Ofthar y
sus hombres se habían levantado cuando los últimos lazos de la noche se
rompían. Pollus ya se estaba hundiendo tras el horizonte oeste. El frescor de
las horas de oscuridad aún era palpable. Mhista que cruzó la distancia entre la
casa de invitados y la casa del señor, seguido por dos de los hombres, Orot y
Ubbal, notó el frío en sus mejillas, así como una humedad fina. Lo primero que
hicieron dentro de la primera planta de la casa cuadrangular fue atravesarla
para abrir las puertas principales. Nadie les hizo frente, pues no había ni uno
solo de los mercenarios vivos para hacerlo. Cuando las grandes láminas de
madera decoradas se abatieron, dejando la entrada libre, pudieron ver cómo
Otherk y el resto iban depositando los cadáveres de los mercenarios, en el
suelo frente a la entrada, tumbados de espaldas.
Al otro
lado de la plaza, se mantenían de pie Ofthar, junto Ophanli, escoltados por los
primos. Ofthar miró a Mhista y asintió. Mhista retrocedió y comenzó a ascender
por las escaleras. Llegó al siguiente piso, pero no se quedó allí. Subió al
siguiente. Sabía a donde tenía que ir, pues Ophanli le había contado la
disposición de las estancias. Se paró delante de una puerta, oscura y gruesa.
Respiró con fuerza y levantó la pierna, tras lo que descargó una furiosa patada
en la puerta, que se abrió de sopetón, girando sobre los goznes y chocando
contra la pared. Frente a él, una cama, donde había un hombre gordo que se
había despertado asustado, Ophan, y Olppa que miraba con ojos de odio a Mhista.
-
¿Qué pasa? -balbuceó Ophan, volviéndose hacia la puerta.
-
¡Silencio! -ordenó Mhista que entró rápido, con su hacha en la
mano derecha, intentando no darles la oportunidad de reaccionar.
Mhista se
acercó a la cama y agarró de la melena a Olppa, tras lo que tiró, arrastrándola
del pelo. Olppa lanzó un grito de dolor, así como una maldición en un idioma
que Mhista no entendió. Mhista no tuvo ninguna consideración con ella y siguió
tirando de la melena.
-
¡Por Ordhin! -gritó Ophan, que se intentó poner de pie, pero Orot
le empujó de vuelta al lecho-. ¿Qué diablos creéis que estáis haciendo?
-
¡Cállate puerco! -le gritó Orot, que era un hombretón musculoso
con el pelo rubio y una cara poco agraciada que le hacía parecer un demonio.
Orot y
Ubbal siguieron los pasos de Mhista y la mujer que se arrastraba por el suelo,
completamente desnuda. Ubbal era el más joven del grupo, pues solo tenía
dieciséis años, pero no por ello el menos hábil con la espada. Aunque tenía más
valía con el arco que el resto. Era delgado con los ojos azulados y pelo
rojizo. Podían oír las protestas de Ophan tras ellos, pero la visión de los
aceros desenvainados le había sido suficiente para mantener una distancia
prudencial.
Olppa
intentó un par de veces soltar su pelo de la mano de Mhista, pero cuando esta
oponía resistencia, el hombre daba un tirón, más doloroso que lo normal. Al
final consiguió que Olppa medio gateara y de esa forma evitar golpearse contra
el suelo y los escalones. Lo que Mhista no conseguía era que la muchacha
cerrase la boca, de ella salían insultos, maldiciones y bastante saliva. Mhista
no la hacía ningún caso, llevaría a cabo su parte de las órdenes de Ofthar,
costara lo que costase. Una vez que llegaron a la planta baja, se dirigieron
hacia la plaza principal.
Los
siervos habían sido despertados por Otherk, que se había visitado todas las
casuchas y había golpeado las puertas, ordenándoles que fueran a la plaza.
Allí, los hombres de Ofthar les ordenaron que se quedasen a cierta distancia de
la casa principal. Los siervos estaban nerviosos. Veían en la plaza al invitado
junto al señorito, cerca los cuerpos blanquecinos de los mercenarios, esos
hombres de Ophan que tan mal les habían tratado en los últimos tiempos. Pronto
unos gritos y unos insultos llamaron su atención. Por las puertas llegaban más
escoltas del invitado. Uno de ellos arrastraba algo, a Olppa, desnuda. Sus ojos
estaban posados en la muchacha que era llevada por los pelos, la hermosa melena
de la despiadada amante de su señor, quien apareció algo atrás, vestido con una
túnica ligera.
Olppa
dejó de gritar cuando vio los cuerpos de sus hombres, desnudos y boca abajo,
con la piel blanquecina y las heridas mortales que les habían enviado fuera de ese
mundo. Mhista la llevó ante Ofthar y Ophanli. Cuando estuvo frente a los dos,
soltó su agarre y la golpeó para que se postrara a sus pies. Olppa, de
rodillas, se encaró con Ofthar, pues estaba segura que él era su principal
enemigo.
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