Seguidores

sábado, 17 de octubre de 2020

Aguas patrias (7)

El Vera Cruz había ido cambiando de rumbo cada media hora. Desde que el casco del inglés se había descubierto y se habían contado las portas, abiertas, con las bocas de los cañones fuera. Era una de las fragatas nuevas de treinta y dos cañones. Además ya se veía la arboladura del segundo buque, de dos palos, por lo que suponían que era un bergantín o algo parecido. Podía ser un segundo barco de guerra, pero don Rafael había negado ese casual. Le parecía más un barco correo o algo así. Había ordenado una serie de banderas para el Santa Ana cuando empezase su combate con la fragata inglesa.

Lo que ningún oficial del Vera Cruz entendía era como el enemigo no se había percatado aún de la presencia del navío de linea. Debían ver sus velas y sus palos, incluso su casco. No era posible que el capitán de la fragata fuera tan imbécil. Pero a cada hora que pasaba, iba quedando claro.

Eugenio estaba empezando a ver clara la maniobra que quería hacer don Rafael. Iba a cruzar la estela del Weasel, justo delante de la Santa Ana, que debería virar inmediatamente y cazar al bergantín. Eugenio esperaba que Juan Manuel también hubiese entendido lo que su comodoro quería hacer. Por un momento, le pareció que la Santa Ana iba dejando espacio entre la fragata y el mercante. Era muy pequeño el espacio, porque la fragata inglesa venía a toda velocidad y había comenzado a disparar sus cañones de caza, en la proa. Eran disparos muy pretenciosos, ya que las balas caían en el agua, sin tocar la Santa Ana. Si las cosas no cambiaban, el Vera cruz abriría fuego sobre el inglés en menos de dos horas.

La espera como siempre parecía más larga, pero los marineros no estaban ociosos. Don Rafael y Eugenio no paraban de darles órdenes. Había que mover las velas para los constantes cambios de rumbo del navío. El pañol de la pólvora, la santabárbara, había sido abierto. El contramaestre, sus ayudantes y todos los grumetes del barco estaban llevando la preciosa pólvora a las baterías con una celeridad asombrosa. Los carpinteros habían retirado todos los mamparos para tener las cubiertas libres para que se movieran los oficiales y los artilleros libremente. Los guardiamarinas ya estaban haciendo formar a las dotaciones de los cañones de babor. Pronto se ordenaría preparar los cañones. 

-    ¿Cómo sigue nuestra presa? -preguntó don Rafael de improviso. 

-    No cambia el rumbo, quiere cazar a nuestra Santa Ana -se rio Eugenio, pues ellos estaban a menos de una milla de la fragata aliada y según cruzaran la estela del Waesel, podrían enfrentar al inglés. 

-    Debe ser un loco -murmuró don Rafael-. Señales a la Santa Ana. Díganle lo siguiente: “Cruzaremos entre su proa y la popa del Weasel, preparase para virar de bordo y dirigirse a por el acompañante de la fragata. Buena caza.” Al Weasel, “Reúnase con el Santa Cristina. Ataquen al enemigo si lo ven conveniente”. 

-    A sus órdenes -gritó Eugenio al tiempo que ordenaba a los guardiamarinas encargados de las drizas de señales que mandasen los mensajes.

Cuando la driza con las señales para la Santa Cristina estaba ondeando, se produjo el cambio de posiciones. La fragata inglesa tardó en reaccionar cuando vio que la fragata española que perseguía viraba hacia su estribor y ante él aparecía un inmenso navío de línea con la bandera española ondeando en la driza de mesana. La presa que ya tenía casi a su merced se había transformado en otra cosa. Además se había levantado el telón, pues el mercante que perseguía la fragata cambió sus banderas. La bandera inglesa cayó y volvió a subir tras la española. Les habían engañado, pero el capitán siguió adelante, listo para presentar batalla, lo que le llenó de placer a don Rafael. 

-    Vaya, el inglés quiere pelear -indicó don Rafael, lo que llenó de regocijo a sus oficiales-. Enseñad nuestra fuerza, sacad los cañones. Eugenio manda a alguien a la proa para pedir su rendición. 

-    ¡Los cañones, sacad los cañones! -gritó Eugenio con una bocina-. Que vea los dientes del Vera Cruz.

Uno de los tenientes se dirigió con una bocina de mano a la proa y empezó a pedir la rendición del inglés, en su idioma, pero no muy bien pronunciado. El capitán enemigo parecía no estar en sus cabales, pues seguía avanzando sin cambiar el rumbo y ya tenía que estar viendo las poderosas bocas de los cañones del navío. También tenía que haberse dado cuenta de los infantes de marina que pululaban por las cofas de los palos del Vera Cruz listos para sumir la cubierta de la fragata en un matadero sangriento. 

-    ¡Preparados para el combate! -gritó don Rafael, que levantó el brazo para que todos le vieran. Cuando lo bajara, el barco abriría fuego.

Los guardiamarinas y los cabos mantenían la mano en la cuerda de la espoleta de los cañones y el ojo en la mira. Listos para disparar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario