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domingo, 29 de abril de 2018

La odisea de la cazadora (24)


Lybhinnia dio un paso atrás temiendo ser golpeada por los animales, mientras que Gynthar desenvainaba su espadón. Romhto, asustado le imitó. Se colocaron en círculo, haciendo que Ilyhma se situase en el centro. Incluso Lybhinnia preparó una flecha en su arco, temiendo lo peor de la situación en que habían terminado inmersos.

Los caballos, poco a poco fueron parando su galopada, pasando al trote y al final, deteniéndose pero mirando a los cinco elfos. Lybhinnia nunca había visto a los caballos hacer ese tipo de cosas. Esto sería otro fenómeno más de las locuras o cambios que estaban ocurriendo en la zona. De improviso, las filas de caballos se abrieron y dejaron pasar al gran semental. Ante la sorpresa de Lybhinnia, los otros caballos bajaban los cuellos a su paso. Podría ser que las otras bestias le tuvieran respeto. Lybhinnia recordaba alguna de las enseñanzas que había oído a Armhiin, que los caballos habían tenido en su día a sus propios reyes, los ebherons, los caballos eternos, que habían recibido la vida de manos del gran Silvinix. De niña siempre pensó que eran cuentos para tener atentos a los jóvenes, cuando estos pensaban más en la caza o en las armas. Aun así el semental se acercó a Lybhinnia, pero al verlos con las armas en las manos lanzó un relincho y los caballos se separaron, abriendo espacios en su curiosa formación, al poco la mayoría estaban plácidamente pastando.

-       Salve, arquera elfa -escuchó Lybhinnia una voz en su cabeza-. No temas, no te pasa nada malo.
-       ¿Eres un ebheron? -musitó Lybhinnia.
-       ¡Ebheron! -resonó de nuevo la voz, que se asemejaba mucho a la de Armhiin, pero algo más grave-. ¡Es verdad! Tu pueblo nos llamaba así. Hace ya tanto de ello. Ahora somos tan pocos, olvidados por los eternos y los que horadan la roca.

Lybhinnia reconoció los dos términos, ellos eran los eternos y los horadadores solo podían ser los enanos.

-       Soy Ihlmanar, y esta es la manada de Ulbhala -se presentó el ebheron-. Os he visto y he decidido impediros que cometierais una gran locura.
-       ¿Una gran locura? -preguntó Lybhinnia, sorprendida.
-       ¿Con quién diablos hablas, Lybhinnia? -preguntó Gynthar que estaba preocupado, pues su amada parecía haber perdido la cabeza, pues hablaba sola.
-       Gynthar, con él -Lybhinnia señaló al semental blanco-. Es un ebheron, ¿no escuchas su voz?

Gynthar puso una mueca de incomprensión, pero fue envainando su espadón, ya que los caballos se iban marchando, mientras pastaban las escasas y resecas hierbas que crecían en las laderas próximas. Los jóvenes le imitaron, bastante asustados y sin comprender nada.

-       Él no me oye, no puede -dijo Ihlmanar-. Solo los que estáis tocados por Silvinix podéis. Por lo menos en este tiempo es así. Antaño todos estabais en comunión con vuestro padre y erais sensibles a la naturaleza. Ahora solo los que hablan con los dioses pueden hacerlo con nosotros y con otros seres, como los dragones y otros seres alados. Bueno si alguno de ellos quisiera volver a este mundo.
-       Entiendo, pero yo no hablo con Silvinix, ni con ningún otro dios, soy una cazadora y no una chamán -indicó Lybhinnia, que se volvió hacia el estupefacto Gynthar-. Por lo visto solo yo puedo comunicarme con él. ¿Confías en mí, Gynthar?
-       Siempre -contestó al momento Gynthar.
-       En ese caso, espera a que termine, el ebheron quiere ayudarnos -aseguró Lybhinnia.

Gynthar asintió con la cabeza, se separó de la cazadora e hizo un gesto a los jóvenes para que les acompañase. Los cuatro se separaron de Lybhinnia y el semental. Harían un alto o tal vez mejor sería prepararse para pasar allí la noche. No era un buen lugar, pero con los caballos cerca, no se aproximarían los depredadores o algún bandido, no sin que los animales les avisaran con su intranquilidad. Aun así, Gynthar no le quitó ojo al caballo, por si acaso. Lybhinnia guardó la flecha que había tomado en su carcaj, se puso el arco al hombro y se acercó al semental, que no se movió, quedándose como una estatua. Lybhinnia acarició su pelaje, corto y suave.