Mientras
los jóvenes comían, Lybhinnia se alejó hasta donde terminaba la pasarela.
Gynthar se acercó a ella.
-
Has hecho un buen trabajo al esconder los cuerpos -murmuró
Lybhinnia.
-
¿Qué haremos mañana? Regresamos a Fhyin -indicó Gynthar, un poco
preocupado-. No podemos continuar nuestro viaje con ellos. Son demasiado
jóvenes, no parece que hayan sido iniciados en nada.
-
No tengo todas las respuestas aún, el consejo no podrá decidir el
futuro de nuestra arboleda -contestó Lybhinnia, un poco triste-. Deberíamos
seguir hacia el norte, hacia las tierras de los humanos. El guardián de esta
arboleda vio lo que había pasado, pero por alguna razón regresó trastornado.
Debemos entender lo que le pasó. Porque de ese modo encontraremos cual es el
problema que se ha abatido sobre el bosque.
-
Seguir hacia el norte puede ser peligroso -señaló Gynthar-. Y si
nos ocurre lo mismo que al guardián. Ahora debemos proteger a los jóvenes.
-
Debemos seguir -aseguró Lybhinnia.
-
¿En ese caso, dejamos a los muchachos aquí? -inquirió Gynthar,
sabedor que Lybhinnia ya había decidido por todos y que no iba a cambiar de
idea.
-
Vendrán con nosotros -respondió Lybhinnia, firme-. Mañana les
armaremos y les obligaremos a seguirnos. Tomaremos el material necesario de la
armería. El mayor de los hermanos ha recibido nociones de herrero, es fuerte,
podrá con una armadura de guerrero. El otro chico, armadura ligera, me
acompañara como cazador.
-
¿Y la chica?
-
Su madre era la sanadora, seguro que aprendió algo del mundo de la
curación -comentó Lybhinnia, recordando las palabras de Shiymia.
-
Está bien, haz que descansen, yo de mientras voy a ver si
encuentro algo específico a lo que has indicado -claudicó Gynthar, se avanzó
hacia la pasarela.
-
Gynthar -llamó Lybhinnia, a lo que el aludido se dio la vuelta-.
Gracias.
Lybhinnia
se acercó a él con una sonrisa y le besó en los labios. A Gynthar le pareció
que el tiempo se detenía, pero en verdad todo pasó muy rápido. Lybhinnia se
separó de él y se marchó con un trotecito en dirección de los supervivientes.
El guerrero se quedó unos instantes, embobado por el contoneo de la cintura de
la cazadora.
Gynthar
se marchó por la pasarela, mientras rozaba sus labios con la lengua, intentando
saborear los restos de saliva que pudiera haber dejado Lybhinnia impregnados
cuando le besó. Recorrió un buen número de cabañas, plataformas y pasarelas.
Estaba tan absorto a sus pensamientos, reviviendo una y otra vez el beso, que
no se dio cuenta que había pasado un par de veces por delante de la armería.
Por fin el hechizo se rompió y encontró su destino. Abrió la puerta de la
armería y para su asombro, descubrió que todo estaba en perfecto orden, lleno
de suciedad, pero en sus estantes.
Lo
primero fue hacerse con las armaduras. Revisó todas las armaduras que había
hasta dar con las que necesitaba. Para Romhto encontró una armadura pesada de
placas, algo más pequeñas que las que formaban la suya, pero encajadas unas
sobre otras, dándole una movilidad más amplia y una gran fortaleza. Era una
gran obra, pensada para alguien importante para el herrero, con lo que supuso
que la había creado para su propio hijo. Gynthar la limpió y la dejó en un
lado. La segunda armadura, la ligera, no era tan buena como la pesada, pero sí
la mejor que encontró allí. Esperaba que fuera suficiente para Lhybber.
Estaba a
punto de irse, cuando descubrió algo en un montón. Era una camisola, de cuero
con piezas de metal entrelazadas, pero no era hierro, sino plata. Con relieves
y unas pequeñas gemas. Era pequeña, pero no pesada. La tomó también, pensando
en Ilyhma. Acarreó las tres armaduras hasta el santuario, descubriendo que los
jóvenes y Lybhinnia descansaban en sus lechos. Él aún tendría que darse un par
de paseos más, regresó a la armería para hacerse con las armas necesarias. Una
espada larga de una mano y una daga alargada, para el guerrero, un arco,
flechas, y una daga corta para el arquero, y una daga más para la muchacha. Las
armas las limpió, las afiló y les buscó vainas para llevarlas protegidas.
Su último
viaje, fue para buscar ropas para el viaje, así como macutos o bandoleras, lo
suficiente para llevar algo más de provisiones, pues Gynthar había dado con una
reserva privada, un escondite que las cocineras no habían revelado al guardián
loco, esperando que Shiymia salvase a sus hijos. Ahora les otorgaría a ellos
más días para viajar. Llenó las bolsas con lo necesario. Cuando terminó se dio
cuenta que Jhala y Pollus ya estaban en el cielo. Ya era hora de dejarse caer
en el lecho. Los ojos se le cerraron más rápido que había supuesto.
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