El tiempo
pasaba, la sala de audiencias se iba llenando, pero para sorpresa de Pherrin,
muy pocos de sus colaboradores habían llegado. Poco a poco lo había
comprendido. Solo se había invitado a alguno de ellos. Los que allí estaban
reunidos eran los prohombres de la ciudad, aquellos que podían ser llamados
para formar parte del consejo imperial. Las cortinas de la entrada se dejaron
caer, lo cual indicaba que iban a empezar. Shennur hizo un gesto a las mujeres.
Una de ellas se quitó el velo y para sorpresa de todos los presentes resultó
ser la primera esposa, la repudiada Xhini de Ghusse. Hasta el propio Pherahl
estaba sorprendido por la presencia de su hija.
-
¡Larga vida a su alteza imperial! -bramó Shennur, al tiempo que
todos hacían una reverencia, mientras alguien entraba con paso firme en la sala
y se sentaba en el trono.
Todos
comenzaron a levantarse y un silencio reinó por el salón. Sentado sobre el
trono se encontraba el príncipe Bharazar. La sorpresa era mayúscula.
-
¿Qué diablos es este juego, Shennur? -Pherrin fue el primero en
reaccionar y se acercó al trono quedándose a escasos metros de Bharazar. No se
acercó más, porque un guardia dio un paso hacia delante, saliendo de detrás del
trono. Era un soldado veterano y no tenía miedo al cortesano.
-
¡Silencio! -ordenó Bharazar, Pherrin dio un paso atrás-. Yo,
Bharazar de Ahlssier, proclamó que serviré como emperador, tal como me lo exige
mi sangre y el deber sobre mi pueblo.
-
¿Dónde está Shen’Ahl? -inquirió Pherrin, ansioso por saber porque
el príncipe estaba jurando como emperador delante de los prohombres del reino.
-
Por una vez estoy con el señor de Thahl, ¿qué ha pasado?
-intervino Pherahl.
-
¡Shennur! -llamó Bharazar.
-
Como desee, su excelencia -acató Shennur con una ligera
reverencia-. Esta noche, se ha cometido una gran conmoción en el palacio, un
desalmado, un agente, un espía, ha asesinado a nuestro amado emperador,
Shen’Ahl II, le ha clavado una daga en el corazón.
Shennur
hizo un silencio, para que los que le escuchaban asumieran la verdad que él les
relataba. Sus caras, incluida la de Pherrin eran de sorpresa absoluta. Ninguno
sabía qué decir.
-
Pero no os preocupéis, amigos míos, la guardia ha dado con él y
los investigadores de palacio, a las órdenes del príncipe, digo, del emperador
Bharazar han conseguido el nombre de aquel que ha instigado esta conspiración,
de la persona que le introdujo en el palacio. Pronto habrá detenciones, y los
asesinos del emperador Shen’Ahl recibirán su castigo.
-
Es la segunda vez que ocurre una conspiración en el palacio,
canciller, su trabajo parece no ser el adecuado -bramó el senescal Obhahl de
Rhenda, aún consternado-. Tal vez alguien de mi prestigio debería hacerse cargo
de la guardia y…
-
No os preocupéis, gran senescal -habló Bharazar con voz profunda-.
Mi primera medida será ampliar el consejo imperial. El canciller está muy solo
para dirigir el imperio. Por lo menos un asesor militar, un nuevo general a las
órdenes de mi guardia, algún asesor económico o de temas de comercio, y tal vez
uno religioso.
Todos los
presentes valoraron su posible llamamiento para entrar a formar parte en ese
gran consejo les hizo olvidar el asunto del asesinato de su predecesor y de que
Bharazar se hubiera autoproclamado emperador sin observar si habría otros
herederos. Solo Pherrin estaba intentando digerir la realidad.
-
Antes de eso, este consejo debe valorar si el príncipe Bharazar es
realmente el único heredero de Shen’Ahl -señaló Pherrin, intentando parecer
pausado-. En estos momentos mi hija podría estar embarazada de Shen’Ahl, si es
que está muerto, como ellos aseguran.
-
¿Estás diciendo que el príncipe, digo, el emperador Bharazar,
miente con respecto al fallecimiento de su hermano? -preguntó alarmado Pherahl.
-
Esto es lo que pasa cuando se deja que entren cualquieras en las
reuniones de notables -espetó Obhahl, mientras el sumo sacerdote asentía con la
cabeza.
-
Solo pido pruebas, no es mucho pedir, ¿no? -insistió Pherrin,
mirando despectivamente a los nobles.
-
Después de esta reunión podéis bajar a la cámara de preparación,
donde en estos momentos están embalsamando a mi hermano, para su último viaje
-indicó Bharazar, mirando con asco a Pherrin.
-
¿Y mi hija? -preguntó Pherrin, que no se esperaba lo de la
momificación de Shen’Ahl.
-
Tu hija, si tu hija, Bhalathan, hazles pasar, por favor, ya es hora
de resolver las cosas -ordenó Shennur.
Bhalathan,
hizo recoger las cortinas y abrió las puertas del gran salón. Al otro lado
esperaban varios soldados de la guardia. El primero de ellos, Jha’al, llevaba
sus dos manos ocupadas. En la izquierda llevaba un saco oscuro, que parecía
lleno, mientras que con la derecha llevaba algo bien sujeto, que parecían una
melena de pelo. Jha’al avanzó, mientras alguien se movía por el suelo,
intentaba levantarse, pero caía de nuevo, gritando por el dolor que le provocaba
Jha’al al arrastrarla por los pelo. Todos los allí presentes les costó
reconocer a la segunda esposa de Shen’Ahl, incluso su propio padre. Estaba
desnuda, cubierta de sangre, los ojos hundidos, con rasgos de haber llorado.
Jha’al la arrastró hasta dejarla caer frente a Bharazar, que se movió
intranquilo en el trono, pues al igual que el resto de los presentes, no sabía
lo que ocurría, ya que todo esto lo había montado Shennur, con la ayuda de
Jha’al.
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