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miércoles, 25 de abril de 2018

Lágrimas de hollín (11)


En su cuarto, el niño se sentó en la cama, dispuesto a esperar a que Gholma viniese detrás de él, con la idea de pedirle perdón. Pero tras un buen rato se dio cuenta que su amigo no vendría. Al quedarse solo, pudo ir asimilando lo que Gholma y Fibius le habían relatado, la verdad sobre su padre, su madre y que en definitiva no era más que un bastardo. Claramente, en la ciudad y en su sociedad no había nada que pudiera depararle, los niños huérfanos sin un padre real, solo podían desaparecer en la oscuridad o luchar por sobrevivir. Nunca podría recuperar lo que fuera de su padre, ya que nadie podría nunca asegurar cuál era su procedencia o que lleva la sangre de su progenitor. Aunque en su caso, tampoco le venía bien ir por ahí diciendo que era el hijo de un rebelde, los imperiales irían a por él, como las moscas van a la materia en descomposición. Tras repasar la historia de Gholma, vio que el que no le hubiera contado nada de lo ocurrido a su padre hasta ahora, era lo mejor que podría haber hecho. Un niño pequeño hablaba de cosas que no comprendía, sin percatarse del daño que se podía estar haciendo.

Su padre, Leaster, estaba muerto y nada podía hacer por remediarlo. Tal vez si aún viviera tendría madre y viviría mejor que muchos. Pero en ese caso no hubiera conocido a Gholma. Las cosas habían ocurrido de esa forma y ya nadie podía cambiarlo, ni lo podría haber supuesto. Y tal como había hecho durante una noche fría, durante los meses que estuvo sobreviviendo en las calles, el niño decidió que su pasado era solamente eso y que debía observar el futuro, para decidirse por una vida u otra. Pero antes, debía arreglar las cosas con los dos hombres. Se levantó despacio y se encaminó de vuelta a la sala privada de Fibius. Esta vez golpeó la puerta antes de que el propio herrero le permitiera pasar.

-       Mi padre se fue hace mucho, Gholma, mi madre se apagó poco a poco, marchitándose como una flor de primavera en el calor del verano -dijo el niño, recordando cosas que había leído en los libros que le pasaba el maestro Fibius-. Tú, me has cuidado dentro de tus posibilidades, me salvaste, guiado por el gran Bhall, cuando mi propia inexperiencia me llevó al abismo. Me liberaste de mis propios miedos y yo solo te acuso porque no soy capaz de ver la realidad. Lo siento Gholma.
-       Vaya, el buen Fhin está lleno de sorpresas -musitó Fibius-. Parece que los libros que le estoy dejando le han servido bien. Me ha parecido notar varios pasajes de “La Elnhada” de Sherne.
-       Acepto tus disculpas, Fhin -se limitó a decir Gholma.
-       Supongo que ya solo queda tratar mi futuro, ¿no? -intervino el niño.
-       El maestro y yo ya lo llevamos un tiempo pensando -indicó Gholma.
-       ¿Puedo quedarme aquí, contigo, maestro? -preguntó el niño.
-       ¿Aquí? ¿Conmigo? -repitió Fibius, sorprendido por la petición-. Habría supuesto que querrías marcharte con Gholma.
-       Sí, maestro, me gustaría, pero actualmente La Cresta es el mejor lugar para alguien como yo -prosiguió el niño, con una voz más firme, como si hubiera madurado de improviso. Fibius veía aun al niño en el cuerpo, pero los ojos eran los de alguien más maduro-. Estoy seguro que Gholma y tú, ya lo estabais pensando, pero no sabíais en que momento presentarme vuestra idea, temiendo que no quisiera separarme de Gholma.

Gholma asintió con la cabeza y Fibius prefirió quedarse inmóvil.

-       Tal vez lo mejor sería terminar de curarme completamente y después maestro, me podrías enseñar el trabajo de la herrería -prosiguió el niño-. Con el tiempo podría pagar mi deuda contigo con lo que crease en la fragua.

Fibius asintió. Le parecía que el niño había dado con la mejor decisión. Así que los tres llegaron a un pacto. El niño se terminaría de curar en los meses siguientes, en los que se dedicaría a recuperar un tono físico lo suficiente bueno para poder hacer labores menores como ayuda de cámara de Fibius. Mientras, este seguiría instruyéndole en los saberes de la vida, en las artes y en todo lo que el propio niño quisiera aprender y él pudiera conseguirle. A su vez, Gholma vendría de visita cada vez que la dueña del burdel le diera tiempo libre. El hombretón quería enseñar al niño a pelear, tanto a manos descubiertas, como con el acero. No quería que una banda o cualquier malhechor pudieran volver a hacerle daño. A su vez, le explicaría cosas sobre los bajos fondos, La Cresta, los pobres y los indefensos. También sabía de historias y fábulas.

Tanto Fibius como Gholma decidieron educarle en la creencia de Bhall, pero dejándole claro cuál era la mejor forma de esconder su verdadera fe de los ojos siempre atentos de los sacerdotes y los delatores de la religión imperial.

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