Seguidores

miércoles, 11 de abril de 2018

Lágrimas de hollín (9)


Gholma no venía todos los días, pero cuando lo hacía, el niño se lo pasaba bien. Poco a poco había ido conociendo la relación entre el herrero y el matón. Hacía mucho tiempo, ellos dos, junto una docena más de amigos se alistaron en los ejércitos imperiales. Estaban reclutando hombres para llevar a cabo una guerra contra un territorio lejano. El emperador quería ampliar sus tierras o era una acción de castigo contra unas tribus, ya ninguno de los dos amigos lo recordaba bien. Pero se alistaron y marcharon lejos. Durante un buen número de años, los embates de la guerra, las escaramuzas y la vida del guerrero les llenaron bien. Pero al final, como todo, se acabaron cansando. Cuando la campaña terminó, el ejército se disolvió y ellos se quedaron sin esa forma de vida, alejados de su tierra natal. Poco a poco, los supervivientes del grupo de amigos, retornaron por el imperio. La vuelta no fue un camino de rosas para los vencedores, sino que los lugareños, para los que habían luchado no los querían por sus tierras, casi les impedían el paso. Pero para ellos dos, retornar a casa era imperativo.

Fibius recordó en una de las sesiones en la que estaba Gholma de visita, como este le había salvado de una muerte segura. Desde ese día, él quedaba atado al hombretón por una deuda de sangre y se ligó al culto de Bhall, renegando del falso dios imperial. Cruzaban las tierras de un noble imperial. Y por lo visto a este no le hacía gracia que soldados errantes y harapientos mancillasen el paisaje de su territorio. Les lanzó a su guardia, un grupo de debiluchos, ya que aparte de ejercitarse de vez en cuando con algún cazador ilegal, no habían ido a ninguna guerra. No los mataron, pero les hicieron regresar ante su señor con el rabo entre las piernas. Este, airado por el desplante y tras ejecutar a sus pobres hombres, pagó a unos mercenarios para que les eliminaran, no podía haber ninguna lacra en su reputación.

Gholma y él, ya se habían alejado mucho de las tierras del noble, cuando se encontraron con los mercenarios. La lucha fue dura, prolongada, pero cuando la cosa estaba cerca de ser su derrota y tumba, cuando Fibius vio un acero acercarse a su cara, letal y frío, Gholma sacó fuerzas no sabe de dónde y fue abatiendo uno a uno a los mercenarios. Fibius estaba seguro que había sido el gran Bhall, al que en ese momento estaba entonando una plegaria para sus adentros. Fibius se dio cuenta que les debía la vida a ambos, a su buen amigo y a Bhall, y por ello se había consagrado a ambos. Ayudaría en lo que fuera a Gholma, así como llevaría la fe de Bhall a sus prójimos, allí donde ésta estuviera flaqueando. Gracias al dios, ambas misiones estaban en el mismo sitio, que lugar era más idóneo para seguir proclamando la amistad y la fe que Stey, la antigua cuna del dios.

Pero durante todo este tiempo, realmente no había podido llevar las dos misiones a la vez, pues Gholma no había necesitado mucho de su ayuda, en cambio, en La Cresta había muchos seguidores acérrimos de Bhall. En el sótano de su casa había creado un lugar de ceremonias, donde los fieles venían a recibir el don de Bhall. En una ocasión el niño se había interesado por su labor.

-       ¿Por qué aquí, en La Cresta, maestro? -había preguntado Fhin, que se iba acostumbrando a su nuevo nombre.
-       Porque solo donde las cosas están peor, donde hay más pobres o condenados a ello, es donde Bhall es más fuerte -había dicho Fibius, hinchando el pecho.
-       No le mientas a Fhin -había intervenido Gholma-. Los inquisidores de Rhetahl no se atreven a entrar en el barrio, como no lo hacen ni la milicia ni los imperiales. Es el lugar más seguro para que viva un hereje al culto oficial. La Cresta es un pedazo del viejo reino rodeado por el imperio.
-       Y el problema es cuando el imperio se arme de valor para entrar aquí -había añadido Fibius, con el rostro más serio-. Las últimas costumbres caerán con nosotros, Fhin.

El niño no había querido preguntar ni indagar más en el asunto, pues no parecía que ni Gholma ni Fibius quisieran hablar mucho de la política imperial y de la situación del barrio, pobre y triste hasta la médula.

Fibius, cada día estaba más contento, pues Fhin estaba cada vez más recuperado, pronto tendría que empezar a ponerse de pie. El herrero aseguraba que sería como volver a empezar, como si volviera a tener un año de vida, pero entre los dos amigos se encargarían de que volviese a andar, como habían conseguido que la voz saliera de su garganta, eso sí, con un pequeño acento. Fibius aseguraba que ese cambio en la voz le vendría bien, así nadie se daría cuenta que Fhin fue el niño que vivió en el burdel desde pequeño, que mató al soldado imperial y que se opuso a una de las bandas del barrio. De esta forma podía empezar de cero en su vida. Una cosa que pocos podían hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario