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domingo, 1 de abril de 2018

La odisea de la cazadora (20)


Mientras los jóvenes comían, Lybhinnia se alejó hasta donde terminaba la pasarela. Gynthar se acercó a ella.

-       Has hecho un buen trabajo al esconder los cuerpos -murmuró Lybhinnia.
-       ¿Qué haremos mañana? Regresamos a Fhyin -indicó Gynthar, un poco preocupado-. No podemos continuar nuestro viaje con ellos. Son demasiado jóvenes, no parece que hayan sido iniciados en nada.
-       No tengo todas las respuestas aún, el consejo no podrá decidir el futuro de nuestra arboleda -contestó Lybhinnia, un poco triste-. Deberíamos seguir hacia el norte, hacia las tierras de los humanos. El guardián de esta arboleda vio lo que había pasado, pero por alguna razón regresó trastornado. Debemos entender lo que le pasó. Porque de ese modo encontraremos cual es el problema que se ha abatido sobre el bosque.
-       Seguir hacia el norte puede ser peligroso -señaló Gynthar-. Y si nos ocurre lo mismo que al guardián. Ahora debemos proteger a los jóvenes.
-       Debemos seguir -aseguró Lybhinnia.
-       ¿En ese caso, dejamos a los muchachos aquí? -inquirió Gynthar, sabedor que Lybhinnia ya había decidido por todos y que no iba a cambiar de idea.
-       Vendrán con nosotros -respondió Lybhinnia, firme-. Mañana les armaremos y les obligaremos a seguirnos. Tomaremos el material necesario de la armería. El mayor de los hermanos ha recibido nociones de herrero, es fuerte, podrá con una armadura de guerrero. El otro chico, armadura ligera, me acompañara como cazador.
-       ¿Y la chica?
-       Su madre era la sanadora, seguro que aprendió algo del mundo de la curación -comentó Lybhinnia, recordando las palabras de Shiymia.
-       Está bien, haz que descansen, yo de mientras voy a ver si encuentro algo específico a lo que has indicado -claudicó Gynthar, se avanzó hacia la pasarela.
-       Gynthar -llamó Lybhinnia, a lo que el aludido se dio la vuelta-. Gracias.


Lybhinnia se acercó a él con una sonrisa y le besó en los labios. A Gynthar le pareció que el tiempo se detenía, pero en verdad todo pasó muy rápido. Lybhinnia se separó de él y se marchó con un trotecito en dirección de los supervivientes. El guerrero se quedó unos instantes, embobado por el contoneo de la cintura de la cazadora.

Gynthar se marchó por la pasarela, mientras rozaba sus labios con la lengua, intentando saborear los restos de saliva que pudiera haber dejado Lybhinnia impregnados cuando le besó. Recorrió un buen número de cabañas, plataformas y pasarelas. Estaba tan absorto a sus pensamientos, reviviendo una y otra vez el beso, que no se dio cuenta que había pasado un par de veces por delante de la armería. Por fin el hechizo se rompió y encontró su destino. Abrió la puerta de la armería y para su asombro, descubrió que todo estaba en perfecto orden, lleno de suciedad, pero en sus estantes.

Lo primero fue hacerse con las armaduras. Revisó todas las armaduras que había hasta dar con las que necesitaba. Para Romhto encontró una armadura pesada de placas, algo más pequeñas que las que formaban la suya, pero encajadas unas sobre otras, dándole una movilidad más amplia y una gran fortaleza. Era una gran obra, pensada para alguien importante para el herrero, con lo que supuso que la había creado para su propio hijo. Gynthar la limpió y la dejó en un lado. La segunda armadura, la ligera, no era tan buena como la pesada, pero sí la mejor que encontró allí. Esperaba que fuera suficiente para Lhybber.

Estaba a punto de irse, cuando descubrió algo en un montón. Era una camisola, de cuero con piezas de metal entrelazadas, pero no era hierro, sino plata. Con relieves y unas pequeñas gemas. Era pequeña, pero no pesada. La tomó también, pensando en Ilyhma. Acarreó las tres armaduras hasta el santuario, descubriendo que los jóvenes y Lybhinnia descansaban en sus lechos. Él aún tendría que darse un par de paseos más, regresó a la armería para hacerse con las armas necesarias. Una espada larga de una mano y una daga alargada, para el guerrero, un arco, flechas, y una daga corta para el arquero, y una daga más para la muchacha. Las armas las limpió, las afiló y les buscó vainas para llevarlas protegidas.

Su último viaje, fue para buscar ropas para el viaje, así como macutos o bandoleras, lo suficiente para llevar algo más de provisiones, pues Gynthar había dado con una reserva privada, un escondite que las cocineras no habían revelado al guardián loco, esperando que Shiymia salvase a sus hijos. Ahora les otorgaría a ellos más días para viajar. Llenó las bolsas con lo necesario. Cuando terminó se dio cuenta que Jhala y Pollus ya estaban en el cielo. Ya era hora de dejarse caer en el lecho. Los ojos se le cerraron más rápido que había supuesto.

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