Olppa se
removió en el suelo e intentó ponerse de pie, pero Mhista la envió de nuevo
abajo de un manotazo.
-
Aquí el único blasfemo eres tú, Ofthar, hijo de Ofhar -la voz de
Olppa denotaba el enfado que sentía-. Solo existe un dios verdadero, no ese
viejo de Ordhin.
-
Ya sé a quién te refieres, sacerdotisa de Bheler -indicó Ofthar,
cortando a Olppa-. Me importa poco a quien le reces, al igual que no temo a
Bheler, pues Ordhin y Thoin me protegen. Si creías que no iba a darme cuenta de
que eras, estabas equivocada. Sé lo que significan tus tatuajes. Lo que no me
gusta tanto es lo que has escondido junto a tu ridículo altar en la vaguada. Si
los siervos lo excavan me temo que encontraran los cuerpecillos de los dos
niños que supuestamente habían fallecido de hambre. Pero descubrirán cortes y
marcas de dientes, ¿verdad? Pero no de alimañas, sino de los tuyos o los de tus
amigos -Ofthar señaló a los cadáveres-, una sacerdotisa y ocho creyentes, locos
por su malvado dios.
-
Tú no sabes lo que ordena el gran Bheler, pero cómo lo vas a saber
si eres un hereje de Ordhin, yo te maldigo por… -comenzó a decir Olppa, pero su
voz se detuvo de golpe.
Ofthar
había levantado una mano y Mhista había golpeado la cara de Olppa con el mango
de madera revestido con metal de su hacha. El arma le aplastó la nariz,
rompiéndole el tabique, provocando que empezara a sangrar con fuerza. Además
golpeó la boca y saltaron algunos dientes.
-
Ophanli, señor de Ryam, ¿qué has decidido que hagamos con esta
bruja? -preguntó Ofthar al muchacho.
-
Espera, yo soy el señor de Ryam, solo yo tengo el derecho a dictar
justicia en estas tierras -se quejó Ophan, que se había ido recuperando de la
sorpresa y las palabras de Olppa.
-
Estas tierras pertenecían a tu esposa, Ihlina, del clan Arnha
-indicó Ofthar con un tono bajo y deletreando las palabras, haciendo ver que
Ophan era un imbécil-. Ophanli es hijo de Ihlina, y por tanto el señor de estas
tierras, no tú, Ophan, hijo de Opher, hombre sin clan.
-
¡Eso es una burda mentira! -bramó como un poseso Ophan,
sintiéndose ofendido por el trato de Ofthar, que sin duda jugaba con él.
-
Ophan, llevas ya un buen rato tildándome de mentiroso, y no me
está gustando nada esos insultos -se hizo el ofendido Ofthar, esperando lo
inevitable.
-
Solo indico lo obvio, Ofthar, lengua sucia -Ophan había caído
demasiado fácil en la provocación de Ofthar. Olppa tenía razón era realmente
estúpido, y claramente había terminado en sus manos por la influencia de su
miembro-. Tú, tu padre y todo tu clan son una manada de serpientes,
traicioneras y embaucadoras, como la propia Ashmha.
-
Es tu último momento para retractarte de esas palabras -le
advirtió Ofthar.
-
Solo la verdad sale de mi boca -aseguró Ophan.
-
Eso lo dictaminará Ordhin en su juicio, Otherk -dijo Ofthar.
Otherk
lanzó una espada que se clavó ante Ophan. Otherk le hizo un gesto para que la
cogiera. Ophan observaba la empuñadura y temblaba de miedo, mientras que Olppa
parecía reírse, aunque con la sonrisa quebrada y la sangre que manaba de su
destrozada nariz, había perdido todo su encanto.
-
¡Toma la espada, Ophan el cobarde! -se burló Ofthar, mientras
desenvainaba su arma-. Solo tienes dos opciones, luchar o lanzarte a tierra,
arrodillarte ante mi persona y pedir clemencia. Si lo haces bien, tal vez meándote
encima, o pareciendo un cerdo, solo entonces perdonaré tu vida. Podríamos
ponerte un tatuaje afín, Ophan, sin clan, y sin virilidad.
Ophan se
limitó a gruñir de ira. Tomó la espada y la alzó ligeramente. En ese momento se
acabó todo. Ophan, por mucho que fuera un hombre libre, es decir con derecho a
portar armas, no sabía ni luchar ni pelear. Había sido toda su vida un
granjero. No conocía ni el peso de una espada, ni los movimientos defensivos,
ya no digamos ofensivos. No estaba ni listo ni preparado. No se percató de que
Ofthar se movía, pasaba junto a su espada y le cortaba el gaznate de un único
tajo. La espada que acababa de coger, se le cayó de las manos, que viajaron
hacia su cuello, en un vano intento de detener la hemorragia. El cuerpo de
Ophan se precipitó de costado, cuando llegó al suelo ya estaba muerto.
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