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martes, 13 de octubre de 2020

Lágrimas de hollín (48)

La semana había pasado más rápido de lo que Fhin había previsto, pero ya estaban listos para lidiar con Dhert. Lo único en verdad bueno había sido que Inghalot y el resto de líderes no se habían manifestado. Ahora estarían más preocupados que antes. Durante los últimos días, los Carneros habían llevado a cabo varias incursiones en el territorio de los Osos. Todo siguiendo el plan estipulado por Fhin. En ellas, eliminaron o sobornaron a los principales colaboradores de Dhert. Sin estos apoyos, que de normal daban cordura al gran Oso, este empezó a actuar de forma errática.

A su vez, Fhin empezó a usar una máscara, para ocultar sus rasgos. Aparecía en público y la gente le veía claramente, pues la máscara era digna de observar. No era una pieza defensiva solamente, sino que había sido grabada con los rasgos de una cara, la de un mozalbete. Fhin esperaba que ya se habría corrido la voz de que Jockhel era alguien más joven de lo normal, debido a lo que vio el enviado de Inghalot. Ahora, al verle con la máscara, muchos entenderían el error del mensajero.

Al final de la semana y cuando los dos clanes estaban a punto de la guerra total, Fhin envió un mensaje a Dhert. Le retaba a una partida de cartas donde se jugarían el futuro y el territorio de ambos clanes. La misiva descolocó a Dhert y a los asesores que le quedaban. Si hubieran estado vivos sus antiguos lugartenientes, un desatado Dhert nunca hubiera aceptado, pero dos de los tres que le rodeaban aseguraron que de esa forma, le devolverían a Jockhel su mala fe. En las condiciones, Jockhel le permitía a Dhert elegir el juego y llevar las cartas, mientras que Jockhel elegía el lugar. El tercer asesor intentó hacer ver a su jefe los problemas que podían encontrarse pero los otros dos le tacharon de cobarde y de obtuso. Al final, Dhert aceptó la propuesta.

Y el día de la partida, Dhert se presentó en el lugar acompañado por muchos de sus hombres, contraviniendo una de las condiciones. La partida se haría en una vieja casa, una antigua mansión de la primera ciudad, medio derruida, insertada entre otras, que formaban el perímetro de un patio cuadrado, de suelo de tierra, donde se establecían unos cuantos puestos. Los Osos se hacían pasar por ciudadanos que compraban o bebían, ya que uno de los puestos era un carromato transformado en taberna. Dhert y sus tres asesores se acercaron a la puerta de la casa y llamaron. Está se abrió y vieron la cara de Fhin. 

-    Gran Dhert, mi señor Jockhel os espera -indicó Fhin haciendo una reverencia-. Seguidme por favor.

Dhert se limitó a gruñir y a hacerle un gesto para que se diera prisa. Los tres siguieron a Fhin que les llevó hasta una habitación sumida en las sombras, a excepción de una mesa cuadrada, que había sido rodeada de candelabros. En el lado de la mesa ante la puerta habían colocado un sillón. En el lado contrario un sillón frente al otro y un taburete. Dhert vio a Jockhel según entró, de pie entre el sillón y el taburete. Fhin esperó a que los cuatro Osos cruzaran la puerta y la cerró. Después los rodeó y se quedó junto a la persona que asumía ser Jockhel. Dhert y sus asesores no notaron el engaño, pues ante ellos estaba el hombre de la máscara con los rasgos de niño. 

-    Mi señor Jockhel os da la bienvenida, gran Dhert señor de los Osos -anunció Fhin-. Sentaos y empezaremos la partida. 

-    Bien, ya era hora -espetó orgulloso Dhert, mientras movía el sillón y se dejaba caer sobre el asiento-. Te lo voy a quitar todo. 

-    Las normas establecidas por ambas partes son claras. El juego y la baraja lo ponen los Osos -Dhert colocó la baraja de naipes cuando Fhin lo nombró-. Mi señor Jockhel, el lugar. Se realizarán apuestas en forma de zonas de los territorios de los clanes hasta que ya no queden más. En ese momento ya solo se podrá apostar el símbolo del clan. Los contrincantes podrán parar y dejar la partida cuando ya hayan satisfecho sus pretensiones. ¿Estáis de acuerdo en todo? 

-    ¡Sea! -exclamó Dhert-. Y el juego será el falder.

Jockhel se limitó a hacer un ruido dentro de su máscara. Fue Fhin quien indicó que su señor estaba de acuerdo con las normas y con el juego decidido. El falder era un juego donde se tenían que unir las cartas del mismo rango hasta formar las cuatro, valiendo diferente si eran parejas, tríos o las cuatro. Además también se podían hacer una progresión de rangos del mismo palo con las seis cartas que se daban de mano. Se podían hacer hasta dos descartes y antes de cada uno se podía hacer una apuesta monetaria. En esta partida, también habría apuesta de oro, pero la última, tras el segundo descarte, conllevaría la apuesta de territorio. La baraja tenía seis palos, oros, espadas, escudos, báculos, coronas, y corazones, mientras que los rangos eran doce, del uno al nueve tantos dibujos de sus palos como números, mientras que los tres últimos eran un infante a pie, un caballero y un rey, junto la representación de su palo.

La baraja que había traído Dhert era muy bonita, con los palos y las figuras trazadas con hilo de oro. Incluso el naipe era de cuero tratado, muy suave al tacto. Fhin advirtió que cada líder daría una mano, así no se podría decir que alguno hacía trampas. Los dos líderes asintieron conformes y se decidió que Dhert empezaría el juego. Con sus grandes manazas empezaron a mover los naipes, con una habilidad que no parecía posible con su aspecto de matón. Fhin había advertido en muchas ocasiones que no siempre lo obvio era la realidad.

En las primeras manos, los territorios fueron pasando de los Carneros a los Osos, pero ambos jefes parecían estar midiéndose el uno al otro. Tras ello, Dhert ganó cuatro manos seguidas, con lo que recuperó los territorios que los Serpientes le habían arrebatado hacía tiempo y llevaba tiempo queriendo recuperar. Uno de sus lugartenientes le indicó que tal vez era buena hora de retirarse de la partida, pues habían conseguido lo que llevaban tiempo. Pero Dhert dijo estar en racha y que se iba a comer a Jockhel. Su rival no respondió a las bravuconadas de Dhert, sino que recuperó los territorios perdidos en las manos anteriores, enfadando al líder de los Osos. Tras esas victorias siguieron varios empates y en ese momento Jockhel empezó a vencer una mano tras otra ante el asombro de los lugartenientes y la ira de Dhert. Los territorios de los Osos se iban pasando al lado de los Carneros, al igual que la calma de Dhert, que veía como Jockhel le ganaba en cada mano. Lo peor es que Dhert llevaba haciendo trampas durante toda la partida y su rival le estaba ganando. Alguien le había traicionado.

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