reunido a su estado mayor en el primer piso de la torre, ya
que allí había una sala lo suficientemente grande para todos.
Aparte de Rhennast, Orot, Rhime, Elthyn, Maynn, Elthero, estaba
también Rheynnar, todos sentados en sillas, alrededor de una gran
pieza de madera, sobre unos caballetes. El clamor de los guerreros
del exterior anunciaron la llegada de Mhista y Elther. Ambos iban
acompañados por un tercer hombre, de facciones duras, unos cincuenta
años, con el pelo corto y gris.
- ¡Mhista!
¡Elther! ¡La victoria es nuestra! -les recibió Ofthar con los
brazos abiertos.
- Lo
es mi señor -aseguró Mhista, que se había limpiado el hollín de
la cara, al igual que Elther, para estar más presentables.
- Pero
contadnos vuestra proeza -pidió Ofthar, señalando unas sillas
libres, la comida y la bebida-. ¿La flota ha sido destruida?
- Cuando
nos alejábamos las llamas consumían la mayoría de los barcos
-afirmó Mhista con una sonrisa provocadora, mientras pasaba sus
ojos por los presentes, aunque se quedaban siempre un rato detenidos
en los de Maynn-. De todas formas, hundimos el segundo barco donde
los guías indicaron, no podrán salir navegando de esa rada. No sin
sacar el barco del fondo. Y si lo intentan estarán al alcance de
nuestras flechas.
- En
ese caso se ha neutralizado el gran poder de los refuerzos del
señorío de los Mares -indicó Ofthar, alegre, tanto que pasó por
alto las miradas de Maynn y Mhista, aunque sabía que otros de los
presentes tomaban nota de ellas-. Y encima hacéis prisioneros.
- No
era nuestra intención, mi señor, pero me apiade de ellos -explicó
Mhista-. Los pobres saltaban al agua, intentando huir del infierno
que se habían convertido los barcos. Quiero presentarte a Whywer de
Tharnel, comandante de la flota.
Los
presentes miraron al hombre, con una cara de respeto y de pena.
Muchos sabían que aunque hubiera sobrevivido a las llamas, cuando
regresase a su tierra, tendría que informar de la pérdida de los
barcos, además de que se le recordaría por haber sido hecho
prisionero por el enemigo sin llevar un arma en la mano.
- Sed
bienvenido a mi corte -dijo Ofthar, inclinando la cabeza en señal
de respeto.
- Supongo
que vos sois el general enemigo -indicó Whymer, con voz firme, pero
llena de pena.
- Se
podría decir -asintió Ofthar-. Yo soy el señor de los Ríos,
Llanuras y Prados, Ofthar de Bhalonov, hijo de Ofha.
- Mi
señor -murmuró Whymer, sorprendido por la identidad de su
interlocutor, pues no había llegado a pensar que estaba ante el
líder supremo de las fuerzas enemigas-. ¿Puedo haceros una
pregunta, mi señor?
- Claro.
- ¿Vos
ideasteis el ataque por el canal? -inquirió Whymer.
- Sabía
lo peligroso que iba ser vuestra flota para mi guerra -contestó
Ofthar, que no veía porque no podía hacerlo. Whymer era un hombre
derrotado, pero tal vez eso sería un alivio para él-. Ordene a mi
senescal que se encargase de incendiarlos. Si ya no podíais mover a
vuestros guerreros por los canales, serían más una carga para
Whaon que una ayuda.
- Bueno,
ahora no serán nada para nadie -murmuró enigmático Whymer, que al
ver las caras de ignorancia de los presentes, añadió-. En la
aldea, Whaon no tenía sitio para mis hombres. La mayoría dormía
en los barcos cuando empezó el fuego. La gran parte de mi ejército
se ha convertido en cenizas junto a los barcos. Pocos habrán
alcanzado el agua y menos habrán llegado a la playa. Vuestra
estrategia no solo ha acabado con los barcos, sino también con el
ejército.
Los
allí presentes se quedaron mirando a Whymer. Ahora entendían que
estuviese tan afligido. No solo había perdido la flota, sino al
ejército. Cuando volviera ante su señor, sus culpas se expondrían.
Su vida se había terminado en el mismo momento que el fuego comenzó
a devorar madera y almas.
Pero
lo importante ahora no es que ese comandante lo fuera a pasar mal,
sino que Whaon no tenía con qué defender su tierra ante una
invasión de castigo. Había que dar su siguiente paso, uno que
Ofthar ya tenía pensado. Uno muy atrevido pero que podía resolver
la guerra sin derramar más sangre que la del propio Whaon. Ofthar
miró a Maynn y esta asintió con la cabeza. Era la última parte del
trato que había negociado con ella, la parte que Mhista no había
oído y que dudaba que ella le hubiera comentado en sus sesiones de
cama. Era la que la haría convertirse en la mujer más poderosa del
señorío de los Pantanos y tal vez de todos los señoríos del sur.
Pero según lo que pensaba Ofthar, era un camino donde Mhista ya no
era necesario, pues dudaba que su amigo aceptase de buen grado
permanecer en el anonimato, alejado de la luz.
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