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domingo, 22 de abril de 2018

La odisea de la cazadora (23)


Durante el camino, habían hecho un par de altos, uno a media mañana, para beber un poco de agua, que tenían racionada y otro a mediodía, para alimentarse con un poco de pan. Tras volver a ponerse en marcha, llevaban ya un par de horas y Lybhinnia estaba preocupada. Cada vez que ascendían una colina sin árboles intentaba otear el horizonte, pues pensaba que ya se debía ver la gran ciudad humana, visible a muchas millas, pero excepto las últimas colinas muertas no veía nada. Tras otra hora, por fin alcanzaron esa colina y Lybhinnia les hizo un gesto de precaución. Ella avanzó en solitario hacia la cima de la colina, mientras el resto iban unos pasos atrás.

Lo que encontró al llegar le dejó sin habla. Se cayó de rodillas y por ello Gynthar se acercó a ella, para quedarse anonadado por el paisaje que se abría ante ellos. Ambos recordaban la gran llanura llena de campos de cultivo, cruzada por los tres grandes ríos. Pero ya no quedaba nada de eso, en su lugar la tierra se había hundido, se había convertido en una gran grieta. Lybhinnia siguió con sus ojos el borde del descomunal hundimiento. En algunos puntos la tierra descendía en una suave ladera, mientras que en otros había sido tajada la roca, erigiendo inmensos precipicios. Ni ella, ni Gynthar pudieron ver el fondo de la grieta.

-       Esto es lo que trastornó al defensor de Lhym -consiguió decir Gynthar-. ¿Qué diablos ha ocurrido aquí?

Lybhinnia se puso en pie, pero no pudo responder a Gynthar pues estaba tan sobrecogida como el guerrero. Los tres jóvenes no sabían que decir, pues no parecía que habían salido mucho de su arboleda. Gynthar les hizo un gesto indicándoles que iban a tomar un descanso, por lo menos hasta que decidieran que hacer a continuación.

-       Seguimos sin tener respuestas, Gynthar -indicó entristecida Lybhinnia.
-       Tal vez sea hora de regresar a casa, le contaremos lo que hemos visto a Armhiin y al consejo. Ellos deberán decidir -dijo Gynthar.
-       Pero no llevamos la respuesta que nos pidió Armhiin -argumentó Lybhinnia-. Sin una respuesta clara, puede que nos enfrentemos al triste destino de Lhym.
-       ¿Y qué propones? -quiso saber Gynthar, molesto por la obstinación de la cazadora-. No podemos estar dando vueltas. Nuestro camino se ha cortado.
-       Podríamos descender a la grieta, allí tal vez están las respuestas que necesitamos -propuso Lybhinnia, señalando hacia la oscuridad, sin poder notar que se le erizaba el vello de los brazos y temblaba.

Gynthar se quedó mirando la grieta, alternando con miradas furtivas a los jóvenes y a Lybhinnia. Había algo que no le gustaba de ese plan. Aunque Lybhinnia tenía razón en algo, allí estaban las respuestas que tanto necesitaban. Poco a poco, Gynthar fue notando un cosquilleo en su cuerpo que aumentaba a la vez de que se iba decidiendo por descender a la sima. No sabía a qué se debía esa sensación, una que no le gustaba, que le recordaba al miedo.

Lybhinnia, que observaba el rostro de Gynthar, también empezaba a notar una angustia sobrecogedora de la que no tenía forma de saber de dónde procedía.

-       Está bien, Lybhinnia, nos pondremos inmediatamente en marcha -accedió Gynthar, que se giró hacia el oeste, señalando algo-. Allí veo un descenso más o menos seguro.
-       Adelante -indicó Lybhinnia-, y gracias.

El grupo se puso en marcha, tenía que bordear la grieta hasta llegar al descenso hacia las profundidades. Tardarían un par de horas o por lo menos eso es lo que calculó Lybhinnia. Avanzarían con ella delante, abriendo la marcha. El camino que recorrían parecía una senda hecha por animales, porque no crecía la hierba. Aunque parecía que hacía ya tiempo que no había pasado ninguno por allí, ya que no se veían huellas de ningún tipo. No les indicaron nada a los jóvenes de lo que iban a hacer, de ese modo no se volverían un lastre para la misión.

En algunos momentos se separaban del borde de la sima, mientras que en otros pasaban con mucho cuidado por los nuevos precipicios. Fuera lo que fuera lo que había provocado esta destrucción había cortado por la mitad colinas y valles, dejando un insólito paisaje. Por fin, Lybhinnia pudo ver que se encontraban casi en las inmediaciones del descenso que perseguían, cuando percibió un clamor de pisadas, un galope que se les acercaba demasiado deprisa. Lybhinnia volvió la cabeza hacía donde había notado el sonido y levantó la mano para detener el grupo. Una manada de caballos, grande, con muchas cabezas, llegaba desde el suroeste, al galope, avanzando en orden hacia ellos, con un gran semental, blanco como la nieve, a la cabeza de todos ellos. El grupo se detuvo en el mismo momento que los caballos cruzaban por delante, por el camino que debían seguir. Les bloquearon, y empezaron a rodearlos, sin dejar de galopar, pero sin permitirles abandonar el lugar donde estaban.

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