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domingo, 29 de abril de 2018

El juego cortesano (45)


Pherrin había perdido todo el empuje que tenía, sus pocos amigos se habían alejado de él, como si estuviera apestado, enfermo. Sabía que estaba aún de pie por la fuerza de los dos soldados que le mantenían en esa posición. Pero entonces vio un atisbo de esperanza, un giro que podría hacerle salvar la situación.

-       ¡Majestad! Por favor, yo soy inocente, yo siempre hice lo mejor para vuestro hermano -rogó Pherrin, volviéndose modesto-. Yo desconocía este complot, ese hombre debió seducir a mi pobre hija, la cual no tiene muchas luces. Aquí todos somos las víctimas. Traed a ese hombre y que hable ante todos, veremos cuál es la verdadera realidad.
-       Eso no podrá ser -señaló Jha’al, al tiempo que abría el saco que había tenido en la mano todo el rato, metió la mano izquierda y sacó una cabeza cercenada, de un hombre de facciones juveniles, buena presencia, con los ojos abiertos.


Los presentes pusieron cara de asco al ver la cabeza, con los colgajos de piel, hueso y vísceras colgando del cuello. Hasta Shennur parecía sobrecogido, lo cual indicaba que esto había sido más idea de Jha’al que del canciller. Jha’al acercó al cabeza a Pherrin, que intentó mirar a otro lado, aunque los guardias que le tenían agarrado se lo impidieron. Luego Jha’al dejó caer la cabeza al suelo, que hizo un ruido de golpe al chocar contra el mármol, pegando un pequeño rebote y girando, lanzando su mirada vacía a todos los presentes.

Mhirin dejó de llorar y miró la cabeza que daba su último giro. Reptó por el suelo. Jha’al fue a engancharla de nuevo, pero Shennur se lo impidió, permitiendo que la muchacha cogiera la cabeza entre sus manos, mirando el rostro muerto del joven.

-       ¡Aaahhhh! -lanzó su lamentó Mhirin-. ¡Aaaahhhh! ¡Mi buen Oklaan!

Los allí presentes no sabían qué hacer ante los lamentos, los hondos pesares que venían del interior de la muchacha, que claramente reconocía al muerto, lo que confesaba su pecado, pero no solo eso, sino que amaba a ese Oklaan. Podían observar las lágrimas que caían por sus mejillas. Entonces Mhirin miró hacia arriba, a su padre, soltó la cabeza de su amado, se levantó de un saltó, comenzando a arañar y golpear a su padre, que no se podía defender.

-       ¡Tú! ¡Tú! Has matado a mi Oklaan, con tus ideas dementes, con tus ansias de grandeza, yo te maldigo, no habrá ni cielo ni tierra para ti -gritaba como una demente Mhirin, llena de odio y congoja-. Yo no quería a ese mamarracho de Shen’Ahl, pero tú viste en él una forma de ascender, una forma de llegar a ese trono que tanto deseabas. Me uniste a ese obsceno amante de los hombres, que no sabía cómo complacer a una mujer, que solo le gustaba que un mozo le llenase su real culo. Todo por tus aspiraciones, viejo loco.

Shennur le hizo un gesto a Jha’al que agarró a Mhirin por el pelo y tiró de ella, lanzándola contra el mármol, donde se quedó lloriqueando, doblada en posición fetal.

-       Ya he oído bastante, Pherrin de Thahl -dijo Bharazar, poniéndose de pie y señalándole con el dedo índice-. Te declaro culpable de la conspiración para asesinar a mi hermano, y como tal eres culpable de traición. Serás ejecutado inmediatamente por mi guardia. Tu cabeza, junto a la del verdugo de Shen’Ahl, serán colocadas allí donde el pueblo pueda verlas y saber porque moriste. Tus riquezas, bienes y haciendas pasarán al cargo del estado, que las utilizaran para aquello que el consejo imperial las estime oportuna. Tu familia y tus siervos serán vendidos como esclavos, y tu apellido será borrado del libro de la historia.

Los cortesanos pusieron un gesto de temor cuando Bharazar aludió al libro de la historia, el registro de todas las familias y linajes. Ser eliminado del libro indicaba que ni tú ni tus antepasados habríais existido. Aunque estos hubieran hecho grandes hazañas para el imperio. Simplemente se negaba tu existencia.

-       Mi señor, si acusáis de traición a Pherrin, su familia y sus criados deberían seguir su fin, lo marca la ley -advirtió Shennur.
-       Mi buen canciller, debemos ajusticiar a todos los miembros de su familia y siervos por la idiotez de un hombre, no -indicó Bharazar-. No empezaré mi reinado con un baño de sangre. Una vida como esclavos es más propicia que una muerte. Así pagarán los pecados de Pherrin. Los cuerpos de Pherrin y Oklaan no podrán recibir los ritos, serán quemados hasta que solo queden cenizas, que serán esparcidas en un lugar secreto, no habrá lugar para que nadie pueda ir a llorarlo. ¿Entendido?
-       Sí, mi señor -asintió Shennur.
-       Jha’al, llévatelo de aquí y ejecuta mi sentencia -ordenó Bharazar.

Jha’al se agachó para recoger la cabeza e hizo un gesto a los hombres que mantenían al silencioso Pherrin, que mantenía la cabeza gacha, con cortes en el rostro y mientras murmuraba palabras sin sentido. Los cortesanos siguieron la salida de Pherrin hacia el cadalso. Bhalathan que se encontraba junto a las puertas, hizo la última reverencia al que fuera suegro del anterior emperador, había visto tantas salidas de esa forma que no tuvo ni una palabra de consuelo para el traidor, que era arrastrado a su fin.

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