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domingo, 8 de abril de 2018

El juego cortesano (42)


Pherrin había sido despertado por un criado de madrugada, alarmado por la llegada de un llamamiento imperial. El emperador ordenaba a todos los miembros de la corte que se encontraran en Fhelineck que se presentaran en la corte para una audiencia excepcional. Se les emplazaba en el gran salón de audiencias a las diez de la mañana. Esa hora le pareció un poco raro en su yerno, que rara vez se levantaba antes de las doce, debido a sus fiestas nocturnas que se alargaban bastante. En ocasiones, Pollus llevaba ya mucho tiempo en la bóveda celeste, cuando los últimos invitados se retiraban.

Pherrin estuvo barajeando todas las opciones que podían haber hecho que Shen’Ahl rompiese su estricto modo de vida, para levantarse tan pronto y llamar de esta forma a la corte. Solo se le ocurría una, que su hija, Mhirin estuviese por fin embarazada. La idea del posible heredero le llenó de esperanza. Sus sueños se iban haciendo realidad. Había tenido que ganarse el aprecio del imbécil del emperador, gastando una buena suma de oro, agasajándole, pero todo había sido una gran apuesta. Ahora, si Mhirin estaba encinta habría que esperar a que fuera un muchacho, ya que si nacía una niña no le servía de nada, Bharazar seguiría siendo el heredero a su hermano, las mujeres no podían ser emperatrices, la ley antigua era clara.

Había sido un revés que Shen’Ahl hubiera perdonado a su hermano, pero Shennur fue muy listo, presentándole en la corte. El emperador era débil y jamás habría hecho semejante idiotez delante de los que ya no le querían sentado en el trono y ansiaban a Bharazar como sucesor. Habría habido un levantamiento, no una simple conspiración como la que él desbarató. Estaba seguro que se le habían escapado los dos líderes indiscutibles, el noble Pherahl y el político Shennur, pero sin pruebas, Shen’Ahl nunca les hubiera hecho desaparecer. No así como con su hermanito. Pero Shennur jugó mejor sus cartas, aunque desveló su complicidad. Pero con un heredero de Shen’Ahl, las cosas cambiaban.

Su plan era muy simple, el niño nacía y Shen’Ahl moría, mientras que él se erigía como regente de su hija y nieto hasta la mayoría de edad de este. Claro está, que Shennur y Bharazar debían desaparecer. Con el príncipe sería fácil, el imperio siempre tenía guerra en sus fronteras o le declararía una a algún país vecino. Shennur, en cambio tendría que ser asesinado, él y su familia, no es bueno dejar hijos vengativos vivos.

Se preparó para llegar pronto al palacio y así hablar con Shen’Ahl, antes de que lo hicieran el resto de cortesanos. No dudó en mandar misivas a su grupo de apoyo, mercaderes asociados a su compañía, nobles menores deseosos de progresar o militares demasiado pomposos y cobardes como para pedir un puesto cerca de la batalla. Con ellos a su alrededor montaría el barullo necesario para hacerse con el salón de audiencias si Shennur estaba detrás de esta reunión. Para su sorpresa, su carruaje fue detenido por la guardia en las puertas del complejo imperial. Aunque se presentó, la guardia aseguró tener órdenes del emperador de no permitir el paso a nadie, ningún carro o jinete que quisiera entrar en palacio hasta quedar una media hora para la audiencia. Así que allí se quedó, el primero de una fila de carruajes que se fueron apilando. Solo se permitió el paso de un carruaje, pero al contrario que el resto llevaba una escuadra de jinetes de la guardia rodeándolo.

Al final, a la hora que se había indicado, permitieron entrar a su carruaje y al del resto. Con el paso libre avanzó por el camino hasta el patio porticado y se detuvo frente a las escalinatas de acceso, donde esperaba Bhalathan, con una cara seria y un papel en sus manos. Un criado abrió la portezuela del carruaje, para que Pherrin descendiese de la caja.

-       ¿A qué se debe esta llamada? -preguntó Pherrin, simulando un ligero enfado.
-       Es cosa del emperador, yo no sé mucho -indicó Bhalathan, sin mencionar nada sobre el fallecimiento de Shen’Ahl. Shennur le había dejado claro que no debía anunciar nada sobre ello. Si abría la boca, el canciller colocaría su cabeza en una pica. Y Bhalathan prefería el sitio que ocupaba por ahora.
-       No me puedes contar nada, viejo criado -intentó sonsacar algo Pherrin.
-       Solo puedo decirte que estás en la lista -Bhalathan sacudió la hoja de papel que tenía en sus manos-. Que hay otros invitados por llegar y que estas ocupando el sitio. Mejor que sigas tu camino.

Pherrin iba a decirle algo por la falta de respeto, pero vio que varios guardias se estaban moviendo, acercándose a apoyar al chambelán. Era la primera vez que veía a la guardia tan tensa, tanto como para olvidarse que él era el suegro del emperador y que lastimarlo significaría un castigo enérgico sobre ellos. Decidió dejarlo ahí y se encaminó hacia la sala de audiencias. Por los pasillos se encontró con más guardias, tan tensos y serios como los de la puerta. Algo había ocurrido, algo que no parecía ser demasiado bueno.

Cuando entró en la sala de audiencias, estaba bien iluminada, aún por la hora que era. El trono estaba vacío, por lo que el emperador aún no había llegado. Distinguió a Shennur, colocado a un lado del trono, junto a dos mujeres, con las que hablaba. Las mujeres iban vestidas con prendas oscuras, de buena calidad, con velos, por lo que no podía distinguir sus caras. Hablaban con Shennur, en voz baja, por lo que tampoco podía escuchar su conversación. En cierto momento una pareció darse cuenta de la presencia de Pherrin, por lo que se rompió la conversación y se alejaron de Shennur, avanzando a un punto tras el trono, sobre la peana.

Shennur se acercó a Pherrin, que avanzó hacia la zona de la peana, suponiendo que una de esas mujeres era su hija.

-       ¿A dónde vas? -le preguntó Shennur, bloqueándole el paso.
-       No te conviene hacer el tonto Shennur, si quiero hablar con mi hija, no eres tú quien me lo prohíba -espetó Pherrin, harto de la situación-. Quítate de en medio.
-       El emperador ha ordenado que las mujeres no sean molestadas y que nadie, excepto él y ellas puede subirse en la peana -advirtió Shennur, serio-. Si quieres conocer la ira del emperador, todo tú. Sino espera abajo con el resto de invitados que veo que van llegando.

Pherrin iba a rebatir ese término, sobre la supuesta ira de un emperador que no tenía ni fuerza ni voz. Pero decidió dejar que Shennur siguiera andando por la cuerda floja. Ya se vengaría de él, con el emperador presente y el resto de la corte. Asintió y se dirigió hacia la zona que compartía con su grupo, a la espera que se fuera reuniendo. Shennur ya probaría de su medicina.

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