Durante
el camino, habían hecho un par de altos, uno a media mañana, para beber un poco
de agua, que tenían racionada y otro a mediodía, para alimentarse con un poco
de pan. Tras volver a ponerse en marcha, llevaban ya un par de horas y
Lybhinnia estaba preocupada. Cada vez que ascendían una colina sin árboles
intentaba otear el horizonte, pues pensaba que ya se debía ver la gran ciudad
humana, visible a muchas millas, pero excepto las últimas colinas muertas no
veía nada. Tras otra hora, por fin alcanzaron esa colina y Lybhinnia les hizo
un gesto de precaución. Ella avanzó en solitario hacia la cima de la colina,
mientras el resto iban unos pasos atrás.
Lo que
encontró al llegar le dejó sin habla. Se cayó de rodillas y por ello Gynthar se
acercó a ella, para quedarse anonadado por el paisaje que se abría ante ellos.
Ambos recordaban la gran llanura llena de campos de cultivo, cruzada por los
tres grandes ríos. Pero ya no quedaba nada de eso, en su lugar la tierra se
había hundido, se había convertido en una gran grieta. Lybhinnia siguió con sus
ojos el borde del descomunal hundimiento. En algunos puntos la tierra descendía
en una suave ladera, mientras que en otros había sido tajada la roca, erigiendo
inmensos precipicios. Ni ella, ni Gynthar pudieron ver el fondo de la grieta.
-
Esto es lo que trastornó al defensor de Lhym -consiguió decir
Gynthar-. ¿Qué diablos ha ocurrido aquí?
Lybhinnia
se puso en pie, pero no pudo responder a Gynthar pues estaba tan sobrecogida
como el guerrero. Los tres jóvenes no sabían que decir, pues no parecía que
habían salido mucho de su arboleda. Gynthar les hizo un gesto indicándoles que
iban a tomar un descanso, por lo menos hasta que decidieran que hacer a
continuación.
-
Seguimos sin tener respuestas, Gynthar -indicó entristecida
Lybhinnia.
-
Tal vez sea hora de regresar a casa, le contaremos lo que hemos
visto a Armhiin y al consejo. Ellos deberán decidir -dijo Gynthar.
-
Pero no llevamos la respuesta que nos pidió Armhiin -argumentó
Lybhinnia-. Sin una respuesta clara, puede que nos enfrentemos al triste
destino de Lhym.
-
¿Y qué propones? -quiso saber Gynthar, molesto por la obstinación
de la cazadora-. No podemos estar dando vueltas. Nuestro camino se ha cortado.
-
Podríamos descender a la grieta, allí tal vez están las respuestas
que necesitamos -propuso Lybhinnia, señalando hacia la oscuridad, sin poder
notar que se le erizaba el vello de los brazos y temblaba.
Gynthar
se quedó mirando la grieta, alternando con miradas furtivas a los jóvenes y a
Lybhinnia. Había algo que no le gustaba de ese plan. Aunque Lybhinnia tenía
razón en algo, allí estaban las respuestas que tanto necesitaban. Poco a poco,
Gynthar fue notando un cosquilleo en su cuerpo que aumentaba a la vez de que se
iba decidiendo por descender a la sima. No sabía a qué se debía esa sensación,
una que no le gustaba, que le recordaba al miedo.
Lybhinnia,
que observaba el rostro de Gynthar, también empezaba a notar una angustia
sobrecogedora de la que no tenía forma de saber de dónde procedía.
-
Está bien, Lybhinnia, nos pondremos inmediatamente en marcha
-accedió Gynthar, que se giró hacia el oeste, señalando algo-. Allí veo un
descenso más o menos seguro.
-
Adelante -indicó Lybhinnia-, y gracias.
El grupo
se puso en marcha, tenía que bordear la grieta hasta llegar al descenso hacia
las profundidades. Tardarían un par de horas o por lo menos eso es lo que
calculó Lybhinnia. Avanzarían con ella delante, abriendo la marcha. El camino
que recorrían parecía una senda hecha por animales, porque no crecía la hierba.
Aunque parecía que hacía ya tiempo que no había pasado ninguno por allí, ya que
no se veían huellas de ningún tipo. No les indicaron nada a los jóvenes de lo
que iban a hacer, de ese modo no se volverían un lastre para la misión.
En
algunos momentos se separaban del borde de la sima, mientras que en otros
pasaban con mucho cuidado por los nuevos precipicios. Fuera lo que fuera lo que
había provocado esta destrucción había cortado por la mitad colinas y valles,
dejando un insólito paisaje. Por fin, Lybhinnia pudo ver que se encontraban
casi en las inmediaciones del descenso que perseguían, cuando percibió un
clamor de pisadas, un galope que se les acercaba demasiado deprisa. Lybhinnia
volvió la cabeza hacía donde había notado el sonido y levantó la mano para
detener el grupo. Una manada de caballos, grande, con muchas cabezas, llegaba
desde el suroeste, al galope, avanzando en orden hacia ellos, con un gran
semental, blanco como la nieve, a la cabeza de todos ellos. El grupo se detuvo
en el mismo momento que los caballos cruzaban por delante, por el camino que
debían seguir. Les bloquearon, y empezaron a rodearlos, sin dejar de galopar,
pero sin permitirles abandonar el lugar donde estaban.
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